viernes, 31 de enero de 2014

Nunca seré una dama... ¡soy una mujer!

Las pasiones deportivas me pueden. Como me observó una tuitamiga hace unos días, el deporte hace que me "transforme", cambie de personalidad o, quizás, devele esa parte "oscura" que todos tenemos. Soy, amén de sincerísima, un tanto provocadora y procaz.

Tanto se desbordaron las pasiones durante los últimos días que, a juicio de algunos, sobrepasé todas las fronteras. Y es que cometí uno de los más grandes pecados que puede hacer una mujer: ¡usar la palabra mierda!

A pesar de que la palabra mierda es sinónimo de cagada y porquería, por lo que claramente puede ser usada en aquellos casos en los que la gente se acobarda o amedrenta (busque cagarse y lo entenderá) o en los que estamos viendo un completo disparate, algo que puede catalogarse de basura.

La mayoría, sin embargo, ve la palabra y piensa en una sola acepción: en las heces, los excrementos. Por tanto, a pesar de que sus usos pueden ser muy variados (depende del contexto puede ser hasta sinónimo de nada: ¡me vale una mierda! o de carajo y hasta de infierno: ¡vete a la mierda!), la palabra está muy mal vista y está prohibida para nosotras.

A pesar de ello, y de que sé que es tiene matices vulgares, me resisto a no usarla para dar algunos énfasis. Es que, tristemente, hay momentos en los que las cosas están tan mal que se requiere de una palabra así para definirlas. Eso, en el deporte, es normal.

No me excuso porque no busco hacerlo. En realidad, esta entrada tiene menos de justificación que de anécdota. Y es que, tras la introducción, les contaré por qué decidí escribir acerca de la palabra mierda: cuando la usé con motivo de un juego terrible del Licey, me dijeron que era una dama y que no lo olvidara. Por tanto, me pidieron que por favor no me expresara así.

Yendo por partes, hablemos de lo que significa ser una dama. Según la RAE, es una mujer noble (evidentemente, eso no lo soy, porque para ser noble hay que ostentar un título de la nobleza) o distinguida. En cuanto a lo último, a ser distinguida, valen dos preguntas: ¿nos quedamos con la acepción de elegante o vamos al punto en el que distinguido es quien se destaca por alguna cualidad? Bueno, en realidad da igual: no soy ninguna de las dos cosas, algo que admito sin ningún reparo.

Sé que para muchas mujeres dama es sinónimo de mujer o viceversa. Con ello quieren apelar a la elegancia vista desde la discreción y el tacto a la hora de hablar y de comportarse, así como a la obediencia fiel a lo que es "correcto" (lo que quieran los demás y la sociedad, sin importar lo que tú pienses o quieras).

Puede ser que mi rebeldía haya sido demasiado fuerte en mi otrora juventud -la primera y la real- pero todo eso a mí me sabe a nada (por no decir mierda): si hablar como quiero en el momento que quiero y acorde a mis sentimientos (salvo en los ambientes profesionales, por supuesto) me quita el mote de dama (¡y me lo quita!) a mí me da igual. Y es que, en mis espacios, prefiero ser lo que soy y no me limito para nada. Mucho menos cuando se trata de usar las palabras, aunque eso signifique que quieran definirme a través de ellas y no a través de mí.

Puede que mis ires y venires por España hayan sido más fuertes que yo y que haya dejado seducir por una sociedad que habla con demasiado desparpajo (aunque imperdonable para demasiados) pero amo la libertad a la hora de hablar. Puede sonar mal y hasta pecaminoso pero, con toda sinceridad, prefiero eso que guardarme lo que siento por miedo a que suene mal.

Confieso que ya estoy harta de que me recuerden que soy una "dama" cuando quieren que haga o deje de hacer tal o cual cosa. La vida de las damas a mí no me gusta. Suele ser vacía, encorsetada, hipócrita e insulsa: son más floreros que personas y eso, la verdad, a mí no me va. ¡Yo soy una mujer y soy feliz!

jueves, 30 de enero de 2014

Señor Presidente, usted es valiente pero miente...

Verle aguerrido me sobrecogió. No parecía él. Medio enfadado, con un ímpetu capaz de derribar cualquier fuerza opositora, su férrea defensa de la soberanía nacional me dejó sin palabras. Casi al borde de las lágrimas, con el patriotismo henchido, quedé en un estado de perplejidad tal que no fui capaz de reaccionar. Por ello, aunque pensé cambiar mi artículo semanal y escribir sobre ello, no pude. Necesitaba tiempo. Tiempo para asimilar, para entender y, sobre todo, para ripostar.

