domingo, 13 de diciembre de 2015

Y llegó diciembre...

Comencé a escribir esta historia el día primero. Sin embargo, por aquello de que la gente tiene la manía de saludar al mes como si él escuchara, decidí dejar esta entrada para después. Y heme aquí, retomando la intención de escribir acerca del último mes del año. Ese que, vestido de fiesta, llega siempre para recordarnos que todo lo que inicia tiene que acabar.

El final del año, sin embargo, tiene unos matices distintos: es un final que se repite una y otra vez y, aunque sepamos cómo terminará, soñamos con que sea diferente. ¡En estos días todos sabemos lo que va a pasar, lo que vamos a pensar, lo que reflexionaremos... porque es casi lo mismo del año anterior!

Repetir, sin embargo, no molesta en este caso. Estamos tan contentos e inspirados que todo nos parece un chiste. Ehhhhh... pero, ¿acaso no lo es? ¡Desde que comienza diciembre, como estamos de tan buen humor, casi todo nos da risa (dije casi, que conste, jajajajaja)! Por eso, precisamente, nos hacemos a la rutina con la mejor disposición.

Tal es nuestro humor que, exultantes, volveremos a caer en la tentación de hacer los listados que jamás cumplimos pero que esta vez, ¡lo prometo!, sí llevaré al pie de la letra: en el 2016 (como en el 15, 14, 13, 12, 11, 10, 9...) seré esa niña buena que cumplirá todas las metas que viene arrastrando desde que tiene memoria. Ah, ¿qué más da si dentro de un año vuelvo a prometer lo mismo? ¿Acaso la idea no es incumplir? Creo, en el fondo, que sí.

Soñar es bonito. Pero, ¿qué sentido tiene si no vamos detrás de los sueños? Eso es, precisamente, el listado de "metas": un relación de deseos, más que de intenciones, y por eso es que nunca lo llevamos a término. De cualquier manera, ¿realmente es necesario que programemos todo un año por adelantado? Yo, realmente, paso: ¡por eso no escribo un sólo propósito! ¡A mí lo que me divierte es vivir, qué la vida tome su curso y que pase lo que tenga que pasar! La vida, al final, es demasiado corta como para desperdiciarla planificando cada instante. ¡Con lo chulas que son las sorpresas!

Así, sorprendente, fue este 2015: sucedió todo lo contrario a lo que había esperado hace un año: la vida giró hacia otra dirección, de repente, y cayeron uno a uno todos los pronósticos que había hecho. Y fue así que, a pesar de que no había planificado nada por anticipado, lo que debía no fue y lo que no hubiese imaginado jamás fue lo que sucedió. ¿Conclusión? ¡Qué la vida puede cambiar en tan un solo un segundo! Así las cosas, sólo queda por ver con qué vendrá el 2016. Ojalá que, a pesar de los malos momentos, sea tan intenso como el 2015.

lunes, 30 de noviembre de 2015

La historia de la vieja vajilla

Hoy cuando se rompió el penúltimo plato pequeño me dio un poco de tristeza. Mi vajilla de todos los días está muriendo. Pocas piezas las he roto yo. De cualquier manera, ella se va despidiendo. Apenas queda algo de aquellos bonitos platos y tazas que me han acompañado los últimos doce años. Al sentir nostalgia por esas piezas, que serán reemplazadas por la vajilla "especial" que casi nunca uso porque hace más de diez años que dejé de hacer aquellas super comidas de ocasión, recordé la historia de esa vieja vajilla que llegó a mi vida en una Navidad de mediados de los años 90's, cuando tenía 20 y pocos años (muy pocos) y lo último que pensaba era en tener utensilios de cocina.

Por aquella época la idea de casarme me daba casi tanta grima como los oficios de la casa. En aquel tiempo sólo pensaba en salir y divertirme, algo que amaba de veras, así como entretenerme escribiendo pendejadas que cobraban vida en el periódico. Vivía casi del cuento, literalmente, porque solía escribir muchas historias de ficción. ¡Era feliz (no es que ahora no lo sea, que conste)!

Cuando llegó esa vajilla, aunque era hermosa, para mí significó una verdadera agresión. ¿Cómo alguien que me conocía, que sabía que estaba muy lejos de casarse, me regalaba eso en un angelito? Me ofendí. Confieso que me molesté tanto que no agradecí el regalo. Producto de ello, como además vivía con mamá, guardé la vajilla en un estante grandísimo que había en la oficina de mi jefe y me olvidé de ella. Ya la rescataría algún día, me dije, cuando la fuera a utilizar... y así, olvidada, quedó.

Mi historia

Llegué a Santo Domingo hace muchos años. Iba a una tienda en la que vendían cosas preciosas, según me contaron los señores que me vendieron, así que estaba segura de que terminaría en una casa en la que tuvieran buen gusto. Me cuidarían, soñaba, y eso me hacía feliz porque quería vivir muchos años. La idea de despedazarme pronto, y acabar en el vertedero como mis antepasadas y hermanas, me daba terror.

Al ver la tienda me alegré muchísimo. Me colocaron en un lugar en el que veía la más fina cristalería y bellos artículos de decoración. ¡Daba un gusto tremendo estar ahí! Tanto amaba ese lugar que no me importó ver cómo mis hermanas gemelas se iban marchando poco a poco. Ya sabíamos de antemano que lo más probable es que acabáramos en casas distintas y, por ello, hace tiempo que me había hecho a la idea. ¡Tenía tan poca prisa de irme de allí!

También debo reconocer que tenía miedo, mucho miedo. Cada parte de mi cuerpo es tan frágil que me atemorizaba no saber cómo recibiría la caricia de cada alimento sobre mí. ¿Me quemaría cuando estuviera caliente? ¿Me dolería que pasaran los cubiertos sobre mi piel? ¡Aunque esa primera vez me llenaba de ansias esperaba que no llegara rápido!

Fui la última en irse de la tienda. Me compró un señor, cosa habitual porque los señores viven regalándonos a las señoras, y me llevó directo a su casa. No me destapó, me dejó en una esquina y tuve que esperar un par de días hasta que me cargara de nuevo. Era Navidad. Me llevó a un almuerzo, a un angelito como les llaman aunque no es más que un intercambio de regalos (estos humanos tienen unas cosas...) y me dejó sobre una mesa. ¡Cuánto gozaban esa gente! Reían, bailaban, cantaban... pensé que esa jarana no se acabaría nunca. Pero acabó. Y me tocó irme con una niña de muy malhumor, que tiraba unas pestes insoportables y se creía el centro del mundo. ¡Qué dura sería mi vida al lado suyo!, pensé con resignación.

La vi poco tiempo. Tras salir de la fiesta me depositó en un rincón de un armario, sin siquiera sacarme de la caja, y cerró la puerta. Al principio pensé que sería algo temporal y que pronto volvería por mí. Pasó mucho tiempo para que eso sucediera. A veces, cada tanto, ella abría la puerta, colocaba algo al lado de mí y la cerraba de nuevo; en otras ocasiones sacaba algo o movía cosas pero nunca me habló ni me acarició: me miraba, hacía una mueca y me olvidaba. ¡Cuánto desprecio tuve que aguantar! ¡Yo, que me creía cautivadora por mi belleza, era dejada en un rincón!

Pasaron muchos años. No sé cuántos, hasta que ella vino un día a buscarme. ¡Estaba feliz! Decía que se mudaba, que tendría una casa y que había llegado el momento de sacarme de allí. ¡Por fiiiiiiiin!, dije y volví a sentirme viva después de haberme marchitado en la oscuridad de ese armario. ¡Iba a saber lo que era estar con la gente, ser necesaria, usada, admirada! ¡Ya casi había olvidado para qué fui creada cuando vinieron a buscarme!

Con alegría me fui con ella. Duré un par de días en el carro pero eso era mil veces mejor que el armario, definitivamente, así que ni siquiera me molestó el calor que tuve que pasar hasta que por fin me llevaron a mi nueva casa. Salir de la caja fue extraño. Tenía muchos años acomodada ahí, sintiéndome protegida por ese cartón que me abrazaba, me escuchaba y secaba mis lágrimas cuando me desesperaba por mi encierro. Le dije adiós, con tristeza, pero nos confortamos al saber que había tenido una vida mucho más larga que el resto de sus familiares: ¡nadie había durado tantos años invicta!

Cuando me colocaron en las estanterías no lo podía creer. ¡Tenía dos tramos para mí, mi casa era super amplia! Junto a mí, un poco más apartados, vasos de todos los tamaños y algunos recipientes para colocar comida. ¡Qué familia más grande tenía de repente, cuántas cosas viviríamos todos juntos, en esa amplia mesa que habitaríamos durante diez años! ¡Qué felices fuimos durante esos encuentros familiares y cuántas soledades tuvimos que reconfortar!

Mi vida ha sido larga. Hace un poco más de doce años que salí de aquel armario. He visto muchas historias nacer y morir. Amistades, encuentros y desencuentros. Y hoy estoy muriendo. Partes de mí se han ido rompiendo en el camino. Quedan algunas piezas intactas pero ya están incompletas. Sé que dentro de poco tiempo tendrán que reemplazarme. Pero soy feliz. He cumplido más allá de las expectativas de cualquiera. Pocas duran tanto. Mucho menos cuando eres la de todos los días, la del desayuno, la comida y la cena. Ella, aunque al principio no me quería, me cuidó con esmero. Sé que me quiso. He visto sus lágrimas por mí. Los años la han cambiado. Qué raro es verla llorar por algo así. Sé que se repondrá. Por eso me iré feliz. Es tarde. Creo que me iré a dormir. Tal vez otro día les cuente cómo fueron mis inicios. Hoy me tengo que ir. Gracias por escucharme. Con cariño,

Vajilla

Recordar aquella vajilla olvidada, justo después de haberla disfrutado tanto, me hace pensar en esa gran cantidad de cosas que no somos capaces de apreciar. Puede que muchas veces no sea nuestra culpa, sino que llegan en el momento equivocado: te pueden dar un tesoro pero, si no te interesa en ese instante, nunca serás capaz de darte cuenta de lo que tienes en las manos. Hoy reparo en ello. ¡Qué injusta fui con el amigo que me hizo el regalo y con el regalo mismo! ¡Qué dura fue mi reacción y qué estúpida era! No me costaba nada agradecer el gesto, entender que él quería agradarme (y que me regaló algo que suele ser "natural" para las mujeres porque la mayoría sólo piensa en casarse) y guardar la vajilla con alegría para cuando la necesitara!

