jueves, 28 de junio de 2012

Porque nada es lo que es

Ayer buscaba unos materiales viejos y me encontré con este artículo, titulado Porque nada es lo que es, escrito el 10 septiembre del año 2006. Casi seis años después, poco es lo que hemos avanzado... entonces uno tiene que volver a preguntarse, ¿dónde rayos estamos?

Nada es lo que es, señorita, y nunca lo olvide, me espetó un señor mayor mientras caminaba hacia uno de los andenes de la estación de trenes de Madrid. Yo le miré extrañada y él me sonrío agregando: nunca te engañes pensando que las cosas son tal como las supones; detrás, siempre hay detrás por descubrir. No tengas miedo y recuerda que todo tiene un porqué.

En esos momentos no entendía lo que me decía. Tampoco para qué. Sin embargo, él había visto la duda en mi mirada. Y me animaba continuar. Equivocarse, terminó, es la única forma de alcanzar el éxito; llega hasta el final, no te fijes en lo que dicen los demás y jamás te detengas en el camino porque entonces nunca sabrás si eras capaz de lograr lo que te proponías.

Aquella conversación aconteció hace tres años. Yo pasaba por un bache existencial y un extraño, de esos que te enseñan más que mil maestros, me daba la respuesta que necesitaba. También las fuerzas para continuar y, sobre todo, sopesar lo que me sucedía.

De las palabras de aquel señor, lo que más me llegó fue lo de “nada es lo que es”. Porque, ¿cuántas veces creemos estar seguros de algo y después descubrimos que hemos estado errados? ¿Cuántas no juzgamos antes de tiempo, quizás dejándonos llevar por el qué dirán, para después arrepentirnos de lo que hemos pensado? ¿Cuántas, en función de esa nada, lo perdemos todo sólo por no arriesgarnos?

El pensar en la nada, sin embargo, también me obliga a detenerme en lo que somos y tenemos como país: se supone que somos ricos, o lo fuimos alguna vez, pero en la práctica no tenemos absolutamente nada.

Por no tener, no tenemos ni siquiera quién nos defienda. Por ejemplo, vemos cómo hay ministros que se benefician con lo que están llamados a cuidar: ese caso lo vemos en Turismo, donde a algún personaje de gran importancia le concedieron el uso de 60 metros de playa en Samaná para que desarrolle un proyecto privado. Y esa playa, ¿no es del pueblo? (Cualquier parecido ahora con el pueblo de Pescadores, en Las terrenas, es mera coincidencia).

También vemos que, mientras en mi calle tenemos que buscarnos la vida para darnos un baño por las mañanas puesto que el agua no llega –aunque la pagamos- a causa de unos trabajos que hace la CAASD, hay una secretaria a la que los Bomberos no sólo le limpian el tinaco y la cisterna, sino que después se los llenan de agua.(Hoy se anuncia crisis de agua a partir de mañana por cambio de válvulas).

Y luego el presidente Fernández anuncia que someterá un proyecto de ley para regular el robo de energía eléctrica y denuncia que ese es un negocio en el que están metidas grandes empresas. En lugar de ello, ¿por qué no se somete a los infractores? (¿Sometidos, jajajaja?)

Pero además vemos en Educación se callan durante dos años el supuesto robo de trescientas mil raciones del desayuno escolar. ¿Eso no debió denunciarse mucho antes? Bueno, quizás fueron los antecedentes que hicieron que Alejandrina Germán callara: aunque sometió a la antigua directora de Inicial por el “desvío” de cientos de cajas con materiales didácticos, el juicio no ha llegado a nada a pesar de que el cuerpo del delito se encontró en una propiedad de la acusada.(La descargaron al final por supuestos problemas psicológicos).

Por otro lado tenemos que soportar que cada día haya más apagones y, como consuelo, nos digan que están estudiando un proyecto para resolver el problema en el año 2012. También que nos hablen de la posibilidad, en un país donde nada se sostiene ni mantiene como es debido, de trabajar con energía nuclear (ay, de nuestras vidas). (Bueno, no tengo que decir mucho en cuanto a esto, salvo saludar a Marranzini).

Como si eso fueras poco, vemos cómo se le rinde pleitesía al culpable de tanta falta de institucionalidad y de seriedad: a ex presidente Joaquín Balaguer, quien acabó con la escuela y “legalizó” la corrupción. Al final no somos más que un país en el que se habla de intenciones pero lo gasta todo en un metro (ya está casi lista la segunda línea y seguimos en las mismas); y que, por funcionarios, contamos con quienes sólo saben servirse del poder. Definitivamente, aquí nada es lo que es.