Antes que nada debo decir que alabo la decisión del presidente Danilo Medina. El tenía que responder: callar ante los ataques del Caricom le habrían hecho cobarde y pusilánime. Muchos le habrían, incluso, perdido el respeto.

Algunas de sus palabras, sin embargo, me sorprendieron. Y es que, por más que quisiera defender al país, no entiendo por qué decidió mentir. ¿No había otra manera de salir bien librado de ese atolladero provocado por la sentencia del Tribunal Constitucional?

Está claro que el Presidente está obligado a acatar las disposiciones del Tribunal Constitucional porque "son definitivas, irrevocables y vinculantes a todos los poderes del Estado", tal como explicó Danilo antes de agregar que, en caso de que no asuma esas decisiones, se expone a un juicio político en el Congreso por violar la Constitución.

Acatar, sin embargo, no implica defender a toda costa. Está bien que se busque un bajadero, esa solución que han llamado Ley de Amnistía, pero no se entiende que se quiera ocultar una realidad, mezclando todas las cosas y dando a entender que lo estamos haciendo todo bien.

Para comenzar Danilo Medina dijo que es inaceptable que nos quieran acusar de racistas, discrimadores y violadores de los derechos humanos. Tal vez, como Nación, adrede, no hagamos ninguna de las anteriores. Como sociedad, sin embargo, sí. Todavía recuerdo, por ejemplo, como en mi familia había quienes me decían cuando era niña que podía casarme con quien quisiera menos con un tíguere, un combero o un negro. "Negro en mi casa el caldero" o "negro en mi casa yo", nos decía tía Nona, a pesar de que su piel parecía de ébano. La anécdota sería insignificante si muchos, demasiados de los dominicanos, no hubiésemos vivido lo mismo. El racismo, aunque duela reconocerlo, es parte de nuestra cultura y es mucho lo que tendremos que trabajar para erradicarlo. Este video así lo demuestra:

Tras ver esto, ¿podemos decir que no somos racistas y discriminadores? Piense por un momento, aunque jamás lo responda en voz alta, si alguna vez no ha tenido un sentimiento o reacción racista. Pregúntese, con toda sinceridad, ¿qué siente cuando ve a los inmigrantes ilegales? ¿Son tan hermanos como les llama el Presidente? ¿No siente culpa por haber reaccionado mal ante ellos alguna vez?

A pesar de las respuestas que muchos podemos dar, sí es cierto que hemos sido los más solidarios con Haití y les hemos ayudado ante todas sus calamidades. República Dominicana, como ningún país, se volvó con Haití tras el terremoto.

Eso no quiere decir, como afirmó Danilo, que los haitianos indocumentados que viven aquí transiten libremente y sin que ningún policía ni inspector de Migración les pida sus documentos. ¿Dónde queda la "camiona" en la que, en ocasiones, han llegado a montar a dominicanos porque son negros? ¿El Presidente olvidó las redadas de Migración y la forma inhumana en que los haitianos son deportados, en total hacinamiento, hacia su país? Ahora, por aquello de la discusión del Plan de Regularización, puede que esto no pase. Hasta ayer, sin embargo, sí. O, ¿nos olvidadaremos de los ingenieros que contratan haitianos y luego llaman a Migración para que huyan y dejen atrás sus pagos?

En cuanto al acceso a la educación y la salud, no hay que discutir. Los hospitales dan servicio, lo que consta, a todo el mundo; las escuelas, hasta octavo grado, también. Nada qué argumentar en ese tenor. Pero, ¿eso nos hace respetuosos de los derechos humanos? Claro que no. Irrespetar a nuestros ciudadanos, por más salud o acceso a las aulas que tengan, no es aceptable.

Y ahí es que entramos en el meollo del asunto. Danilo insiste en que no se le ha quitado la nacionalidad a nadie. Pero pasa que a muchos dominicanos, que lo eran gracias a las constituciones de antes del año 2010, les han retenido sus documentos cuando han intentado renovar sus cédulas o pasaportes. Hoy les dicen que no son de aquí a pesar de que no conocen otro país ni otra realidad.

No estamos hablando, como se ha dicho, de los casos en los que se ha hecho fraude. En cuanto a esos no hay nada que discutir. Quien haya obtenido la nacionalidad fraudulentamente no debe tenerla. Hablamos, aunque todo se quiera mezclar, de gente que nació aquí cuando se era dominicano sólo por nacer en República Dominicana.