Hay lecciones, como esta, que uno solo aprende con el tiempo. Y a veces, tristemente, tienen que pasar años antes de que las cosas encajen y entendamos algunos porqués. Por suerte siempre habrá alguna vajilla que nos haga aterrizar. Que nos muestre, de la forma más tonta, que todo tiene su momento y que jamás debemos despreciar nada.

martes, 17 de noviembre de 2015

Cómo "sobrevivir" a la funeraria

El 2015 será inolvidable. Triste, ha traído consigo muchas más despedidas que años anteriores. Eso es porque te estás haciendo mayor, me dijo alguien recientemente: una persona joven casi nunca tiene que ir a la funeraria. Y sí, tiene razón: cuando uno va madurando empiezan a irse tus familiares y los de tus amigos, tus amigos más viejos, los relacionados y conocidos... en fin, el ciclo de vida se va cerrando para la gente que tienes cerca. ¡Qué duro es reconocer que es así!

Producto de todas las visitas que he tenido que hacer este año a la funeraria en agosto pasado escribí una entrada acerca del horror que se vive allí: la atmósfera va de la tertulia al pase de modas, sin olvidar el cotorreo de quienes encuentran en el chisme el mejor entretenimiento; es la falta de respeto hecha momento, el abuso del maleducado que olvida que es un momento de recogimiento.

Es tal la animadversión que le tomado a las funerarias que sólo voy cuando es estrictamente necesario. Es decir, cuando me sale del alma. Eso de cumplir con cualquiera, de ir porque conoces a un pariente o porque es el amigo del amigo con el que has compartido mil veces se acabó: el ambiente es tan desagradable que voy cuando el afecto bien lo merece (pero por mucho, muchísimo). Por lo demás, como a estas alturas de la vida ya no hay que disimular, paso olímpicamente.

La semana pasada, sin embargo, me tocó ir bastantes veces. Fallecían familiares de gente querida, a la que acompañas con el corazón porque sería imposible no estar ahí, por lo que decidí armarme de paciencia. Sin embargo, al llegar, noté que todo era diferente: ¡había poca gente, mucha tranquilidad, y pude acercarme a los deudos y hablar con ellos sin contratiempos! Fuera estaba quedo, sin barullo, por lo que habría sido agradable estar ahí de no ser una funeraria y sentir el dolor de los que han perdido a alguien. En esos instantes me pregunté: ¿qué ha cambiado, por qué todo es distinto? ¡Claro, la hora!

De repente, por el trabajo, las últimas que he ido a la funeraria lo he hecho a "deshoras", es decir, justo cuando la gente que va a brillar y dejarse ver no está: a mediodía, cuando el hambre les hace marcharse; y a última hora de la noche, cuando ya toca cambiar al muerto de turno por el happy hour del momento.

Así, sin darme cuenta, encontré la fórmula idea para estar con quienes han perdido a alguien sin sentir que la atmósfera me traga y me escupe sin compasión. Aunque es evidente que hay que tener un poco de tino para que la hora tampoco sea demasiado impertinente, ya saben qué hacer si de verdad quieren acompañar a quien está pasando por un momento de duelo: vayan cuando los necios están comiendo o necesitan divertirse en otro lugar.

lunes, 16 de noviembre de 2015

La felicidad... más allá de la soltería

Hace cuatro años mi ex cambió su foto de perfil del BBM por una frase que decía lo siguiente: "soltero no es un estado civil: es el estilo de vida de alguien que no necesita a nadie para ser feliz". Cuando leí eso, como hacía poco que habíamos terminado, estallé en cólera y me sentí fatal. ¿Cómo él me decía, de esa manera tan cruel, que no me necesitaba y que prefería estar solo?

Recuperarme de aquella frase me costó lo indecible. Yo estaba aferrada a él de una manera insana (lo reconozco ahora, claro) y fue difícil asumir que no era parte de su felicidad. Poco a poco, sin embargo, fui empatando los trozos rotos y volví a ser feliz: toda ruptura, por fatal que sea, se supera.

Un año y algo después volví con él y entonces me explicó que cuando subió aquella frase no lo hizo para joderme y que no estaba pensando en mí ni mucho menos. Sólo cuando yo le increpé en aquel momento, diciéndole que ya entendía por qué habíamos terminado, se dio cuenta de que yo podía asumir que esa frase era para mí. ¿Por qué la subió? Según dijo, simplemente porque establecía que uno debe ser feliz por uno mismo.

Confieso que la explicación no me satisfizo pero lo dejé así porque no venía a cuento pelear por algo que ya había pasado. Puede que haya sido sincero y que yo lo cogiera para mí porque entendía que me pegaba (uno con esa eterna manía de tomar para sí todo lo que pueda ser considerado como una puya). De cualquier manera, nunca olvidé la frase.

Hoy, aunque ya no venía a cuento, vi otra frase que me recordó mucho aquella. Es la que acompaña estas líneas: "ser soltero es la capacidad de no depender de alguien para ser feliz". Al pensar en ambas, que se parecen mucho pero difieren un tanto (una habla de estilo de vida y otra de capacidad, que son dos cosas muy diferentes) reparé en lo mucho que intentamos explicar o justificar la soltería. ¿Será que, como nos educan para vivir en pareja, entendemos que está mal estar solos? O, ¿será que en el fondo no estamos conformes con esa soledad pero necesitamos convencernos de que estamos bien y por eso nos damos ánimos con frases de autoayuda?

La verdad hago estas preguntas por hacerlas. A la mayoría de la gente, por más que diga que no, no le gusta estar sola. ¿A quién no le gusta compartir una botella de vino, una cena para dos o una noche de pasión con alguien que le agite el alma? ¡Es lo mejor del mundo (hay quienes apuestan por lo esporádico pero eso es terrible porque deja una estela de melancolía bastante desagradable)!

Volvamos con las frases. La primera nos dice que ser soltero es un estilo de vida (hábitos) de alguien que no necesita (no tiene un impulso irresistible) a nadie para ser feliz. La segunda nos señala que es alguien que tiene la capacidad (aptitud, talento) de no depender (estar subordinado) de alguien para ser feliz.

Aunque los matices son un tanto distintos, al final ambas frases nos dicen que quien no necesita tener a otra persona para ser feliz es, necesariamente, alguien soltero. Pero, ¿en realidad es así? ¿Quiere decir entonces que los que están casados, o tienen pareja, la necesitan por fuerza para ser felices? Ahí me pierdo... y difiero: la felicidad no puede depender de tener a alguien al lado porque entonces nos hace vulnerables y puede ser muy volátil. Además nos encadena y nos roba mucha energía.

Tal vez ahí radica el gran drama de muchas mujeres: se nos educa para entender que la felicidad está subordinada a tener a alguien al lado cuando no debe ser así; tenemos que ser felices por nosotras mismas, con lo que somos y tenemos y, una vez alcanzada esa felicidad, compartirla con quien merezca la pena. La felicidad tiene que ser, por sí misma, el estilo de vida: ¡nunca el estatus civil!

lunes, 26 de octubre de 2015

Radha, te vas pero te quedas...

Hay días en los que es muy difícil escribir. Hoy es uno de ellos. La palabra está vestida de negro. Ha muerto. Es puro dolor. Su sonrisa franca se ha apagado. También ese cantar cibaeño que nunca le abandonó a pesar del paquete de años que vivió en Santo Domingo: ¡él siempre tuvo a Santiago tatuada en el alma y se enorgullecía tanto de ello!

Radhamés Gómez Pepín era único. Odiaba los zapatos tanto como la mentira y hacía galas de un humor que cambiaba de color según las circunstancias. Siempre contaba chistes, a veces muy pero muy malos, y reía casi por cualquier cosa. Cada vez que llegaba a la redacción de Hoy, al menos una vez al día, nos alegraba la sobremesa: ¡cuántas historias nos llegó a contar y cuánto lo disfrutamos!

Con una voz dura y unos boches que peinaban a cualquiera, nunca faltó quienes le temieran. El sabía intimidar, aunque dudo mucho que realmente se lo propusiera, y tenía una cara que le ayudaba bastante a ello. Debajo de su vozarrón y su forma directa de decir las cosas había, sin embargo, un corazón inmenso. Siempre estuvo presto a ayudar a todo aquel que lo necesitara y cobijó las causas más peregrinas: en El Nacional siempre se defendía al más jodido, a ese que no tenía cómo defenderse.

Pensar en Radhamés como en alguien que se ha ido duele demasiado. Aunque sabemos que debe estar muerto de la risa y echando cuentos con Cuchito, ese viejito vagabundón que le esperaba allá donde quiera que vayan las almas nobles, es duro tener la certeza de que jamás lo veremos cruzar por las puertas de nuestra redacción.

Aunque era el director del "vecino", siempre fue parte del periódico Hoy. Amigo entrañable de Cuchito, iban y venían de una redacción a la otra haciendo chistes, "fuñendo el parto" y haciendo que las eternas horas en el periódico fueran mucho más amenas para nosotros.

Radhamés siempre fue un apoyo, alguien en quien se podía confiar y a quien se le podía consultar lo que fuera. No hablaba mucho del ayer, eso sí, y sacaba el cuerpo de muchas conversaciones. Prefería hablar de periodismo, su pasión, porque al final es lo que más era: periodista.

También era padre. ¡Cuántas anécdotas nos hacía constantemente de sus hijos! Vivía orgulloso de ellos y son, a todas luces, lo que él más amaba. Por fortuna ellos lo saben muy bien: su familia era su bastón y lo demostraba.

Como jefe era duro, durísimo. Aunque estuve poco tiempo en El Nacional, ya que me mudé para Hoy casi un año y medio después de llegar, me tocó verlo echando chispas muchísimas veces: era exigente y no soportaba las noticias tontas. ¡No había nada que le emocionara más que una buena historia, sobre todo cuando estaba intachablemente escrita!

Por sus manos pasaron muchos periodistas. Son bastantes las generaciones que tocó, de alguna y otra manera, dejando en ellos algo de su legado: enseñar era parte de él y lo hacía de una forma natural, sin esfuerzo alguno; sus consejos y sus boches se quedaban, indefectiblemente, con uno.

A Radhamés lo recordaremos por muchas cosas. Por sus palabras disonantes, por el caminar quedo de sus últimos años, por su humor y sus chistes... pero, sobre todo, por el cariño que supo dar a quienes tenía cerca. Hoy te has ido, Radha, pero te quedas. ¡Nunca te olvidaremos!

viernes, 9 de octubre de 2015

¡El día de la niña no es una fiesta!

Niñas vestidas de princesas, mostrando una enorme y angelical sonrisa, en franca demostración de alegría. "Celebran el día de la niña", cual si fuese una fiesta y, al hacerlo, echan por tierra todo lo que se busca al haber declarado el 11 de octubre como el Día Internacional de la Niña: ¡llamar la atención acerca de la vulnerabilidad y la difícil situación que viven las niñas en casi todo el planeta!

La idea de este día no es hablar de lo fabulosas que son las niñas, sino mostrar su situación: la mayoría está marcada por la pobreza, una realidad que suele llevarlas al embarazo y las aleja de la educación. Los datos son, en realidad, alarmantes: hay 65 millones de niñas que no asisten a la escuela en el mundo, es decir, casi una de cada cinco adolescentes, según el informe "Por ser Niña 2015", realizado por Plan Internacional.

