Hay días en los que es muy difícil escribir. Hoy es uno de ellos. La palabra está vestida de negro. Ha muerto. Es puro dolor. Su sonrisa franca se ha apagado. También ese cantar cibaeño que nunca le abandonó a pesar del paquete de años que vivió en Santo Domingo: ¡él siempre tuvo a Santiago tatuada en el alma y se enorgullecía tanto de ello!
Radhamés Gómez Pepín era único. Odiaba los zapatos tanto como la mentira y hacía galas de un humor que cambiaba de color según las circunstancias. Siempre contaba chistes, a veces muy pero muy malos, y reía casi por cualquier cosa. Cada vez que llegaba a la redacción de Hoy, al menos una vez al día, nos alegraba la sobremesa: ¡cuántas historias nos llegó a contar y cuánto lo disfrutamos!
Con una voz dura y unos boches que peinaban a cualquiera, nunca faltó quienes le temieran. El sabía intimidar, aunque dudo mucho que realmente se lo propusiera, y tenía una cara que le ayudaba bastante a ello. Debajo de su vozarrón y su forma directa de decir las cosas había, sin embargo, un corazón inmenso. Siempre estuvo presto a ayudar a todo aquel que lo necesitara y cobijó las causas más peregrinas: en El Nacional siempre se defendía al más jodido, a ese que no tenía cómo defenderse.
Pensar en Radhamés como en alguien que se ha ido duele demasiado. Aunque sabemos que debe estar muerto de la risa y echando cuentos con Cuchito, ese viejito vagabundón que le esperaba allá donde quiera que vayan las almas nobles, es duro tener la certeza de que jamás lo veremos cruzar por las puertas de nuestra redacción.
Aunque era el director del "vecino", siempre fue parte del periódico Hoy. Amigo entrañable de Cuchito, iban y venían de una redacción a la otra haciendo chistes, "fuñendo el parto" y haciendo que las eternas horas en el periódico fueran mucho más amenas para nosotros.
Radhamés siempre fue un apoyo, alguien en quien se podía confiar y a quien se le podía consultar lo que fuera. No hablaba mucho del ayer, eso sí, y sacaba el cuerpo de muchas conversaciones. Prefería hablar de periodismo, su pasión, porque al final es lo que más era: periodista.
También era padre. ¡Cuántas anécdotas nos hacía constantemente de sus hijos! Vivía orgulloso de ellos y son, a todas luces, lo que él más amaba. Por fortuna ellos lo saben muy bien: su familia era su bastón y lo demostraba.
Como jefe era duro, durísimo. Aunque estuve poco tiempo en El Nacional, ya que me mudé para Hoy casi un año y medio después de llegar, me tocó verlo echando chispas muchísimas veces: era exigente y no soportaba las noticias tontas. ¡No había nada que le emocionara más que una buena historia, sobre todo cuando estaba intachablemente escrita!
Por sus manos pasaron muchos periodistas. Son bastantes las generaciones que tocó, de alguna y otra manera, dejando en ellos algo de su legado: enseñar era parte de él y lo hacía de una forma natural, sin esfuerzo alguno; sus consejos y sus boches se quedaban, indefectiblemente, con uno.
A Radhamés lo recordaremos por muchas cosas. Por sus palabras disonantes, por el caminar quedo de sus últimos años, por su humor y sus chistes... pero, sobre todo, por el cariño que supo dar a quienes tenía cerca. Hoy te has ido, Radha, pero te quedas. ¡Nunca te olvidaremos!
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