Que el silencio vaya más allá de la zona colonial

La noche cae. Los ánimos, de repente, se encienden. La vida se vuelve festiva y la ciudad, que todo lo puede, se convierte en un aquelarre en el que los sueños más absurdos buscan realizarse.

Muchos quieren evadir. Buscan en los bares, cafés, lounges, discotecas o como se le quiera bautizar... lo que no encuentran dentro de sí. Junto a la música, el ambiente y la compañía, además de algún trago, se entregan al olvido.

Algunos se entregan tanto que olvidan a los que le rodean. Van a espacios en los que no existe el respeto y se violenta, a golpe de diversión, el derecho más elemental de cada individuo: tener paz.

Ahora, después que las autoridades le pusieron coto al ruido en la zona colonial, deberían hacer lo propio en otras áreas que también se han convertido en un infierno para quienes viven allí. Por ejemplo, para citar casos puntuales, vayamos a Piantini.

Comencemos con la Lincoln, una calle otrora tranquila, que es ocupada por grupos de bebedores que ni siquiera respetan la Clínica Abel González. Hay gente, como mi papá, que en los tiempos de chercha se va de su casa porque no puede dormir allí. La misma suerte corren los vecinos de Mamajuana Café (Roberto Pastoriza 461), un lugar con grandes bocinas en la terraza que coloca los más terribles dembows a insoportable altura y a horas de la madrugada. ¿Quiere verificarlo? Busque en YouTube “Mamajuana Café en Santo Domingo”.

Denunciado mil veces, este sitio viola la ley pero Interior y Policía le premió con la extensión de horario. El caso, en los tribunales, no avanza. ¿Necesitarán la bendición del Cardenal? A él, definitivamente, lo oyen. Sólo tuvo que tronar, desde el púlpito de la Catedral, y las autoridades fueron prestas a cerrar los establecimientos denunciados con anterioridad por los párrocos de la zona colonial (a quienes no les hicieron caso, valga la aclaración).

Hoy nos toca a todos poner de nuestra parte para que estas cosas no sucedan. Comencemos por no ir a esos lugares que violentan los derechos de los demás. Al escuchar los acordes de una canción, pensemos en lo que podrían significar para los que viven cerca de allí. No seamos cómplices. Al hacerlo, nos convertimos en sus verdugos.

Sé que muchos pensarán en que tienen "derecho al esparcimiento". Pero, ¿por qué no exigir que todos los espacios de diversión tengan sistemas de insonorización para que así podamos ir sin lastimar a nadie? También es hora de recordarle a las autoridades que que su deber es que los locales cuenten con parqueos, de manera que los clientes no molesten a nadie. Vivir en comunidad es aprender a respetarnos. No podemos ir a fastidiarle la vida a aquellos que están en su casa.

miércoles, 27 de junio de 2012

Una lección que había olvidado...

Buscando cosas viejas encontré una columna del 2004. Bueno, vi muchas. Pero esta me llegó de forma especial. Hecha sueño, fueron palabras de alienta dedicadas a todos los que la pasaban mal en aquel momento. Vale la pena leerlas:
Era una sombría mañana de un día de principios de marzo. Un hombre, apoyado en la pared de un colmado, recitaba versos sin que nadie se detuviera a escucharlo. El barrio, hastiado, no estaba en disposición de aguantar a un loco que gritaba sin cesar.

A dos cuadras de allí, dos señores de mediana edad discutían acerca de los problemas que la sociedad tiene que enfrentar. El precio de la gasolina, la carestía del arroz –también incluyeron el tema de su quema e importación–, la escasez del gas, las amenazas de ANADEGAS, la situación de los haitianos –con Phillippe proclamándose dueño y señor de Haití, por cierto–... eran algunos de los tópicos que concentraban su atención.

Al pasar al lado del señor que pronunciaba frases al aire, ninguno de los dos lo escuchó: ambos estaban demasiado concentrados como para perder el tiempo en alguien que les era demasiado ajeno.

El tiempo fue pasando pero nadie reparaba en el poeta. Él, cansado de tanto olvido, decidió entonces cambiar de sistema: en lugar de decir cosas agradables, se quejaría por todos los males que hay en el país. Así lo encontramos nosotros.

El día que lo vi llevaba barba de seis días y un hambre lacerante en las entrañas. Déme algo de comer, me dijo después que me detuve a escuchar sus quejas. No tenía mucho, pero le di algo. Él risueño, me lo agradeció y me recitó un verso, algo que realmente me sorprendió.