Como si eso fuera poco en América Latina y el Caribe poco más de 104 millones de niñas experimentan rezagos en sus oportunidades de desarrollo futuro sólo por ser jóvenes y por ser mujeres. Por esa razón, el 70% de todas las personas que viven en extrema pobreza en el mundo son mujeres. Pero, ¿cómo lograr que sea de otra manera cuando el trabajo doméstico sigue siendo la principal fuente de ingresos de las mujeres y las niñas y a menudo es el principal trabajo remunerado a tiempo completo?

Más fuerte aún es escuchar que las niñas de entre 13 y 18 años de edad constituyen el grupo más numeroso en la industria del sexo: se calcula que cerca de 500.000 niñas de menos de 18 años son víctimas de tráfico sexual cada año.

La situación de las niñas es tal que se calcula que una de cada tres niñas en el mundo en desarrollo se casará antes de su cumpleaños número 18. "Si no se hace nada para detener las tendencias actuales, para el 2020 más de 140 millones de niñas estarán casadas. Esto es, 14 millones cada año o casi 39.000 niñas casadas cada día", sostiene el informe.

Producto de ello, las complicaciones en el embarazo y el parto son una de las principales causas de mortalidad entre las niñas de 15 a 19 años en los países en desarrollo, mientras que las muertes de infantes son 50 por ciento más altas entre los bebés nacidos de madres menores de 20 años que entre aquellos nacidos de madres entre los 20 y 30 años.

2015. El informe Por ser Niña 2015 resalta que en una encuesta realizada en 16 países determinó que el 10% de las niñas entre 5-14 años realizan tareas domésticas por un espacio de 28 horas o más cada semana, lo que les impide estudiar.

También señala que la pobreza familiar tiene más impacto en la supervivencia de las niñas que en la de los niños: una caída del 1% en el PIB incrementa la mortalidad infantil en 7.4 muertes por cada 1,000 niñas nacidas vivas versus 1.5 muertes por cada 1,000 niños nacidos vivos.

Importancia. Hacer visible la situación de las niñas es vital. De no cambiarla, la de las mujeres tampoco será mejor. Son demasiadas las cosas que deben cambiar. Por ejemplo, la situación de violencia: de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, una de cada tres mujeres experimentan violencia doméstica y, de acuerdo a Plan Internacional, el acoso sexual en la escuela y en las calles es bastante común.

Pero Plan nos recuerda además que la desigualdad y la discriminación continúan: las niñas y mujeres todavía aprenden menos, ganan menos y tienen bastante menos activos y oportunidades. El control sobre sus cuerpos, además, continúa siendo el instrumento del clientelismo político y la mortalidad materna continúa estando inaceptablemente alta. "En ninguna región del mundo las mujeres y hombres, o las niñas y los niños tienen igualdad en sus derechos sociales, legales o económicos", resalta en el informe del 2015.

La falta de derechos es tal que en 15 países del mundo los esposos pueden objetar por vía legal que sus esposas trabajen e impedirles aceptar el puesto y en 79 países hay leyes que restringen los tipos de puestos laborales que las mujeres pueden tener.

Hay otras estadísticas terribles: el salario promedio de las mujeres a nivel mundial es 24% inferior al de los hombres y, de seguir el ritmo actual, se necesitarán al menos 81 años para cerrar completamente la brecha de género en los salarios.

¿Desde cuándo? El Día de la Niña se conmemora desde el año 2012, ya que fue aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 19 de diciembre del 2011. Su aprobación se logró gracias a una propuesta hecha en el 2009 por Plan Internacional.

Orientemos. En lugar de celebrar, el Día de la Niña debe ser un espacio para orientar. Hay que hablarles de derechos, de oportunidades y de cómo lograr que tengan una mejor vida. Hoy no vistamos a las niñas de princesas: que vayan de doctoras, de físicas, de artistas o cualquier otra cosa parecida. Hagamos las pequeñas que piensen en lo que quieren ser y lo que pueden lograr. Cambiemos la vida de alguna niña. De eso se trata el 11 de octubre.

miércoles, 7 de octubre de 2015

El periodismo: renovarse o morir

Con una eterna invitación a hacer las cosas de forma diferente, cada jornada terminó convirtiéndose en una radiografía del periodismo actual. Aquel que, como bien todos sabemos, está condenado a renovarse o morir. De eso, precisamente, se habló durante las jornadas del Festival Gabriel García Márquez de Periodismo, realizado la semana pasada en la ciudad de Medellín, Colombia.

Organizado por la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano como parte de la entrega del Premio Gabriel García de Periodismo, el festival se realizó desde el 29 de septiembre al 1 de octubre. Allí se conocieron los trabajos que resultaron finalistas, así como también se desarrollaron talleres y conversatorios sobre periodismo.

Cada presentación fue una experiencia única y valió la pena. En estas líneas, sin embargo, me quedaré sólo con las exposiciones de Jeff Jarvis y Gideon Lichfield, dos periodistas de generaciones distintas que conocen mundos diferentes pero tienen muy claro qué es lo primordial a la hora de hacer buen periodismo: poner la mirada en el lector.

Servicio. El primer conversatorio del festival fue el de Jeff Jarvis, periodista de los Estados Unidos, quien habló con Juanita León (Colombia) y Rosental Alves (Brasil) sobre cómo reconstruir el periodismo como servicio y no como una fábrica de productos.

Para comenzar Jarvis recordó que antes los medios controlaban la audiencia pero ya no es así. Tenemos que cambiar el periodismo para hacerlo de más calidad, aseguró al tiempo de señalar que el ejercicio debe estar ahora mucho más comprometido que ayer. "El periodismo necesita valentía", afirmó.

Al hablar de lo que es el periodismo, Jarvis señaló que no es contenido: es un servicio para la gente. Por ello, entiende que no se puede pensar en un producto masivo, sino en aquello que quieren las personas. Hay que escuchar siempre a la audiencia, sentenció.

"Agregamos valor como periodistas cuando preguntamos", dijo Jarvis, quien sostiene que el ejercicio puede convertirse en defensoría: "tenemos que ser servidores de la comunidad, hay que decir lo que no se quiere oír", dijo.

Ahora bien, ¿qué son los periodistas para él? Contadores de historias que siempre deben ser leales a la credibilidad. Esos contadores, además, deben ganarse la confianza del público con buenos datos, poniéndose siempre del lado del lector.

Un último consejo: no escribir las historias que todo el mundo escribe. "Hay que subir el nivel del periodismo", aconsejó. Para ello, a juicio de Jarvis, hay que centrarse en los reportajes de alto nivel.

Quartz. Con una visión distinta, ya es que es bastante más joven, el británico Gideon Lichfield apuesta por las nuevas tecnologías.Por algo es cofundador y editor de Quartz, una publicación financiera que sólo utiliza plataformas digitales.

Para él lo importante es la relevancia. "Hay que ser relevante, no tratar de cubrirlo todo sino lo que le interesa a la audiencia", dice al punto de señalar que no se le puede hacer perder el tiempo a la gente porque eso es, al final, lo más importante en internet.

Basado en esa premisa, Quartz se maneja con muchos gráficos y poco texto. Siempre buscando la creatividad, él cuenta que escriben con infografías. Por esa razón cada reportero es un diseñador que se empeña en usar las infos y los textos (si lleva) de forma que sea más cómodo y fácil de escribir... y, claro, de leer.

"Respeta los hábitos del lector", aconseja Lichfield resaltando que siempre hay que tener pendiente dónde lee, a qué hora, cómo y qué lee la gente. Por supuesto también hay que estar al tanto de qué plataforma usa el lector porque hoy día el mundo informativo se mueve mucho más allá de la web: ahora también están las apis, los newsletters, las redes... las noticias llegan por todos lados y por eso, puntualiza Lichfield, "hay que estar abiertos a todas las plataformas".

Insistiendo en que sólo usan la palabra cuando es importante, sostiene que es de vital importancia que los medios se relacionen con los lectores y por eso ellos lo hacen regularmente a través de Twitter. Al hacerlo, determinan qué es interesante para la gente. "Vamos donde está el lector, por eso usamos todas las plataformas", indica.

Eso no implica, por supuesto, que los reporteros no salgan a la calle: "como periodista tienes mejor información cuando sales a hablar con la gente", afirma al tiempo de recordar que siempre hay que hacer las noticias apegado a los hechos, siendo honestos y justos.

martes, 6 de octubre de 2015

Este es el mejor tiempo, :)

Esta ha sido una semana extraña. Por antojos del azar el pasado ha regresado vestido de mil maneras distintas. He recordado épocas y personas diferentes, anécdotas dispares... sin quererlo, porque jamás me lo propuse, he hecho un repaso de los últimos tiempos. ¡Qué bien me he sentido al hacerlo!

Generalmente cuando miramos hacia atrás lo hacemos llenos de nostalgia. Muchas veces añoramos lo que dejamos, bajo la falsa premisa de que el pasado siempre fue mejor, y nos lamentamos pensando en aquello que ya no está (a pesar de que, en ocasiones, nosotros mismos hayamos tomado la decisión de irnos).

Hoy todo es diferente para mí. Con circunstancias nuevas, llena de un optimismo que nunca antes había conocido, por primera vez estoy segura de que este tiempo es el mejor: lo grandioso está hacia adelante y, por ello, camino en esa dirección. El pasado, que ya ha quedado a lo lejos, no puede tocarme: ¡ninguna sensación es mejor que esa: la que da la liberación!

Tal vez si me lo hubiese propuesto no hubiera podido lograrlo. El olvido llega cuando no lo buscamos. ¡Qué antojadizo es! Tanto esperarlo, llamarlo y buscarlo y vengo a descubrir que llegó cuando no me acordaba de él. ¡Para olvidar hay que soltar y dejar de pensar!

Sí, sí, no me mires así: siempre es posible hacerlo. Sé que piensas que tú no, que no podrás olvidar, que la vida es terrible, que el desamor te agota, que necesitas fuerzas... ¡deja todo eso! ¡Tienes que entretenerte, buscar cosas nuevas, leer, ir al cine, perder el tiempo: cualquier cosa que te aleje de los pensamientos que te agobian!

Hace justo un año comenzó mi "debacle". El piso se comenzó a mover, las cosas se torcieron, volvieron recuerdos difíciles, las dudas, la incertidumbre y todas esas sensaciones que preceden al cataclismo final. El proceso fue lento, pasaron unos meses, llegó el desgaste y la ruptura. Y oh, caramba, tras las dudas iniciales se presentó la certeza más absoluta: nadie puede vivir en un ambiente en el que no sea plenamente feliz.

Pero la felicidad va mucho más allá de estar con alguien -que es divino, por supuesto-: es estar bien con uno mismo, sentirse en paz, no tener conflictos alrededor, buscar aquello que nos hace plenos. Suena difícil, cuando uno está hundido, pero la verdad no es nada complicado: es puro asunto de actitud.