Danilo ha dicho que todas las constituciones son iguales desde 1929, es decir, que todas establecen las mismas condiciones para acceder a la nacionalidad. Esto no es verdad. Tal vez por desconocimiento o por confianza (¿mal asesorado?) Medina olvida que fue en el 2010 que se introdujo que los extranjeros tienen que vivir legalmente en el país para que sus hijos fueran dominicanos.

"No se le ha quitado la nacionalidad a nadie. No puede quitársele a nadie lo que no tenía", dijo Medina. Esto, si hablamos de quienes nacieron después del 2010, sería cierto. Los que nacieron desde el 1929 hasta el 2010, sin embargo, sí han sido despojados (y no sólo haitianos, que conste).

Aunque es mucho lo que se puede decir de la nacionalidad, no vale la pena. Tampoco discutir qué tan integrados están los haitianos en el país -aunque no viven en ese paraíso que pintó en Presidente tampoco son acosados, como nos han acusado-. Más importante es caer en el punto de la regulación migratoria, algo que han querido mezclar con el tema de la nacionalidad. Que República Dominicana regule a quienes entran al país no tiene por qué rebatirse cuando es una necesidad. Nadie se opone a regular y documentar a los que viven aquí. Es una obligación del Estado saber quiénes entran, salen, viven... en el país.

Lo que da grima es que se quiera llamar inmigrantes a quienes no lo son. Es una barbaridad pretenderlo. Pero a eso quieren jugar. Lo duro es que sólo lo debatan cuando se trata de los desdendientes de haitianos. Los demás, al parecer, no pensan.

Terminado con el Presidente, porque me he extendido, sólo una cosa: a República Domincana la han sentado (y acusado) en el banquillo de los acusados cuatro veces por violar los derechos humanos. Dos de ellas ha sido por el tema de la nacionalidad. No lo olvide, señor Presidente, para que no mienta más.

jueves, 23 de enero de 2014

Felicidad es... ¡actitud!

Cada mañana, desde Twitter, les invito a ser felices. La vida es breve, les recuerdo, por lo que no se puede desperdiciar. Muchos han quedado en el camino -sobre todo últimamente- viviendo menos de lo esperado. Por ello, como nunca sabremos cuánto tiempo estaremos aquí (puede faltarnos muy poco, somos hijos de la eventualidad), creo que hay que aprovechar cada segundo y ser muy, pero muy felices.

Hacer un par de días, tras el saludo matinal, @martinfotografo me preguntó cuál era la clave de la felicidad. En el momento, no pude contestarle porque estaba ocupada. Luego pensé en que quizás un tuit era muy poco espacio para hablar de cómo ser felices. Escribiría una entrada en el "bló", esta, porque podría decir más cosas (definir la felicidad en 140 caracteres me sonó a un imposible). Cuando me senté, sin embargo, quedé en blanco: ¿cuál es la clave para la felicidad? ¿En realidad hay alguna?

Tras darle varias vueltas al asunto, y pensar en palabras que puedan traducirse en felicidad, comenzaron a llegar las típicas: amor, éxito, paz, riqueza, confort... las opciones pueden ser tan variadas como la imaginación o, incluso, el diccionario.

Repasando algunas de ellas, me di cuenta de que una sola palabra no puede recoger lo que es la felicidad. Si tenemos amor, nada más, ¿podemos tener felicidad? Lo más probable, si hay problemas de otra índole, es que no.

Pero, ¿y si tenemos éxito? ¿Podemos ser felices? Puede, si solamente nos interesa el trabajo. Ahora, ¿y si estamos solos, si nos sentimos huecos? Seremos infelices, al igual que si sólo tenemos riqueza: ella sola jamás dará felicidad.

Pensemos en la paz, la tranquilidad. Ellas son lo más parecido a la felicidad. Si estamos serenos, pocas cosas podrán sacudirnos. Pero, ¿eso es ser feliz? No, aún faltará algo, ese cosquilleo que trae consigo la plenitud. Oh, la plenitud, ¡esa es la palabra que andaba buscando! Ella es, definitivamente, el sinónimo perfecto de felicidad.

Pero, ¿cómo alcanzar la plenitud? Esa, al final, es la clave de la felicidad. Al pensar en ello, decidí que sería una mezcla de amor, de éxito, de paz y hasta de dinero. Si esas son las cosas que busca la gente, un coctel de ellas debe hacernos felices.

