martes, 6 de octubre de 2015

A ti, que tal vez quieras volver

Hoy me escribes. Quieres volver a verme. Hace meses te dije adiós. Te expliqué, con claridad, que te dejé de amar. Reconocerlo dolió. Pero también fue un alivio: después de casi diez años mi corazón se liberó. Fue, por fin, libre.

Hice todo por estar contigo. Sufrí el sufrimiento, superé las adversidades y me repuse frente a ti mismo. Fui niña, mujer, tonta, ilusa, víctima, “verduga”, dama… desempeñé todos los papeles que me correspondieron intentando estar a la altura de las circunstancias.

Para ti nunca fue suficiente. Cuando te amé con locura no me amabas. Hubo momentos, incluso, en los que fuiste muy cruel. Yo lo aguanté todo. Fui poquita, fui nada. Te quería por encima de todo. Por eso soportaba tu desdén y reía cuando, después de lastimarme, volvías. ¡Tú siempre volvías!

Un buen día las cosas cambiaron. De repente te necesité más cerca. Te quería junto a mí, de verdad, y no por momentos prestados. Quería algo real, sin muchas pretensiones, pero real. Dijiste que no, que no podías. De ponerte a elegir, tendrías que irte en ese momento.

Por favor, quédate, te dije. Respondiste que no. Imploré nueva vez. Recibí otro no. Entonces lloré con desconsuelo, como muchas otras veces. Esta vez fue distinto. Me miraste a los ojos. Dijiste, frío, que no me podías amar. No querías tener más hijos ni un matrimonio ni nada que te alejara de la empresa que querías formar. Yo no era importante para ti. Tu mundo, lo demás, era lo que contaba.

Sufrí por mucho tiempo. Nunca te importó. Mi dolor no te hería. Sólo querías refugiarte en mi cuerpo. Así el tiempo pasó… hasta que volviste. Pero volviste sin volver. Me mareaste algunos meses pero te fuiste envolviendo en palabras que al final se fueron al aire. ¡Qué raro era estar sin estar!

Luego te enfermaste. Y supe que nunca te había dejado de amar. Fui a verte. Y me quedé. Te cuidé. Te acompañé e hice todo lo posible para que tu dolor fuera menos. ¡Cuánto hubiera dado por sufrir en tu lugar, por liberarte!

Poco a poco nos fuimos haciendo uno. Y creo que fuimos felices. Muy felices. Jamás, a pesar de las limitaciones, estuvimos tan bien como entonces. Creí que sería eterno. Pensé que ya era para siempre. ¡Cuánto he soñado con ese para siempre que nunca ha llegado!

No fuiste feliz. Me tenías sin condiciones. Nunca lo creíste. Dudaste. Tanto dudaste que tus dudas me arroparon, me asfixiaron… acabaron con todo lo que existía. Jamás te engañé ni te mentí. Pero nunca te convenciste. Siempre pensaste que tenía algo que ocultar. ¡Yo que por ti habría dado mi vida!

De pleito en pleito, a pesar de que siempre se basaban en suposiciones absurdas, mi amor se fue muriendo. El dolor, que surgía de nuevo, se hizo muy pesado. Era difícil estar. El equipaje comenzó a pesar. Entonces me di cuenta de que tenía que dejarte atrás. Se trataba de elegir entre tú o yo. Seguir contigo era dejar de vivir, entregarme al sinsentido de no poder ni pensar por miedo a lastimar lo nuestro. Pero, ¿puede algo existir sin respirar? No, no hay manera de ser cuando es bajo coerción.

Nunca quise que fuera así. Siempre soñé con casarme contigo. Creía que sería la felicidad más plena. No supe ver que, así como antes no eras capaz de amarme, nunca lo serías. Cuando el amor no fluye desde el principio jamás lo hará. ¿Por qué cuesta tanto reconocerlo? ¿Por qué tenemos que esperar que todo se rompa por dentro para verlo? ¡Cuántas preguntas sin respuesta!

Sí, sé que es absurdo que te diga adiós cuando has decidido amarme. ¡Esperé nueve años para que lo hicieras! Cualquiera sonreiría y te abriría los brazos. Yo no puedo. Dentro mí algo murió cuando decidiste creer en fantasmas que no existían. Por eso, a pesar de que muchas veces esperé que me amaras, ya no puedo amarte. Mucho menos cuando, en momentos de “desesperación”, me intentas herir. ¡Jamás podrás volver a hacerlo!

Hoy tengo que decirte, vestida de orgullo, que no miraré atrás. No sé si quieres volver o quieres jugar. Ya no me importa. El mundo me espera. He durado mucho tiempo dándole la espalda. Adiós. Te deseo mucha suerte. La necesitarás. Con cariño,

Marien.

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