No, no me he vuelto loca aunque parezca. La actitud, aunque a veces pensemos que no, es la mitad del pleito: si vemos las cosas bien irán bien pero si las vemos mal se irán para el carajo. ¿Qué hay cosas que no dependen de nosotros? ¡Es cierto! Pero hay muchas que sí podemos controlar: ¡hagamos que esas funcionen! De hacerlo, estaremos mucho más cerca de la felicidad. ¿Qué te cuesta intentar?

A ti, que tal vez quieras volver

Hoy me escribes. Quieres volver a verme. Hace meses te dije adiós. Te expliqué, con claridad, que te dejé de amar. Reconocerlo dolió. Pero también fue un alivio: después de casi diez años mi corazón se liberó. Fue, por fin, libre.

Hice todo por estar contigo. Sufrí el sufrimiento, superé las adversidades y me repuse frente a ti mismo. Fui niña, mujer, tonta, ilusa, víctima, “verduga”, dama… desempeñé todos los papeles que me correspondieron intentando estar a la altura de las circunstancias.

Para ti nunca fue suficiente. Cuando te amé con locura no me amabas. Hubo momentos, incluso, en los que fuiste muy cruel. Yo lo aguanté todo. Fui poquita, fui nada. Te quería por encima de todo. Por eso soportaba tu desdén y reía cuando, después de lastimarme, volvías. ¡Tú siempre volvías!

Un buen día las cosas cambiaron. De repente te necesité más cerca. Te quería junto a mí, de verdad, y no por momentos prestados. Quería algo real, sin muchas pretensiones, pero real. Dijiste que no, que no podías. De ponerte a elegir, tendrías que irte en ese momento.

Por favor, quédate, te dije. Respondiste que no. Imploré nueva vez. Recibí otro no. Entonces lloré con desconsuelo, como muchas otras veces. Esta vez fue distinto. Me miraste a los ojos. Dijiste, frío, que no me podías amar. No querías tener más hijos ni un matrimonio ni nada que te alejara de la empresa que querías formar. Yo no era importante para ti. Tu mundo, lo demás, era lo que contaba.

Sufrí por mucho tiempo. Nunca te importó. Mi dolor no te hería. Sólo querías refugiarte en mi cuerpo. Así el tiempo pasó… hasta que volviste. Pero volviste sin volver. Me mareaste algunos meses pero te fuiste envolviendo en palabras que al final se fueron al aire. ¡Qué raro era estar sin estar!

Luego te enfermaste. Y supe que nunca te había dejado de amar. Fui a verte. Y me quedé. Te cuidé. Te acompañé e hice todo lo posible para que tu dolor fuera menos. ¡Cuánto hubiera dado por sufrir en tu lugar, por liberarte!

Poco a poco nos fuimos haciendo uno. Y creo que fuimos felices. Muy felices. Jamás, a pesar de las limitaciones, estuvimos tan bien como entonces. Creí que sería eterno. Pensé que ya era para siempre. ¡Cuánto he soñado con ese para siempre que nunca ha llegado!

No fuiste feliz. Me tenías sin condiciones. Nunca lo creíste. Dudaste. Tanto dudaste que tus dudas me arroparon, me asfixiaron… acabaron con todo lo que existía. Jamás te engañé ni te mentí. Pero nunca te convenciste. Siempre pensaste que tenía algo que ocultar. ¡Yo que por ti habría dado mi vida!

De pleito en pleito, a pesar de que siempre se basaban en suposiciones absurdas, mi amor se fue muriendo. El dolor, que surgía de nuevo, se hizo muy pesado. Era difícil estar. El equipaje comenzó a pesar. Entonces me di cuenta de que tenía que dejarte atrás. Se trataba de elegir entre tú o yo. Seguir contigo era dejar de vivir, entregarme al sinsentido de no poder ni pensar por miedo a lastimar lo nuestro. Pero, ¿puede algo existir sin respirar? No, no hay manera de ser cuando es bajo coerción.

Nunca quise que fuera así. Siempre soñé con casarme contigo. Creía que sería la felicidad más plena. No supe ver que, así como antes no eras capaz de amarme, nunca lo serías. Cuando el amor no fluye desde el principio jamás lo hará. ¿Por qué cuesta tanto reconocerlo? ¿Por qué tenemos que esperar que todo se rompa por dentro para verlo? ¡Cuántas preguntas sin respuesta!

Sí, sé que es absurdo que te diga adiós cuando has decidido amarme. ¡Esperé nueve años para que lo hicieras! Cualquiera sonreiría y te abriría los brazos. Yo no puedo. Dentro mí algo murió cuando decidiste creer en fantasmas que no existían. Por eso, a pesar de que muchas veces esperé que me amaras, ya no puedo amarte. Mucho menos cuando, en momentos de “desesperación”, me intentas herir. ¡Jamás podrás volver a hacerlo!

Hoy tengo que decirte, vestida de orgullo, que no miraré atrás. No sé si quieres volver o quieres jugar. Ya no me importa. El mundo me espera. He durado mucho tiempo dándole la espalda. Adiós. Te deseo mucha suerte. La necesitarás. Con cariño,

Marien.

viernes, 25 de septiembre de 2015

¡Nada!

Hay días que, al levantarte, saben a nada. Amanece lloviendo, como hoy, y te dices: ¡qué bonito, con lo nostálgicos que son estos días! Sales rápido, antes de que te atrape un nuevo aguacero, un tapón, más amets... la locura de un día normal -o casi- en Santo Domingo.

Entonces descubres que es un día extraño. Mucha gente se ha ido. Hay menos prisa en la ciudad y, aunque es un día como cualquier otro, es evidente que muchos se han pasado las obligaciones por el forro (colegio de los peques incluido) y se han largado a uno de esos tantos rincones espectaculares que tiene el país. Y yo... ¡trabajando (como tú, que estás leyendo esto)!

De repente, ya con medio día liquidado, te dices: yo debería escribir algo, sentarme aunque sea a desentumecer los dedos porque en días grises el aire de la oficina mete miedo; entonces caes en que no se te ocurre ¡NADA!

Pese a ello, abres la página del blog y comienzas a tirar una palabrita detrás de otra. No dices nada, porque estás en un ejercicio de plena superficialidad (eso de escribir cosas inteligentes y elocuentes no se da por sentado, jajajaja), pero estás escribiendo. ¿Qué nadie lo lea? ¡Da igual porque al final esto es un mero desahogo que dentro de unos años sólo servirá para que me ría de lo idiota que soy hoy -cuántos golpes en el pecho se da uno cuando lee lo que escribió ayer-!

Tal vez la moraleja del día de hoy debería ser que cuando uno no tiene nada qué decir no debe escribir nada. Pero, ¿realmente hay que callar cuando no se va a decir nada espectacular? ¿Qué pasaría si aplicamos lo mismo a la vida? ¿Se imaginan que, por no tener planes, no hagamos nada? ¿Por qué sólo le exigimos cosas grandiosas a las palabras? ¿No es acaso la palabra un ejercicio igual que el de la vida?

La mayoría de nosotros (al menos yo) vive sin un plan determinado. Normalmente dejo que la vida pase -tal vez sea un error- y traiga lo que tenga que traer. No sé seguir una agenda, planificarlo todo, saber qué va a pasar cada segundo de la vida: ¡tenerlo todo cuadrado debe ser tan aburrido!

Con las palabras suele pasarme igual. Aunque soy de las que piensa lo que va a decir, imaginando conversaciones todo el tiempo, a la hora de la verdad no digo nada de lo que imaginé: el momento es el que lo traza todo. Eso pasa, también, al escribir: las palabras van saliendo, como les inspira y por eso en ocasiones como esta sólo divago. Ay, ¡pero qué bueno es sentarse frente a una computadora y no escribir nada! Es, al final, como un ejercicio de liberación: no piensas, te entretienes y matas de buena gana algunos minutos. A veces hay que hacer saltos en el camino y, para no hacer nada, mejor escribir algo aunque sepa... ¡a nada!

martes, 15 de septiembre de 2015

La constancia tiene que ser un estilo de vida

Hoy cuando me miré al espejo me dio pena ver lo que he hecho conmigo. Meses de esfuerzo, de disciplina, se fueron al carajo cuando me dejé "arrastrar" por los pretextos y la comodidad. ¡Qué fácil es perder el tino, cómo se disfruta comiendo sin control y dedicando un par de horas más a dormir!

La vagancia es un éxito, la verdad, hasta que... ¡un buen día la grasa cuelga de la pretina del pantalón (tan apretado te queda que casi tienes que "sumirte" para abrocharlo)! En ese instante, cuando te avergüenzas de tu cuerpo, vienen a la memoria los platos degustados, los momentos compartidos y, aunque sabes que lo has pasado muy bien, la culpa aparece inexorablemente.

Entonces, mirándote con cara de disgusto y loca por reclamarte pero sin poder hacer demasiado porque no te vas a flagelar, tomas nueva vez una decisión firme: hay que volver a ponerse en forma, haciendo hasta lo indecible -sin exagerar, por supuesto- por encontrar el cuerpo perdido. ¡Qué difícil es saber que estabas donde debías y, por dedicarte a la chercha, lo perdiste todo!

Mi historia es la historia de muchos. Tal vez tú, que lees estas líneas, estás muerto de la risa en este momento. Sí, es fácil reflejarse en mi espejo: ¡es tan normal perder la línea por descuido! ¿Cuántas veces no nos ha pasado lo mismo en el transcurso de nuestra vida?

Pensar en lo que hemos hecho o dejado de hacer, cuando no tiene remedio, ya no tiene sentido. Por ello, sólo queda volver los pasos y conseguir, nueva vez, la meta. ¿Cómo? Con la única clave que existe para alcanzar el éxito: la constancia.

¿Se imaginan qué diferente habría sido mi casi si, aunque pecara alguna vez, hubiese seguido con la rutina de ejercicios y comiendo con control? Sí, sí, lamentarse no sirve de nada pero es bueno pensar en todo lo que podríamos evitarnos si hacemos las cosas que corresponden; es como cuando tenemos nuestra casa en desorden: llega a ese punto porque empezamos a dejar cosas tiradas por doquier, en lugar de regresarlas siempre a su lugar.

La inconstancia es la madre de todos los fracasos. Lo tenemos claro, clarísmo, pero la abrazamos uno y otra vez. ¿Será que somos masoquistas? Tal vez porque, la verdad, es difícil entender que vivamos en un eterno y absurdo vaivén: ¡como si no fuera más complicado recomenzar de cero!

Hoy me he dado mil golpes en el pecho. He recordado aquellos instantes en los que me decía "Maaaaarieen, si sigues así vas a terminar mal" y, posteriormente, no me ha quedado otra opción que bajar la cabeza ante el "te lo dije" que he tenido que decirme (ah, sí, yo me echo mis boches).