Entonces les recordé. Conozco gente exitosa, con dinero, que no tiene problemas, está casada y vive, en resumen, en su perfecta zona de confort. Pese a ello, son grises, no tienen nada que les estimule. ¿Qué les falta? Actitud. Creo que al final eso es lo que les falta.

Sí, ¿cómo no había caído antes? La actitud que tengamos frente a la vida siempre marcará la diferencia. Hay gente sin dinero, sin amor, sin "éxito" que se siente plena y es más feliz que el resto. Son personas que disfrutan con lo que tienen -mucho o poco, da igual- y ven la vida de una forma muy distinta. Su actitud es, por mucho, la gran diferencia. Y es que, en lugar de buscar la felicidad en cosas o personas, han aprendido a encontrarla en sí mismos. El día que aprendamos eso, seremos realmente felices.

domingo, 12 de enero de 2014

¿Y si este fuera mi último día?

Cuando supe que se fue me sorprendí. Nunca imaginé que podría estar mal. Se veía bien, saludable, y nada hacía pensar que algo en él estuviera fallando. El miércoles pasado, sin embargo, dijo adiós para siempre. Dos meses después de haber ido al médico, pensando que estaba genial, moría súbitamente por culpa de las cardiopatías que padecía. Algo pasó. Nunca sabremos qué.

Hoy, a cuatro días de la muerte de Marco de la Rosa, de repente me puse a pensar en todas las que cosas que le habrán quedado por hacer y, sobre todo, por decir. Seguramente fueron muchos los te quiero que dejó en el tintero por culpa del montón de trabajo (sin olvidar los compromisos) que tenía como presidente de AES Dominicana.

Como él, muchos se han ido repentinamente en los últimos días. A Claudio Nasco, por ejemplo, le segaron la vida hace casi un mes. Era viernes, su día preferido, y tenía mil planes por delante. Al final, todo se fue a pique.

Ambas despedidas tienen matices muy distintos. A pesar de ello, tienen algo en común: fueron tan repentinas que las hicieron más dolorosas. Las circunstancias fueron totalmente opuestas. El resultado final, sin embargo, fue el mismo: un inesperado hasta siempre que nos obliga a reflexionar.

Hace días me he preguntado qué pasaría si este fuera mi último día. Si mañana ya no estuviera, ¿qué quisiera haberle dicho al mundo antes de irme? ¿Cómo quisiera que me recordaran?

Hasta ahora nunca había pensado en que quizás mañana, literalmente, pueda ser demasiado tarde para todo. Y es que, por aquello de no ser muy mayor, uno siempre piensa que más tarde habrá una nueva oportunidad: creemos que nos sobra tiempo, a pesar de que el tiempo se puede marchar en cualquier momento.

Si mañana no estuviera estoy segura de que me arrepentiría de todos los abrazos que no di, a veces por vergüenza y otras por no importunar, a quienes me quieren y quiero (sobre todo a mi familia); de no haber dicho te quiero muchas veces más y de haber abandonado demasiados afectos en el camino. Pensaría en esas personas a las que herí y no les supe pedir perdón: ¡sería muy triste irse sin haber podido recuperar el afecto de gente que realmente me importaba y era valiosa para mí!

Si mi vida llegara hasta hoy sólo me dolería el dolor de los que amo. No pensaría en los viajes que no pude hacer ni en las cosas que no me compré. Nada de eso realmente importa. Con lo hecho hasta hoy, si así tuviera que ser, estaría conforme: nunca me ha hecho falta el dinero porque la verdadera riqueza está en el corazón y no en los bolsillos.

Al pensar en las cosas pendientes sólo me daría nostalgia por no haber reído más, por haberme incomodado tanto (sobre todo cuando era más joven) y por haber sido irresponsable algunas veces. También me daría pena por las cosas que dejé a medias y por las locuras sanas que me quedaron por hacer.

Si este fuera mi último día estoy segura de que lamentaría no haber aprendido a ser más libre, no saber cómo controlar mi espíritu en algunas ocasiones y, más que nada, haberme olvidado de hacer felices a los que tengo al lado.

Nunca sabremos cuál será nuestro último día. Puede que esté muy lejos o que venga cuando doblemos la próxima esquina. Por eso, aunque nunca había reparado en ello, es importante estar preparados para ello. Antes que nada tenemos que hacer las paces con el mundo y con nosotros. Hay que estar al día con el corazón. Perder el tiempo ya no es una opción. Nuestro último aliento puede ser justo este. No lo desperdiciemos. Que cada segundo sea único, especial, cual si fuera el último. Esa es la gran lección de estas tristes pérdidas. No lo olvidemos.

jueves, 9 de enero de 2014

Hoy sé que no sé leer...