Cuando José, porque así se llamaba, descubrió que me desconcertaba, me explicó que días atrás recitaba versos para vivir. Nadie le ayudó. Buscó un picoteo, aseguró, pero nadie cree en el poder de las buenas palabras. “Por eso he cambiado y ahora lloro, me quejo y me amargo. Dejo ver mis heridas y sufriendo frente al prójimo, algunos llegan a escucharme”.

Su silencio posterior me conmovió tanto que no supe qué decir. Él quería reconfortar, quería ser positivo y regalar el brillo de su sonrisa a todo el que quisiera escuchar las mágicas historias que había aprendido de sus ancestros. Eso no funcionó.

¿Por qué seremos tan masoquistas?, me cuestioné como si fuera yo la culpable de todo lo malo que se dice en este país. No lo sé, le respondí antes de reparar en que yo era tan culpable como los demás: hace tiempo, mucho tiempo, que dejé de escuchar las palabras positivas. En su lugar, me regodeo ante las desgracias y las culpas que puedo enrostrarle a un Gobierno que me es cada día más repulsivo.

Pensando en ello, me quedé con la mirada perdida. ¿Qué piensas?, me cuestionó como si adivinara lo que sentía. Me dio vergüenza, lo reconozco, pero finalmente le externé que yo también me inclinaba hacia las miserias que me rodean.

– Es normal –garantizó–, nadie sabe vivir de las cosas buenas. Debes liberarte, inténtalo al menos alguna vez.

– No sé cómo hacerlo –le respondí con toda la humildad del mundo–.

– Compra nuevos cristales, mira la realidad a través de los colores y no de la oscuridad.

– Cómo podré mirar las cosas a través de unos cristales limpios, cuando el dinero no me alcanza y me faltan fuerzas para enfrentar los avatares de la vida.

– Comienza por obligarte a pensar en positivo cinco minutos al día. Hazlo a la misma hora, como un ritual, y así serás un poco feliz cada día. De esa manera, valorando cada día algo de lo bueno que tienes en la vida, empezarás a ser menos negativa. Después, créelo, irás ampliando el tiempo y serás más feliz.

– Parece algo fácil.

– Claro que puede ser fácil. Aunque seamos trágicos por naturaleza, recuerda que siempre hay algo bueno que decir. Aférrate a eso y serás menos infeliz.

Estaba cerca de obtener la receta de la felicidad cuando de pronto el hombre se marchó, el barrio se diluyó y el día se filtró por mi ventana. Dormía, soñaba y creía. Nada había sido real.

Pensando en el sueño, que recordaba con una nitidez sorprendente, reparé en que alguien me quería dar una señal. Di algo bueno, parecería decirme el viento que soplaba con fuerza y cruzaba toda mi casa. En nombre de él, y de aquellos que intentan ofrecer versos en lugar de tragedias, va esta historia que acabo de narrar. Al hacerlo, les recuerdo que a su lado puede haber alguien que busque un picoteo. No dejen, por si acaso, de escucharlo.

jueves, 21 de junio de 2012

¿Y dónde quedó nuestro gran paraíso tropical?



Las paradisíacas playas de arenas blancas, salpicadas de cocoteros que se elevan al cielo como si quisieran besarlo, han comenzando a teñirse de gris. Su imagen se desdibuja. Atrás van quedando esos espacios de inmenso solaz donde la paz estaba garantizada y se valía, sobre todo, soñar con lo perfecto.

“Alerta por violencia en isla de vacaciones”, se leía en un titular de la portada del martes del periódico De Telegraaf, el de mayor importancia de Holanda, que advierte a sus ciudadanos que quienes visiten la República Dominicana deben “tener cuidado con las pandillas de ladrones, fuertemente armados, que han puesto a turistas occidentales en su mirilla”.

Hecha la advertencia, explica que el Ministerio de Relaciones Exteriores de Holanda ha dado el consejo a los viajeros basándose en el “empeoramiento significativo de la situación de seguridad”, ya que constató que los turistas que están fuera de los complejos vacacionales son, cada vez más, víctimas de robos. Se insta a tener mayor cuidado al viajar luego de la puesta del sol y en los trayectos interurbanos.

Para ilustrar la situación partieron del caso partieron de un asalto que le hicieron a una familia domínico-holandesa el 29 de mayo pasado, a las 5:30 de la mañana, en el kilómetro 59 de la Autopista Duarte. Los hechos, de tan dramáticos, alamaron a las autoridades holandesas.