Deliro. Sí, como de costumbre, deliro. Yo iba a escribir del éxito pero en el camino me he entretenido con las libras. Pero, ¿al final el peso no es un tipo de batalla? Si lo pensamos bien la vida es como el peso: una vez pasada la época en la que te lo dan todo (en la vida tus padres y en el peso el metabolismo de la juventud), tienes que fajarte para conseguir las cosas y, una vez las has logrado, debes luchar para mantenerlas. Todo, al final, se traduce en constancia y disciplina. ¡Nada es gratis ni fácil! ¡Lo único que funciona es hacer de la perseverancia un estilo de vida!


PD. La ilustración corresponde al cuadro "Mujer frente al espejo", de Pablo Picasso.

jueves, 27 de agosto de 2015

Por ese dolor que tanto duele

Hoy comencé el día llorando. Cuando abrí el Facebook mi alma quedó destrozada. "¡Dramático! Adolescente de 17 años que sobrevivió de milagro no podrá concebir", fue lo primero que leí al entrar. El titular, de Noticias SIN, me dejó tan perpleja que me hizo olvidar, por un momento, cuánto me dolía el dolor de esa chica. La indignación pudo más que lo demás.

No entendí cuál es la necesidad de contar en un titular que una adolescente, desesperada porque está embarazada y cree que ha tronchado su vida, jamás podrá concebir. ¿Hay derecho a que todos sepamos algo que debería manejar la familia? ¿Y si ella aún no lo sabe y pone, de repente, el noticiero? ¿No es, además, demasiado cruel que ella tenga que cargar públicamente con el estigma social de lo que en RD significa no poder tener hijos?

Este caso duele de muchas maneras. La historia es desgarradora desde principio a fin. Por un lado tenemos a una chica muy joven, muy asustada y muy perdida que entiende que debe acabar con su vida porque un embarazo, evidentemente no deseado, acabó con todos sus sueños. Ese embarazo nunca debió ser. Pero, ¿alguien habló alguna vez con Estany? ¿Alguien le dijo lo que podía pasar teniendo relaciones prematrimoniales, sin protección alguna, a tan corta edad? Es evidente que no. De haberlo sabido, ella jamás habría quedado embarazada.

Su embarazo, y la forma en que ella quiso acabar con él, nos obliga a poner la mira en lo que están viviendo nuestras jóvenes. Esa chica tomó una decisión brutal, lo que indica hasta qué punto llegaba su desesperación: cuando alguien decide que morir es su mejor opción es porque lo ve todo demasiado negro. ¿Cuántas muchachas más podrían estar en la misma situación? Si caer en el tema del aborto, que es otra discusión, esto debería obligarnos a hablar de esta realidad.

Dejemos el porqué de su decisión a un lado. Al final es algo que ella deberá trabajar, con mucha ayuda psiquiátrica, y superar. Pero también deberá superar el que su vida se haya expuesto de esa manera. Todos sabemos hoy quién es, qué hacía, por qué sufría, cómo ha quedado, qué podría ser de ella. Sabiéndolo, la hemos matado: es difícil que pueda rehacer su vida y olvidar porque su imagen estará, toda la vida, en todos los medios y todas la redes.

¿Es justo lo que le hemos hecho? Tal vez peque de sensiblera (sobre todo porque soy periodista) pero a mí, la verdad, me ha dolido mucho ver todo lo que se ha dicho. Leer la carta que dejó. Saber que no quería a su bebé, que no podrá parir... esas cosas debieron, creo yo, quedar en familia.

Si ya era difícil superar la imagen de su cuerpo tirado en el asfalto, con la sangre al rojo vivo como protagonista, fue demoledor descubrir todo lo demás: el parte médico y sus propios sentimientos. Aunque confieso que caí en la trampa de leer lo que se publicó, algo que tal vez no debí hacer, me pregunto: ¿hasta qué punto, en este tipo de casos, la sociedad tiene que saberlo todo?

Como suele suceder en estos casos, entre ayer y hoy nos hemos pasado las horas condenando a los medios, sobre todo los digitales y los noticieros de televisión, por el trato que le hemos dado. Esto, aunque se ha dicho mil veces, debería llevarnos a discutir cómo deberían ser las coberturas de este tipo. ¿Por qué no nos ponemos todos de acuerdo? ¿Por qué no hacemos del respeto una norma? La dignidad siempre debería estar primero.

El caso de Estefany, además, ha puesto en evidencia lo mal que está nuestra sociedad: hoy todos aplaudimos a Luis Carlos Jiménez Hernández por socorrerla y acompañarla, evitando que la atropellaran, que no es más que lo que correspondía hacer en este caso. Muchos dicen que es un héroe cuando solo es un ciudadano que se comporta como tal. ¡Qué duro es que nos sorprenda que alguien haga el bien porque estamos acostumbrados a que sea lo contrario! Muchos de los que se detuvieron en el lugar se dedicaron a tomar fotos, video... todo un recuerdo para subir y compartir. ¡Qué cruel es la sociedad de hoy día! Ese es otro gran dolor. ¡Qué pena que la tecnología nos haya hecho tan crueles!

lunes, 24 de agosto de 2015

Tres años de mucha propaganda

Cumplidos los primeros tres años de Gobierno, hemos aprendido unas cuantas lecciones. Una de ellas, tal vez la principal, es el poder que tiene la propaganda: con un equipo de relaciones públicas envidiable, el Gobierno se destaca por las eficientes campañas de promoción que realiza cada día, invadiendo dulcemente nuestros espacios con historias vestidas de color que provocan sonrisas en los más incautos.

Su eficiencia es indiscutible. Saben cómo trabajar, cómo manejar la imagen del Presidente y lograr, como si fuese de forma espontánea, que todos hablemos de él. El equipo es grande -y por momentos se agranda más a golpe de rescatar desempleados- y está diseminado por todas partes: el Dicom hace tiempo que les quedó pequeño.

Hoy recibimos tantas notas de prensa de instituciones del Estado que muchas veces las obviamos. De ponerlas todas los periódicos no le ofrecerían nada más a sus lectores: la maquinaria trabaja bien, alineada y engrasada, y se mantiene en constante movimiento. No hay un día de la semana en el que no llegue una gran historia: hasta las tragedias del 911 se han convertido en hermosas y llamativas narraciones -aunque muchas veces no tienen ninguna esencia-.

La llegada de Danilo Medina ha marcado un nuevo estilo en la Presidencia de la República. Aunque es un presidente distante, a nivel de la prensa que cubre el Palacio, eso nunca se nota: las informaciones fluyen, cual si salieran de un manantial, de las oficinas del Dicom; ¡quién diría que hay días en los que los periodistas llegan de su fuente sin nada en las manos!

Alérgicos a las entrevistas, la mayoría de los ministros ha copiado el ejemplo de Palacio: envían sus notas, interesadas, y pocas veces están prestos a ser entrevistados. Los funcionarios medios, tal vez orientados por sus jefes, también han hecho del silencio su norma: ¡qué difícil es lograr que hablen!

Pero ahí no queda todo. Con anuncios en la mayoría de las páginas digitales y blogs que publican/reproducen noticias, el Gobierno se ha destacado por masificar la publicidad estatal. Ya no es cosa de grandes medios, como antes: el pastel se ha repartido pero, al hacerlo, también se han conquistado muchas lealtades que han sido puestas a prueba en más de una ocasión.

Así las cosas es mucho el dinero que se invierte para decir lo que se hace y/o para vender una ilusión de lo que se está haciendo (recursos que hacen falta para otras cosas, por demás). Tan democrática es la inversión/gasto en publicidad que muchas voces se han rendido ante la magia de las ejecutorias de este maravilloso Gobierno.

Cual si estuviese poseída, hay gente que parecería dedicarse exclusivamente a replicar y reproducir los contenidos que son creados para promover a Danilo. Una parte de esas personas ni siquiera cobra nada por hacerlo. Y ahí radica la grandeza de la propaganda gubernamental: convence a la gente que, a su vez, se convierte en promotora de las campañas que se gestan en el seno del Gobierno.

De prisas y animales o cuando la ciudad se convierte en una selva

Estoy en la Santiago, un poquito después de la Socorro Sánchez. Voy hacia la Delgado y el semáforo de la Hermanos Deligne está en rojo. Aunque la calle en ese tramo es de doble vía, de repente deja de serlo: un señor, al que le asaltó una "prisa presurosa" (asumo yo), entró en pánico y fue incapaz de ponerse a la cola de los seis o siete carros que había delante suyo. Por ello, nos rebasa a todos por la izquierda, ocupa el carril de la vía contraria, detiene el tránsito de esa vía y, cuando el semáforo cambia, obliga a detenerse al que está a su derecha; él tiene que cruzar, adelantarse, irse... su tiempo vale más que el del resto, nada se puede interponer entre su mundo y el nuestro.

Un poco más adelante, en la calle Pasteur, otro carro decide rebasarme por la izquierda para cruzar la luz roja. Tampoco tiene tiempo de esperar, al parecer, unos pocos segundos.

Intento olvidar las dos escenas anteriores. Será imposible. Más adelante, en la Delgado con Independencia, veo cómo tres carros giran a la izquierda a pesar de la luz roja. ¡Es demasiado para un día, me digo! ¿Será que nos estamos volviendo completamente locos? ¡Todo esto en menos de veinte minutos!

Respiro. Intento tranquilizarme y borrar la indignación que me asalta. ¿Pueden empeorarse las cosas? No, si al final sólo me resta llegar hasta la Arzobispo Meriño para llegar a mi destino. Canturreo, mientras me acerco a la Padre Billini, y olvido.

No llegué lejos. A unos metros veo una jeepeta mirando en dirección al oeste, es decir, en vía contraria. Es una chica que quiere salir de un estacionamiento y me hace señas para que le permita cruzar: quiere robarse un trocito de calle. Yo, siempre correcta, le dije que no, que era una vía y que lo que quería hacer estaba prohibido. Me acomodo en el carro a esperar que ella retroceda un poco para poder cruzar. Ella se incomoda, mira a ambos lados y, como por fortuna la condenada manejaba muy bien, cruzó por el pequeño espacio que había entre mi carro y otro que estaba estacionado frente a ella.

Tras pasar, la chica me regaló un par de maldiciones. Había cometido una afrenta contra ella. Por civilizada, aunque suene extraño, terminé siendo la indecente. ¿Cómo es posible que yo sea tan perra de no cederle el paso para que viole las leyes de tránsito? Regalándome una mirada de odio y arrogancia, con todo el desprecio que se puede sentir, ella se fue con sus veintitantos encima. Al hacerlo, me dejó con una terrible sensación de tristeza: qué duro es ver cómo se comportan algunos de los que nos relevarán en el futuro.

