Comencé a escribir esta historia el día primero. Sin embargo, por aquello de que la gente tiene la manía de saludar al mes como si él escuchara, decidí dejar esta entrada para después. Y heme aquí, retomando la intención de escribir acerca del último mes del año. Ese que, vestido de fiesta, llega siempre para recordarnos que todo lo que inicia tiene que acabar.
El final del año, sin embargo, tiene unos matices distintos: es un final que se repite una y otra vez y, aunque sepamos cómo terminará, soñamos con que sea diferente. ¡En estos días todos sabemos lo que va a pasar, lo que vamos a pensar, lo que reflexionaremos... porque es casi lo mismo del año anterior!
Repetir, sin embargo, no molesta en este caso. Estamos tan contentos e inspirados que todo nos parece un chiste. Ehhhhh... pero, ¿acaso no lo es? ¡Desde que comienza diciembre, como estamos de tan buen humor, casi todo nos da risa (dije casi, que conste, jajajajaja)! Por eso, precisamente, nos hacemos a la rutina con la mejor disposición.
Tal es nuestro humor que, exultantes, volveremos a caer en la tentación de hacer los listados que jamás cumplimos pero que esta vez, ¡lo prometo!, sí llevaré al pie de la letra: en el 2016 (como en el 15, 14, 13, 12, 11, 10, 9...) seré esa niña buena que cumplirá todas las metas que viene arrastrando desde que tiene memoria. Ah, ¿qué más da si dentro de un año vuelvo a prometer lo mismo? ¿Acaso la idea no es incumplir? Creo, en el fondo, que sí.
Soñar es bonito. Pero, ¿qué sentido tiene si no vamos detrás de los sueños? Eso es, precisamente, el listado de "metas": un relación de deseos, más que de intenciones, y por eso es que nunca lo llevamos a término. De cualquier manera, ¿realmente es necesario que programemos todo un año por adelantado? Yo, realmente, paso: ¡por eso no escribo un sólo propósito! ¡A mí lo que me divierte es vivir, qué la vida tome su curso y que pase lo que tenga que pasar! La vida, al final, es demasiado corta como para desperdiciarla planificando cada instante. ¡Con lo chulas que son las sorpresas!
Así, sorprendente, fue este 2015: sucedió todo lo contrario a lo que había esperado hace un año: la vida giró hacia otra dirección, de repente, y cayeron uno a uno todos los pronósticos que había hecho. Y fue así que, a pesar de que no había planificado nada por anticipado, lo que debía no fue y lo que no hubiese imaginado jamás fue lo que sucedió. ¿Conclusión? ¡Qué la vida puede cambiar en tan un solo un segundo! Así las cosas, sólo queda por ver con qué vendrá el 2016. Ojalá que, a pesar de los malos momentos, sea tan intenso como el 2015.
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