Aún lo recuerdo como si lo hubiese dejado de ver ayer. Con él aprendimos las primeras palabras y, a partir de ese momento, fuimos libres. ¡Nada me hizo tan feliz como aprender a leer! Tras el "Nacho" inicial, seguimos con otro en el que nos daban lectura comprensiva. ¡Cuántos ejercicios y preguntas! La profesora nunca nos dejaba en la clase de español. Siempre andaba con la cantaleta de, ¿qué quiso decir, qué fue lo que pasó, cuál es la moraleja?... en fin, que durante los primeros cursos de la primaria no hacíamos otra cosa que "traducir" del español al español o, lo que es lo mismo, demostrar que entendíamos lo que leíamos.

Hoy, a un poco más de 30 años de esas clases (tengo 40, evítense la molestia de sacar cuentas), de repente descubro que el dinero que invirtió mi padre en el colegio no sirvió de nada: ¡no sé leer! A esa conclusión llegaron los doctos del lenguaje que han salido a defender a Marta Quéliz después que reclamara "Más respeto al regalar a los periodistas" en su columna "Fábulas en alta voz" que se publica en el Listín Diario.

A pesar de que el artículo en cuestión me pareció un espectacular ejercicio de mal gusto, había decidido no escribir al respecto por aquello de que no valía la pena ripostar un absurdo -además de que para muchos no se ve bien que uno cuestione a otros colegas (sobre todo cuando se está en algunas posiciones en las que se puede tomar como una posición del lugar en el que se trabaja y no un comentario personal). Hoy, sin embargo, decidí romper mi silencio porque me ha dado escozor leer las reacciones de muchos ante las críticas de los que entendemos que esa columna jamás debió ser escrita en un periódico de circulación nacional. Si hubiese aparecido en un blog, aunque no lo comparta, tal vez no se habría visto tan mal.

Tras aclarar que no conozco a Marta y que sólo he leído excelentes referencias de ella como persona y profesional, me sorprende que haya escrito las líneas que iré compartiendo a continuación, ya que no van con la personalidad que describen sus amigos y compañeros de trabajo.

Hecha la aclaración, y dejando por sentado que no es nada personal, me sorprende que haya quienes aseguren que Marta lo que pide es que se trate con dignidad a los periodistas. Por ello, sostienen que quienes entendimos otra cosas -que reclama que se le hagan regalos que "valgan la pena" o que los relacionadores públicos gasten su al hacer regalos- estamos perdidos: ¡no sabemos leer! Somos, a su juicio, el vivo ejemplo de la decadencia de la lectura comprensiva. Yo, que me sé totalmente ignorante desde hace bastante tiempo, pensaba que leer era lo único que se me daba. Por tanto, tal vez para defender un poco mi honra, quiero leamos juntos el artículo para ver si es que de verdad debo volver al colegio o reclamarle al Apostolado que le devuelva papá lo que invirtió en mí.

Comencemos. "Más respeto al regalar a los periodistas", reza el título. Regalar, según la real Academia es lo siguiente: 1. tr. Dar a alguien, sin recibir nada a cambio, algo en muestra de afecto o consideración o por otro motivo. 2. tr. Halagar, acariciar o hacer expresiones de afecto y benevolencia. La definición no está en discusión. Y la misma Marta lo sabe porque lo expone en el primer párrafo: "Cada vez que llega el mes de diciembre, muchas son las personas que buscan halagar a los periodistas con algún detalle". Cuando se trata de halagar, de dar una muestra de afecto, ¿qué es lo que importa? ¿Lo que dan o el gesto mismo? Si es un detalle, ¿no damos por sentado que puede ser cualquier cosa?

Y continúa: "Sé que lo que escribo a continuación puede lacerar algunas relaciones, pero no puedo dejar pasar un año más sin expresar mi sentir al respecto".
De antemano, ella sabe que se mete en terreno de muchas varas y no le importa. ¡No puede dejar decir lo que piensa de los regalos! Hasta aquí, asumo, voy bien.

Sigamos. "Lo primero es que nadie está obligado a regalarle a nadie. Es nuestro deber como medio de comunicación publicar informaciones de interés para la sociedad". Este párrafo es nodal. Nadie está obligado a regalar. Mucho menos a los periodistas, quienes nos debemos a los demás. Si partimos de ese punto, ¿tenemos derecho a reclamar? ¿A pedir "respeto" cuando se nos regale?