Todo lo que les cuento sucedió el viernes pasado, en un espacio de media hora. Eran poco más de las cinco de la tarde. Por tanto, como pueden figurar, aún me faltaba lidiar con los idiotas que se irían en rojo en horas de la noche, cuando ya parece que lo anormal es esperar que la luz cambie.

No sé qué nos está pasando. Cada vez son más frecuentes las violaciones a las leyes de tránsito. También son más agresivos los conductores que quieren pasarnos por encima. Varias veces me he encontrado de frente con gente que está dispuesta a chocarme en la José Contreras con Alma Mater, a pesar de que yo voy en la dirección correcta: ellos entienden que tienen todo el derecho del mundo a salir de La Sirena en vía contraria.

También es preocupante ver que es cada vez más normal que los conductores se vayan en rojo a cualquier hora del día. Ahora la costumbre es mirar a ambos lados y, si creen que les da tiempo a meterse, cruzan sin importar el color de la luz de los semáforos. Lo grande es que cuando eso sucede nunca hay un Amet cerca: los agentes sólo están en las grandes calles, donde no son necesarios, dirigiendo un tránsito que al final sólo caotizan. ¿Cómo vamos a terminar? Me da miedo responderme.

domingo, 23 de agosto de 2015

Como Franchesca, todos estamos en peligro

Cuando veo una patrulla policial, generalmente, tiemblo. Si me detienen es aún peor: ¿saldré ilesa de aquí?, me pregunto mientras le hago caso al oficial de turno en un intento de no perecer por ponerme de necia. Hasta el momento no ha pasado nada: ven que es una mujer al volante y sólo atinan a decir "váyase, doña", dejándome con el mal sabor del susto y de sentirme, inefablemente, mayor.

Al dejar a la patrulla detrás, aunque a veces me siento mal por dejarme embargar por un miedo que a veces suena hasta irracional, siempre llega el alivio. También la indignación: ¿cómo es posible que uno viva en un lugar en el que le tema a la autoridad? ¿Cómo hemos llegado a un nivel de degradación tan terrible?

Es desolador saber que los hombres a los que les pagamos para cuidarnos son los mismos que nos lastiman, que destruyen nuestros sueños y que nos roban hasta la vida misma. La última víctima de ellos fue una chica de rostro dulce, con apenas 19 años y que, paradójicamente, estudiaba periodismo porque quería contribuir a mejorar la sociedad.

Ver la sonrisa de Franchesca Lugo Miranda en todos los periódicos de ayer fue desgarrador. Apenas comenzaba a vivir, le faltaba casi todo por hacer pero no, no la dejaron: fue asesinada por dos policías y un expolicía que querían robar un carro para "cumplir con un encargo"; ¡eran ladrones!

¿Cuántos más, como los rasos Emilio Alexander Suazo Suazo y José Manuel Piña Marte, así como el expolicía Joan Manuel Genao de la Rosa, andarán delinquiendo por las calles de la ciudad? ¿Cuántas personas más caerán víctimas de sus balas, presas de la ambición desmedida que les lleva a ser representantes de "autoridad" de día y delincuentes de noche?

La muerte de Franchesca duele y duele demasiado porque nos repite, por enésima vez, que la Policía está más podrida de lo que recordábamos (sí, por momentos tenemos delirios de olvido y pensamos que las cosas están bien). También nos alerta y nos dice, de nuevo, que todos estamos en peligro.

Mientras tengamos una Policía corrupta, a la que no le importe atentar contra sus ciudadanos, no estaremos protegidos. En cada escándalo, en cada gran asesinato, hay agentes policiales envueltos. Mientras eso sucede, la ley que reformará la Policía Nacional sigue dando vueltas en el Congreso Nacional.

Pero eso no es todo. La desidia de las autoridades policiales, que nunca le han puesto coto a sus oficiales y permiten que suceda de todo en sus filas (tal vez porque les garantiza a ellos mismos favores de esos que no pueden nombrarse), se suma la ceguera del Gobierno, que se concentra en promover los logros del 911 y en afirmar que el patrullaje mixto ha reducido la delincuencia.

Como si eso no fuera suficiente, así como para ponerle la guinda al pastel, el procurador Francisco Domínguez Brito, se acaba de despachar diciendo que Santo Domingo es una de las ciudades más seguras del mundo en cuanto a ocurrencia de muertes por homicidios. ¿Será que no lee los periódicos ni ve las noticias?

¡Así de desprotegidos estamos! Con una Policía que nos mata y un Gobierno que se dedica a la propaganda para tranquilizarnos a todos, vivimos en la cueva del lobo. ¿Lo peor? ¡No podemos hacer nada! ¿Será que tendremos que irnos? Sería terrible.

lunes, 17 de agosto de 2015

Las funerarias y el irrespeto al dolor ajeno

El descansa allá, al fondo, y no se entera de nada. Aunque su partida es dolorosa, es un alivio saber que no sabe lo que está sucediendo: ver las sonoras tertulias que se gestan grupo a grupo, a la gente buscando demostrar que les unía un gran afecto (haciendo extrañas anécdotas que no se pueden comprobar) y, sobre todo, sentir esa poca empatía hacia sus deudos, quienes reciben rápidos abrazos, cálidos mensajes y mucho pero mucho olvido: el dolor por la partida de quien se ha ido dura segundos porque, al cruzar la puerta y encontrar algún camarada, las risas serán sonadas... demasiado sonadas.

Esas risas, por momentos, llegarán al interior de la capilla y serán como dardos para quien intenta sortear el dolor. Pese a ello, aunque es evidente que la desconsideración duele más que la soledad, serán muchos los que lo olvidarán y harán del ambiente algo insoportable.

No sé qué nos ha pasado. Antes ir a una funeraria era sinónimo de recogimiento y respeto. Si algo nos molestaba allí era la impotencia de ver a alguien sufrir sin poder hacer nada, el no saber qué decirle, cómo confortarle, cómo estar, dónde colocarte... era esa sensación terrible de sentir cómo el alma se encogía y debías aguantar, estoicamente, porque era lo que correspondía.

Hoy es distinto. Ir a una funeraria es como irse de coctel (bebiendo café, claro, que tampoco hemos llegado tan lejos): demasiada gente buscando protagonizar la velada: ser el más visto, el que más salude, el que más hable, el que mejores anécdotas haga y, porque hay de todo, tampoco falta el de los mejores chistes.

Puede que la gente olvide que lo que sucede en la antesala se escucha dentro, sobre todo si mantienen las puertas abiertas de par en par, como un símbolo constante de que la educación se ha perdido. Al escuchar el ruido, uno se pregunta: ¿cómo alguien puede reír en un espacio que está lleno de dolor? ¿Cómo, sabiendo que hay tanta gente que sufre, somos tan desconsiderados que no guardamos el recogimiento necesario?

Es difícil entender que haya quienes no reparen en que ese jolgorio sólo empeora el ya difícil momento de los que están intentando no descalabrarse en ese instante: si al dolor le sumas la indignación por el irrespeto que otros sienten hacia lo que estás viviendo, la mezcla es cualquier cosa menos bonita.

La verdad es que a mí nunca me han gustado los funerales. En realidad, los detesto. Ahora, sin embargo, esa "alergia" se ha ido haciendo cada vez mayor: me molesta demasiado ver que la funeraria se ha convertido en un lugar para socializar, hacerse el gracioso, ir de famoso y hasta "afianzar liderazgos". Es duro, demasiado duro, ver que involucionamos. ¿Será que hemos perdido la sensibilidad? Puede que sí, que sean las cosas de la "modernidad"...

viernes, 17 de julio de 2015

Esos Toc's que te hacen reír

Cuando ves el título de la obra, Toc Toc, piensas en puertas que se abren, gente que entra y sale, recibimientos, despedidas y... bueno, sí pero no. Aunque hay gente que va entrando, desde el principio, este "toc toc" no versa de onomatopeyas sino de una pieza teatral. Aquella que, centrada en seis tipos de trastornos obsesivo-compulsivos (toc's), nos lleva a descubrir que en realidad no estamos tan locos como se nos acusa, jajajajajaja y, sobre todo, nos obliga a reírnos de lo lindo.

Todo comienza, eso sí, de forma confusa. Lo primero que vemos es a un señor (Exmin Carvajal) con una peluca que rechina a lo lejos y da una muy mala primera impresión (debería quitársela, por Dios). La imagen da qué pensar. ¿Es en serio?, te preguntas mientras observas que en el escenario hay otras cinco sillas y que, por tanto, vendrán más actores. Esperas a ver qué pasa.

No transcurre mucho tiempo antes de que entre a escena el segundo actor (Orestes Amador). Con una personalidad avasallante, empieza a hablar con el primero que, acto seguido, comienza a soltar palabras obscenas al tiempo que muestra un tic medio necio. En ese instante dices, ¡carajo, pero qué es esto!

Momentos después entiendes qué es. Te das cuenta de que, a pesar de que los primeros chistes no sean muy allá (para mí, al menos, que soy bastante sangrona), la obra y los personajes te van a llevar de una obsesión a otra hasta que te preguntes si realmente no tienes ninguna y, mientras lo haces, te rías con todas las cosas que van haciendo/diciendo/pasando.

La trama tiene lugar en la sala de espera del consultorio de un psiquiatra al que han ido seis "locos" que, sin reconocer que tienen un problema, han llegado hasta allí porque alguien les pidió que fueran a ver a ese famoso doctor Cooper que, procedente desde Miami, es experto en tratar los toc's. ¿El problema? El doctor nunca llega porque su vuelo está atrasado y, de tanto esperar, los pacientes al final se van. La espera, sin embargo, es más que provechosa para ellos y para el público (inserte signo de interrogación hasta que vea la obra y entonces sabrá por qué le extrañaba que el primer paciente tenga un listado impreso con todos los toc's).

No diré lo que sucede. No. Sólo les contaré que el primer actor encarna a Fred, que es el paciente 178 según la ficha técnica (el programa, jajajajaja) y padece del Síndrome de Tourette, es decir, que hace movimientos involuntarios y dice palabras groseras; y el segundo a Camilo, el paciente 345, quien tiene Aritmomanía, lo que le lleva a contarlo todo, todo, todo y está al borde del divorcio porque su mujer no soporta su obsesión por los cálculos (impresionantes, por cierto, ya que calcula cosas que a nadie se le ocurren).

La tercera que conocemos es a Bianca que, encarnada por una Gianni Paulino que debe soltarse un poco más y no empeñarse tanto en su papel (para verse más natural), padece Nosofia: repulsión a los gérmenes y temor excesivo de contraer enfermedades. Es la paciente número 237 y, vestida de un blanco impoluto -un traje muy bonito, por cierto-, pone a todo el mundo histérico con su afán de lavarse las manos. Es la protagonista de uno de los mejores chistes de la obra: cuando dice que tiene 26 años.