Pero entremos en materia. "Ahora bien, creo que a la hora de querer agradecer a un comunicador por la publicación durante todo el año de decenas de notas e historias de un tema de interés particular, debe estar por encima de todo el respeto. Ahí comenzaron mis dudas. Ella habla de agradecer a un comunicador la publicación de decenas de notas e historias, lo que parecería como si para ella el regalo se da a cambio del "favor prestado". En caso de que no sea así, ¿por qué pedir respeto? ¿Cuándo un regalo irrespeta? Para mí, hasta el momento, sólo si es vulgar, algo de muy mal gusto (y jamás reclamaría por ello, huelga decir).

Más interesante aún es el concepto del irrespeto. "No creo sensato esperar todo un año para escoger un artículo promocional como regalo de Navidad. No buscamos dádivas, no pedimos que se nos agradezca a través de algo material, pero, al menos yo, exijo respeto, si no a mi profesión, a mi persona". Para comenzar, ¿quién ha dicho que nadie se pasa un año esperando para elegir un regalo que es, a todas luces, solo un gesto? Si no busca dádivas, ¿por qué le ofende un artículo promocional (que muchas veces son super útiles? En cuanto a la profesión, mejor que no hable de ella: exigir regalos respetuosos (lo que sea que eso signifique) es un irrespeto y una afrenta al ejercicio del periodismo.

"No me importa que este sea el último año que reciba algún detalle de las tantas personas que, tal vez con buenas intenciones, recuerdan mi nombre para una época tan bonita, pero no puedo dejar de decir que ya está bueno de que al periodista se le trate como si fuera un pordiosero que se conforma con cuántas chucherías aparecen por ahí", continúa diciendo. Yo espero que los ¿detalles?, en efecto, no vuelvan a llegarle. ¿Cómo si reconoce que lo importante es que se acuerden de ella, dice que ya está bueno de que al periodista se le trate como un pordiosero que se conforma con cucherías? Amén de que es de ingratos cuestionar lo que se le regale, decir que se le está tratando cual pordiosera de demasiado, sobre todo cuando ella misma ha dicho que no es obligado que se le regale. ¿Qué ella entiende que está a su altura? ¿Algo de Prada? Exigir se acerca mucho a solicitar un soborno (me figuro que no fue su intención pero así es como suena).

Los defensores de Marta aseguran que nos equivocamos cuando le damos esa lectura a sus palabras. Pero sigamos leyendo. "Podemos interpretar esas acciones de diferentes maneras: que lo hacen para salir del paso (¿y si así fuera, qué, no hay ninguna obligación?), porque creen que no nos merecemos más de ahí (aunque merezcamos el cielo, ¿tenemos derecho a exigirlo o pretender que se nos dé eso que creemos merecer?; esos regalos ni siquiera son personales, por Dios), que matan dos pájaros de un solo tiro (como si fuera obligado, insisto), “cumplen” y a la vez se promocionan sin incurrir en grandes gastos". El final de este párrafo es lo mejor: cumplen sin incurrir en grandes gastos. ¿No es demasiado pretender que se incurra en gastos, sobre todo si hablamos de instituciones oficiales a las que les pedimos que no gasten innecesariamente?

Tal vez Marta nunca pensó en las instituciones públicas. En realidad lo que parece molestarle más es que los relacionadores públicos (sobre todos los que tienen agencias de ello) no gasten un peso de su bolsillo a la hora de regalar. No, yo no exagero. Lean este otro párrafo: "Otro detalle que no puedo pasar por alto es la actitud de algunos relacionistas que encuentran la mejor salida reuniendo cuántos productos tienen sus clientes para armar rápido una “canasta” y, sin gastar un peso de sus bolsillos, resuelven el compromiso que creen que tienen con los periodistas".

No, no hay compromisos. Pero no quiere artículos de promoción. Eso está muy claro. Por eso Marta lo puntualiza: "Ya no más agendas, ya no más artículos personalizados, promocionales, ni más obsequios que distan mucho de la personalidad de quien los recibe". Ay, qué poca personalidad tengo porque me encantan las agendas y muchos de los artículos de promoción, sobre todo los USB y las sombrillas... hablando en serio, aquí es evidente que ella espera que le regalen lo que ella quiere, algo a su gusto que, al parecer, es bastante exquisito. Bueno, tal vez no pero, ¿qué pasó con aquello de que no se cuestiona lo que te regalan (al menos no tan en público)?