Superado el trauma de ¿me lavo tanto las manos? (hablo de mí misma), llega María (Patricia Muñoz): la paciente 456 que sufre de Verificación, por lo que debe comprobar continua y repetidamente las cosas (si anda con las llaves, cerró el gas, apagó la luz, quitó el agua) para evitar que suceda una tragedia. Beata a más no poder, sufrirá bastante con el síndrome de Fred, ya que sus insultos le remueven la fe. Por momentos uno no sabrá si compadecerla o decirle tres cosas. Provoca algunos de los mejores momentos de la obra.

Tras María llega Lily (Lorena Oliva), paciente 834, medio infantil e intensa con un toc que la hace única: tiene Ecolalia, lo que la lleva a repetir las frases que ella dice (casi siempre cortas, claro) y en ocasiones las últimas sílabas de la última palabra de lo que dicen los demás. Sus gestos dicen, en ocasiones, más que ella misma.

El último paciente, el 839, es Pep (sí, sin e). El sufre de Simetría, por lo que es incapaz de caminar por encima de las líneas del suelo y tiene real obsesión por la simetría y el orden. Interpretado por Francis Cruz, se pasa la mayor parte del tiempo sentado sobre la silla y así, desde su posición, se convierte en el centro de la atención.

Cada uno de los personajes está muy bien definido. Sus toc's los hacen espectaculares y, sobre todo, te llevan a preguntarte muchísimas cosas (que no he de confesar, por supuesto). Verlos es ir de la risa a la introspección y de la cuerda a la ternura y la sensibilidad: no hay manera no ser tocado.

Dirigida por Germana Quintana, lo que es garantía de calidad, esta obra tiene todo lo que uno busca cuando va al teatro. Por ello, si el próximo fin de semana tienen tiempo, vayan a la Sala Ravelo del Teatro Nacional. Hay funciones viernes y sábado a las 8:30 pm.

jueves, 2 de julio de 2015

Los pecados de Human Rights y de la prensa

Cuando usted presenta un informe sobre un país acosado por la comunidad internacional, donde todo el mundo está al borde de la histeria y las crispaciones se multiplican cual peces en manos de Jesús, debe ser demasiado riguroso: los hechos tienen que estar contrastados con muchos ejemplos y los datos tienen que ser actuales; de nada sirve presentar una realidad que ya no existe porque, al hacerlo, usted parecerá sesgado y, puede estar seguro, lo acusarán de manipular y formar parte de un plan conspirativo.

Ese fue, precisamente, el primero de los errores que cometió Human Rights Watch: hace afirmaciones taxativas a pesar de que su informe no documenta suficientes casos (cita algunos pero son muy pocos) y mezcla situaciones actuales con otras que ya se resolvieron. Por ejemplo, presenta a cuatro personas a las que la Junta Central Electoral (JCE) les había suspendido sus actas de nacimiento y que dieron testimonio de que estaban esperando que les devolvieran sus documentos (en sus palabras no habían dejos de esperanza). El informe jamás consiga, sin embargo, que esas personas forman parte de las 55 mil ciudadanos a los que la JCE les validó recientemente las actas de nacimiento.

Por otro lado, que es lo que más reacciones ha traído, dicen lo siguiente: “La República Dominicana le está negando el derecho a una nacionalidad a decenas de miles de ciudadanos y, a pesar de mensajes contradictorios, autoridades están deteniendo a personas y expulsándolas hacia el otro lado de la frontera”. Y agregan: “El gobierno debe cesar inmediatamente de expulsar a dominicanos de ascendencia haitiana y debe garantizarles sus derechos”.

Al decir esto, la gente piensa inmediatamente en el plan de regularización, puesto que en estos momentos miles de haitianos han regresado a su país porque no tienen documentos y estaban viviendo ilegalmente en la República Dominicana. Entre los que se han ido, de manera voluntaria -algo que Human Rights no menciona- no hay dominicanos de ascendencia haitiana: todo el que ha cruzado la frontera en los últimos días es haitiano y se ha marchado para evitar ser deportado en el futuro.

Human Rights perdió de vista que cuando le pide al Gobierno que deje de expulsar inmediatamente a los dominicanos de ascendencia haitiana está asegurando (aunque quizás no se lo haya propuesto así) que eso está sucediendo en este momento. Los pocos casos que ilustra, con nombres y apellidos, son de principios de año y fueron denunciados en la prensa. Después que se publicaron los hechos en los periódicos, hay que resaltarlo, estas deportaciones (que fueron pocas) cesaron. Human Rights no lo consigna.

Otro grave error del organismo es que mezcla los procesos de regularización y naturalización. Cuando habla de deportaciones dice que el Gobierno anunció que no deportaría desnacionalizados hasta agosto del 2015. El Gobierno, sin embargo, jamás ha dicho que deportará desnacionalizados: ha hablado de que deportará extranjeros que vivan en República Dominicana de manera ilegal, es decir, aquellos que no aplicaron al plan de regularización.

"Para permitir que las personas aprovecharan los beneficios de la ley (de naturalización) y brindarles el tiempo necesario para inscribirse, el gobierno anunció que interrumpiría las deportaciones de las personas desnacionalizadas hasta el 15 de junio de 2015. Más tarde, esta fecha se trasladó a principios de agosto de 2015", dice textualmente el informe de Human Rights.

Al confundir las cosas, Human Rights obvió un detalle fundamental: los que se verán afectados con las deportaciones son inmigrantes indocumentados, no desnacionalizados, que no pudieron ingresar al plan de regularización porque no tienen documentos. ¿Quién falló ahí? El gobierno de Haití, que en ningún momento hizo un esfuerzo por documentar a su gente. Hoy, sin embargo, condena a República Dominicana por ejercer su derecho de regular la migración.

Este fue el desacertado panorama que presentó ante la prensa nacional el director ejecutivo de la división de las Américas de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco, quien pagó por los platos rotos del entuerto hecho por su personal ya que no le pudo responder a los periodistas dónde estaban las deportaciones que denunciaba porque simplemente hablaban de dos cosas distintas: los periodistas asumieron que Vivanco estaba diciendo que en estos momentos hay deportaciones de dominicanos de ascendencia haitiana (algo que no está sucediendo), mientras que Vivanco hablaba de las deportaciones de principios de año (tan mal documentado que no pudo citar el caso de las monjitas que fueron enviadas a Haití con un grupo de niños, por ejemplo, o la de un joven al que deportaron porque andaba sin su cédula).

Para colmo cuando Vivanco mencionó las deportaciones -que no se han dado porque lo que hay es retorno voluntario, insisto-, los periodistas asumieron además que estaba criticando el proceso de regularización. Por eso le preguntaron, erróneamente, que por qué ellos no criticaban a Bahamas. Vivanco, que al parecer no se empapó del tema, nunca se dio cuenta del embrollo y terminó enredándose inexorablemente.

Vivanco lo que debió decir es que ellos temen que se llegue a deportar a los afectados con la sentencia 168-13. Esos afectados, sin embargo, no serían las decenas de miles que ellos mencionan: esas decenas de miles recibirán sus documentos porque la JCE ya validó sus actas de nacimiento. Quedarán casos, por supuesto, pero serán mínimos. A causa de ello, la tesis principal de Human Rights se cae.

Establecidos los pecados de Human Rights Watch, sólo queda hablar de la prensa, que se comportó como cualquier cosa menos como lo que es. Una buena parte de los periodistas, cual si fuesen activistas, hicieron galas de un desaforado fervor patriótico que les hizo perder la compostura y convirtió la rueda de prensa en un desorden de marca mayor: en lugar de contrastar las declaraciones, se enfocaron en "desnudar" a Vivanco enrostrándole que no tenía pruebas; ¿no era más lógico preguntar, con serenidad, todo lo que tenían que ripostar?

La intención, al parecer, fue caotizar la rueda de prensa, acorralar a Vivanco y, puestos a ello, humillarlo porque "ofendía al país". Es triste pero, tras saber que ahí había dos periodistas que trabajan en la Dirección General de Comunicación (DICOM) de la Presidencia, cuesta creer que todo lo que sucedió fuera espontáneo: media hora antes de que iniciara la rueda de prensa uno de ellos tuiteaba que Human Rights aún no había aparecido y se preguntaba: "¿se habrá arrepentido de sus falacias?". ¿Cómo saber que dirían falacias si aún ni siquiera les habían visto la cara?

Había muchas cosas que rebatirle a Human Rights Watch (acabo de demostrarlo, en efecto). La forma de hacerlo, sin embargo, no fue la correcta: los periodistas estamos para preguntar, contrastar, cuestionar y dejar en evidencia, siempre manteniendo el respeto, a quien no está diciendo la verdad.

Sé que a muchos les molestó el tono con el que hablaba Vivanco. También que hiciera recomendaciones que van más allá de cualquier lógica, como la de que se impida el ingreso de RD al Caricom, así como otras que no tienen razón de ser porque plantean situaciones ya superadas. A pesar de la molestia, los periodistas nunca debieron reaccionar con hostilidad y violencia: no es nuestro papel. Desnudar al entrevistado, con hechos y palabras, es la mejor de las venganzas y nos hacer quedar muy bien. ¡Nunca lo olvidemos!

Lo peor de todo esto es que algunos periodistas tiraron por la borda una oportunidad de oro: en lugar de hacer crónicas que pusieran en evidencia a Human Rights Watch, se centraron en el escándalo mediático y hablaron básicamente del match que se dio en ese ¿improvisado? ring. Así no se hace periodismo.

viernes, 22 de mayo de 2015

Cuando suponer es perder

Cuando vi el mensaje no lo podía creer. Me acusaban, de repente, de algo que jamás cruzó por mi mente. Mi reacción inicial fue el asombro. Luego me incomodé, brevemente, y al final lo olvidé. ¿Vale la pena que te sacudan falsas acusaciones? No, me dije, y zanjé el tema conmigo misma. Discutir es perder, me convencí, y lo dejé así.

Hoy decido escribir estas líneas, a pesar de que parezca una forma de responder, porque al reparar en el error de esa persona pensé en la cantidad de veces que uno supone cosas y las da por hecho sin ir más allá de lo que se ve a simple vista. Generalmente, hay que admitirlo, pecamos por no razonar sólo un poquito porque, de hacerlo, entenderíamos que nos hemos equivocado al sacar las conclusiones.

En una infinidad de ocasiones, aunque tal vez creamos que no, los demás toman decisiones que no tienen nada que ver directamente con nosotros. ¿Por qué pensar, cual si fuésemos el centro del universo, que siempre el otro nos quiere joder?

Puede que el narcisismo o el ego sean más fuertes que la razón. Sólo así se entiende que haya individuos con un delirio de persecución tan fuerte que anden pensando que la gente siempre va a por ellos. ¡Generalmente no es así, toca entenderlo!

Da risa ver que hay quienes creen que uno anda con una daga para clavársela en el momento menos esperado, cuando la verdad es que uno ni siquiera está pensando en ellos. Pobre de esos que dejan de vivir por estar pendientes de cuidar sus espaldas, ¡qué forma de desperdiciar el tiempo!

Vivir pensando en una eterna conspiración es no tener paz. ¡Qué triste ha de ser! ¡Cuántas cosas se han de perder por estar buscando despropósitos en todo lo que el otro hace! ¡Qué miserable es estar pendiente de la vida de otra persona, con la que no se tiene ninguna relación, para definir la de uno!

Ojalá no me tocaran casos así. Sin embargo, amén de que para que haya universo tiene que haber de todo, asumo que si me toca es para que aprenda qué no debo hacer. Esta ha sido una buena lección: rápida, sin dolor, me ha recordado que suponer puede ser perder. ¡No vale la pena hacerlo! Siempre es mejor hablar, preguntar y despejar todas las dudas. Es como decía abuela Celia: mientras mayor claridad, mayor amistad.

jueves, 21 de mayo de 2015

Ante la imposición oficial del aumento salarial

Cual diálogo de sordos, la última reunión del Comité Nacional de Salarios (CNS) terminó como si los protagonistas nunca se hubiesen sentado en la mesa: el sector oficial impuso el aumento de un 14%, a pesar de que no fue aceptado por el sector sindical, dando por zanjado este tema.

El aumento, que entrará en vigencia a partir del primero de junio según consta en una nota de prensa enviada ayer por el Ministerio de Trabajo, podría traer fatales consecuencias: ¿cómo aprobar, casi de facto, un aumento después de seis horas de inútiles (para los trabajadores) negociaciones?

Las informaciones acerca de este tema son un poco grises. Sabemos que los empleadores ofrecieron un pírrico aumento del 11% que fue rechazado de plano por los sindicalistas, quienes ya habían bajado su reclamo del 30 al 20%. Así las cosas, el responsable del CNS decidió ofrecer un 14% (aunque era más lógico que fuera un 15%) y, tras argumentar que ambas partes aceptaron ese porcentaje, dieron el aumento como válido.

Para tomar esa decisión, el Comité obvió dos puntos fundamentales: que los sindicalistas habían condicionado ese 14% (que aún es muy bajo) a que fuera retroactivo, es decir, que cubriera los seis meses que ha durado la discusión del salario -algo que como era de esperarse no fue aceptado por los patronos-; y que los empresarios pidieron que se les reclasificara para aceptar ese monto.

En una jugada que pudo haber sido un tanto desesperada, Trabajo decidió obviar las condiciones que se pretendían lograr (barajando así el consenso) e impuso el aumento. Al hacerlo, asumo, habrá pensado que todos iban a quedarse callados, como siempre, y aguantar su tablazo sin más discusión. Total, como en otros temas la gente sufre calladita y no dice nada, esta podría ser igual.

Forzar la jugada, sin embargo, pocas veces funciona con los sindicalistas y esta no ha sido la excepción. Por ello, tras sentir que les están provocando, ya han anunciado que se retirarán de las discusiones del Código Laboral, así como de cualquier otra comisión tripartita en la que participen junto a los empresarios y el Gobierno.

No sé a qué genio se le ha ocurrido jugar con la paciencia de los sindicalistas y, en consecuencia, de la población. El Gobierno y los empresarios parecen olvidar que los sindicalistas apenas son la cara visible de una extensa población que espera con ansias un aumento que le ayude a paliar la difícil situación económica que viven.

La gente, no deben olvidarlo, esperaba algo más de lo que al final les tocará. Reducir sus esperanzas puede, a largo plazo, tener consecuencias inesperadas. La paciencia, es importante que lo recuerden, no suele ser nada abundante cuando los bolsillos están vacíos. Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe, dice un refrán. Esperemos que el nuestro no se rompa. De ser así, se podría despertar un monstruo que termine con esa divina paz que tanto ama el Gobierno.

jueves, 14 de mayo de 2015

Dejemos a @SandraKurdas en paz

Aunque la había visto infinidad de veces en el pasado, la conocí el 14 de agosto del 2014. Ella llegó al periódico Hoy vestida de azul turquesa, con una sonrisa que se desdibujaba de tanto en tanto mientras su mirada se perdía, y lucía serena a pesar de que estaba viviendo un calvario desde hacía un año y cuatro meses, cuando se decidió a denunciar a su esposo por violencia de género.

Verla era extraño. Poco quedaba, acaso la elegancia, de aquella Sandy de Jorge que había visto tantas veces en los años 90's. Sin el traje de la esposa del empresario Frank Jorge Elías cubriéndole la espalda, era una mujer distinta. Enfrentada a quien la había protegido durante 32 años, la vida ya no era fácil ni cómoda. Luchar, eso que antes no le tocaba, era ahora una necesidad. Su alma jamás sería la misma y eso se percibía.

El camino que había recorrido antes de que la conociera fue tortuoso. Acostumbrada a lavar los trapos en casa, como hacen casi todas mujeres de alta sociedad, no fue fácil despojarse de su apellido de casada para convertirse en la Sandra Kurdas que muchos cuestionaban. Y es que, a pesar de que decía a gritos que la lastimaban, muchos decidieron ponerse en contra de ella bajo el argumento de que lo que quería era dinero (estrategia con la que buscaban descalificarla).

A pesar de ser maltratada una y otra vez, ella no se rindió. Más allá de su imagen de mujer dulce y quizás débil, Sandra demostró una fortaleza única. Reclamando justicia donde quiera que la quisieran escuchar, se quejó infinidad de veces de que en los tribunales le ponían las cosas cada vez más difíciles, cual si fuera culpable en lugar de una víctima. El proceso, que se alargaba cada vez más, duró dos años en total.

El día que la entrevisté Sandra se quejaba de que sus derechos eran violados una y otra vez en los tribunales. Y decía lo siguiente: "Vivo un abuso cada día. Yo siento que mis derechos humanos se están violando como mujer y como víctima. Yo quiero buscar justicia para poder vivir una vida tranquila, sin violaciones, porque toda mujer tiene ese derecho: vivir libre”.

Hoy, finalmente, Sandra Kurdas tiene el derecho de vivir libre. Para ello, sin embargo, llegó a un acuerdo con su (¿ex?, no sé si finalmente el proceso de divorcio ha terminado) esposo Frank Jorge Elías en el que se acordó suspender condicionalmente el proceso penal que se le seguía por violar el artículo 309, numerales 1 y 2, de la Ley 24-97 sobre Violencia de Género e Intrafamiliar.

La decisión de la suspensión del proceso está contenida en la resolución número 089-2015 del Quinto Juzgado de la Instrucción del Distrito Nacional, en la que se establece claramente que Francisco Antonio Jorge Elías "ha admitido los hechos que se le atribuyen, aun cuando ha señalado que desconocía que tal actuación violaba la ley", es decir, que él reconoció que era culpable de haber agredido a su esposa (aunque al hacerlo, vaya, no sabía que violaba la ley).

Es por su culpabilidad, incluso, que para que el proceso se suspenda él tendrá que abstenerse de molestar, intimidar o amenazar por cualquier medio a Sandra Kurdas; visitará al psicólogo para recibir terapias sobre violencia de género durante seis meses, donará RD$300 mil a la Fundación Vida sin Violencia, al Núcleo de Apoyo a la Mujer (NAM) y al Patronato de Ayuda a Casos de Mujeres Maltratadas (Pacam); y tendrá que transmitir varios programas de orientación sobre violencia de género y violencia intrafamiliar a través de su televisora, Súper Canal 33.

Después de conocer el acuerdo, mucha gente se ha dedicado a criticar a Sandra. La han puesto en el paredón, prestos a sacrificarla de nuevo, negándole el derecho a tener esa vida libre por la que ha luchado con tesón durante dos años. ¿Qué esperaban? ¿Qué siga sufriendo el acoso al que la han mantenido durante todo este tiempo? ¿Qué viva en una injusta incertidumbre para postergar un proceso judicial que le traerá más dolores de cabeza que otra cosa? Si él se reconoció culpable, y con eso ella puede sellar su tranquilidad, ¿qué importan los términos del acuerdo al que hayan podido llegar? Ella duró más de treinta años casada con él. En caso de que se haya beneficiado económicamente, tampoco estaría mal: ¿algunos de nosotros la piensa mantener?

Es mezquino acabar con Sandra Kurdas por el hecho de que haya decidido no sufrir más y llevar la paz al seno de su familia. Frank y ella tienen hijos y un nieto en común. Sus vidas estarán mezcladas para siempre. ¿Les vamos a pedir que sigan matándose? No, ninguno de nosotros querría eso si estuviera en su lugar. ¿Por qué pedírselo a ella? Con el simple hecho de lograr que él haya admitido que es culpable, en una sociedad en la que los ricos pueden hacer con su mujer lo que les dé la gana, Sandra ha ganado la batalla. Da igual que él haya pasado poco tiempo preso: el que la sociedad lo señale, con lo mucho que le importa su imagen, es bastante castigo.

También es importante que Sandra le ha dado una gran lección a muchas mujeres que ahora podrán verse en su espejo y sacar el coraje para denunciar a sus maridos. Siempre vale la pena hacerlo. Es complicado, las cosas serán difíciles, pero al final lograrán dejar de vivir bajo un yugo que las lastima.

En el caso de esos muchos otros Franks que andan por ahí abusando de sus esposas, este caso les demuestra que el dinero, aunque puede alargar los procesos y evitarles algún tiempo en prisión, no les ayudará a que los hechos queden impunes. Algún castigo tendrán. Frank Jorge Elías lo ha vivido en primera persona. Pensó que se saldría con la suya pero al final no le quedó más remedio que aceptar su culpa para poder terminar con un proceso que sólo podía incidentar.

Los aprendizajes que este caso nos ha dejado son muchos. Al margen de Sandra y de Jorge, que pasarán al olvido dentro de un tiempo, nos ha mostrado además cómo se mueven los hilos de la manipulación. Desde ayer, por ejemplo, vemos que se reproduce una versión interesada y retorcida en la que se da cuenta de que Sandra se había retractado y dijo en los tribunales que el golpe en su casa fue un accidente (versión que esgrimió al principio Frank Jorge Elías).

Ningún medio tradicional reprodujo esa información. Con el dispositivo en la mano, todos sabemos que eso no es cierto. No sucedió lo mismo con algunos portales que se limitan a copiar y pegar las informaciones sin tomarse la tarea de confirmar nada: ahí están, con la mentira colgada en sus páginas y provocando que la gente cuestione a Sandra y crea que ella ha cambiado su versión por unos tantos pesos. ¡Cuánto daño hace la falta de rigor!

Muchos hemos tenido que salir en defensa de Sandra. Ella calla. Asumo que está harta de defenderse y sólo quiere olvidar. A estas alturas no es justo que se le señale y se le golpee más. Ya es hora de que la dejemos tranquila. Ella merece ser feliz. ¿Por qué no la ayudamos? Dejémosla en paz. Es lo mínimo que merece.