El último párrafo me infartó. Vean: "Estoy segura de que mi sentir es el de muchos otros periodistas que, como yo, no trabajan para recibir un regalo en Navidad, sino para lograr que el respeto se imponga en toda la extensión de la palabra". Para comenzar, sería triste que muchos periodistas sientan lo mismo que Marta. Por otro lado, es duro que se mezcle el respto con algo tan vano como los regalos. Respeto es algo muy diferente.

Esta, al final, es la lectura que hice del artículo de Marta. Explico lo que "comprendí" para que así me digan qué fue lo que no entendí. Ella dice que no trabaja para recibir un regalo, lo que está muy bien, pero pide cosas de calidad porque los artículos de promoción no están a su altura. Hoy aprendí que no sé leer. Pero leo porque, tal vez, leyendo vuelva a aprender.

jueves, 2 de enero de 2014

El Linconazo de Kiss 94.9 FM: ¡un abuso!

Cuando la vi ayer la noté un poco extraña. Algo ajada, menos lozana que otros días, me preguntaba qué le pasaba. Sus ojos, a pesar de que la tarde estaba bastante entrada, se veían tristes, como aquel que no ha dormido.

Al principio, aunque no es su estilo, pensé que la parranda había sido larga. Por un día, total, ¡qué más da! Pero no, no fue así. No había dormido casi nada, en eso acertaba, pero la razón distaba demasiado de un bonche: ¡fue la bulla, el desorden de los otros, lo que no dejó dormir a mi hermana!

Hace años que papá vive muy cerca de la Abraham Lincoln. Antes esa era una zona tranquila, agradable, pero los últimos años se ha ido conviertiendo en un infierno: mientras más "cariño" le toman los muchachos, peor resulta vivir en el lugar. El ruido, producto de los momentos de "relax" no es nada agradable.

A pesar de que muchos se han acostumbrado a los bonches, el del 31 de diciembre rompió todos los parámetros. Y es que fue mucho más allá de los muchachos que oyen música y beben en las aceras de la Lincoln: las autoridades permitieron, no sé con qué juicio, que la emisora Kiss 94.9 FM cerrara el tramo de la Lincoln entre la Andres Julio Aybar y la Rafael Augusto Sanchez para hacer una fiesta que llamaron "#UltraMusicFestivalRD, un concierto urbano que terminó ¡A LAS 9:00 AM! del día primero (y porque llegó la Policía, como dijo el presentador que estaba animando la actividad).

Hasta ayer no sabía bien de qué iba el asunto. Había visto la calle cerrada pero nunca me figuré que fuera una actividad privada la que se haría ahí y mucho menos que se extendería durante toda la noche/madrugada y parte de la mañana.

Asumo que fue el Ministerio de Interior y Policía el que dio el permiso para realizar esa fiesta. El punto ahora es saber hasta qué hora dieron ese permiso -me niego a creer que fue hasta las 9:00 am- y por qué las autoridades que estaban patrullando la ciudad permitieron que esa fiesta se prolongara tanto.

No sé si es que la gente olvida que la avenida Abraham Lincoln está en el corazón de una zona residencial y que, por tanto, ese no es el lugar para hacer actividades multitudinarias. Mucho menos cuando se trata de conciertos con super bocinas que retumban en toda el área. ¡Ese permiso nunca debió darse!

Buscando quién patrocinaba el concierto me enteré de que fue la emisora Kiss 94.9. Cuando entré en su cuenta de Twitter (@kiss949) vi que el último tuit de la fiesta fue a las 7:04 am: "#UltraMusicFestivaRd Ahora en el escenario @LosTekeTeke", decía. El inicio de la fiesta, según consta en la propia cuenta, fue a las 10:00 de la noche. Es decir, que duraron 11 horas... ¡fastidiando a los vecinos!

Aunque estoy consciente de que sirve de poco quejarse ahora porque el palo ya está dado, estas líneas pretenden hacer un llamado para que se respete el derecho de la gente que vive ahí. No es posible que las autoridades permitan que la Lincoln siga siendo tierra de nadie en la que cualquiera puede hacer todo el desorden que le dé la gana. Lo del primero de enero fue un tremendo abuso. Nadie tiene derecho a robarle el sueño a todo un vecindario durante tantas horas (¡y con música urbana para colmo, que retumba más!).

Espero que fiestas como esta no se repitan. Hay que hacer lo que sea para evitarlo. Ya está bueno de que cualquiera se adueñe de los espacios de la ciudad sin respetar a quienes viven ahí. Si fuera a usted, ¿le gustaría? Seguro que no...

miércoles, 1 de enero de 2014

2014... ¡pórtate bien!

2014. Como el 2013, 2012, 2011... entró por la puerta sin decir nada y se instaló para marcar una nueva era. 365 días (bueno, ya 364). Dudas, inquietudes, preguntas, ansiedad... ¿con qué nos saldrás? Espero que seas grande, que te lleves menos gente que el 2013 y nos conserves lo más elemental: la salud, porque sin eso no hay nada; y a los que más queremos.

Sé que hablarte no tiene mucho sentido. Pero me gusta hacerlo. No sé por qué me entretiene hablar con el aire, la nada; como si alguien fuera a escucharme. Tal vez en el fondo lo que me divierte es oír mis pensamientos, pasarlos en limpio y decir, cual si pensara, que he reflexionado. ¡Qué lindo es jugar con las palabras (hasta nos hacen parecer inteligentes, jajajaja)!

Volvamos contigo, 2014. Quiero que nos hagamos amiguitos desde ahora porque, te lo advierto, no estoy por pasar trabajo. Hasta ahora he tomado tu silencio como una buena señal. Si no me contradices, ¿qué otra cosa puede ser sino que estás de acuerdo conmigo? (¡no se te ocurra decir nada ahora, eh!).

A pesar de que apenas comenzamos a conocernos y no tenemos claro cuál será tu personalidad, el primer atisbo que mostraste no fue nada lindo. Eso de llevarte a Soucy de Pellerano fue una jugada muy fea para el día de tu estreno. ¡Debiste traer buenas noticias, así es que se inicia un año!

Bueno, no sé. Puede que sea mejor empezar con lo malo y terminar bien. El 2013, por ejemplo, terminó a golpe de noticias tristes, llevándose a gente que queríamos. Eso no fue justo ni agradable porque, por demás, aún no les correspondía irse. ¡Qué duro es decir adiós cuando toca decir hola por mucho tiempo más!

Ay, no, que no quiero llorar. Comenzar el año así es demasiado patético -mucho más que la jornada laboral que tuvimos que agotar por aquello de "soy feliz, soy periodista"-, por lo que daré un giro radical a los sentimentalismos: ¡estamos aquí para ser felices, a pesar de los pesares y lo que puedan pensar los demás!

Ah, eso era lo que de verdad quería decirte, 2014: por encima de lo que muchos puedan pretender, durante tu reinado tengo el firme propósito de no hacerle caso a nadie. Y sí, aunque me estoy contradiciendo porque ayer dije que no me propondría nada, creo que hay casos en los que toca hacer una excepción: siempre es bueno recordar los principios básicos para tener un año feliz (jajajajaja, sí, claro, los hay). ¿El principal? ¡Qué te importe un bledo lo que diga la gente!

Después que mandes a paseo las pretensiones de los demás, casi todo cae por su propio peso. Por ejemplo, cuando las críticas y necedades no nos importan somos tan libres que tenemos mucho más tiempo para hacer lo que de verdad nos llena.

Otra cosa importante que no debemos olvidar es enterrar todo lo que no vale la pena, comenzando por las personas tóxicas, falsas, negativas... que no te dan paz y te oscurecen el panorama en cuanto las ves entrar. ¡Dales delete de tu vida!

Por otro lado, ya que estamos en esto, es bueno que durante esta nueva jornada (que será como suelen ser todas pero es lindo pensar que será diferente) decidas comenzar a hacer las cosas pendientes. ¿Por qué no? Esa puede ser una forma grandiosa de ocupar el tiempo que te quedará cuando dejes de escuchar los chismes que te andan trayendo... ¡piénsalo!

Volviendo con los propósitos, insisto en no trazarse metas. Hacerlo, sobre todo si la listica es muy grande, es la mejor manera de amargarse un año. ¡Total, si al final hacemos todo lo contrario a lo que escribimos! ¡No pierdas el tiempo atándote!

En ese mismo orden, pensando en no tener motivos para quejarnos, debemos comenzar a hacer las cosas que nos gusten y olvidarnos de los compromisos absurdos. ¡Nada obligado ni mandado por convencionalismos! Si usted no quiere ir a un sitio, ¡no vaya! Bueno, si al trabajo es diferente, jajajajajaja (aunque si te hace la vida miserable, intenta encontrar otro)!

En fin, que la única fórmula para ser feliz es dejar atrás todo lo que nos amargue. Por tanto, a ti, 2014, sólo te pido que no me traiga ninguna tragedia. Lo demás, corre por mi cuenta.