A casi un mes de esto, nadie dice nada. Cada vez escuchamos más gente que ha sido asaltada, agredida y lastimada. Nuestro paraíso se desintegra pero el Gobierno, para variar, calla a pesar de que los Estados Unidos también alertaron a sus ciudadanos acerca de la inseguridad local.¿Será que el turismo nos da igual?

miércoles, 20 de junio de 2012

De lo público, lo privado


Como siempre, ellos hacen de lo público su espacio. No importa lo que digan las autoridades, lo que establezcan las leyes o el simple sentido común: los buhoneros no respetan nada y, como entienden que ganarse la vida les da derecho para todo, ocupan con descaro hasta los puentes peatonales.

En el caso del de la Winston Churchill con Johnn F. Kennedy, que corresponde al, Ayuntamiento del Distrito Nacional (ADN), hay quienes aseguran que el cabildo pasa por allí todos los días para cerciorarse de que no haya ventas callejeras. ¿Será entonces que los vendedores están al acecho y huyen en cuanto los ven?
De cualquier manera, lo cierto es que ellos se apuestan en el lugar en cuanto no hay presencia de las autoridades.

Pero ningún lugar como el peatonal de la Autopista Duarte, a la altura del kilómetro 9, donde la oferta es tan variada que el transeúnte puede encontrar prácticamente de todo.

Esta infraestructura, sin embargo, está bajo el “cuidado” del Ayuntamiento de Santo Domingo Oeste, un cabildo que jamás ha hecho esfuerzos por desarrabalizar el área que le corresponde.

Y es que con el kilómetro 9 sucede algo muy peculiar: una parte de la zona pertenece al Distrito Nacional mientras que el resto es de Santo Domingo Oeste.

Esta situación complica la regulación de los buhoneros y transportistas que suelen estar en esta área, ya que los alcaldes de las demarcaciones tienen visiones muy distintas. Cuando se trata de vendedores ambulantes, sin embargo, parecería que no hay nada que se pueda hacer: por más esfuerzos, limpiezas y discursos, ellos regresan una y otra vez como si la autoridad no significara nada.

Tal vez, por aquello de que nunca hay sanciones, entienden que hasta la vía pública es suya.

martes, 19 de junio de 2012

El hombre perfecto... un gaperro en tu número


Un gran abanico azul se abre. De tela, con dragones dibujados, sirve para abanicar a un hermoso gato blanco. Estamos en Tainán, la segunda ciudad en importancia en Taiwán, y nos disponemos a disfrutar de la noche. Somos tres. Latinos, dispuestos a saborear lo mejor de la movida asiática, hemos encontrado el único bar abierto que había a casi diez calles de nuestro hotel.

Encontrar el barcito no fue empresa fácil. Caminamos, calles arriba, y veíamos que apenas había una que otra cafetería abierta. Entonces, cuando ya nos íbamos a dar por vencidos y estábamos al punto de regresar al hotel, vimos cómo un brillante letrero de Heineken nos saludaba: habíamos dado, por insistentes, con el lugar que realmente queríamos.

Minutos antes habíamos entrado a un establecimiento muy moderno, extremadamente minimalista y oscuro, en el que las sillas luchaban contra la gravedad para mantenerse en pie. Una vez sentados, junto al bar porque era donde había más movimiento, nos dijeron que no había tiempo de servirnos: eran las doce menos cuarto y cerrarían en quince minutos. Aunque decepcionados, ya saben que no nos dimos por vencidos.

El barcito que encontramos no era un lugar precisamente chic. En la acera, un montón de pequeñas mesas de madera se sucedían unas a otras; la gente, ubicada como podía alrededor de esos pequeños cuadrados alrededor de los que colocaba su silla, bebía cerveza con plena emoción. Casi no había espacio para sentarse. Tuvimos que esperar, incluso, que una mesa se desocupara. Eso, sin embargo, nos sabía a poco después de haber dado una gran caminata. Las Taiwan Beer, cerveza local, nos esperaban y eso era lo único que nos importaba.

En cuanto nos sentamos una joven, de esas que parecen no tener una edad indefinida, nos atendió. Hablaba un poco de inglés, para nuestra dicha, y tan sólo sonrió al escuchar cómo pedíamos emocionados la cerveza del lugar. A nuestro lado, tan ruidosos cual si fueran caribeños, un grupo de chicos se reía a más no poder mientras bebían sin poses ni prisas.

Mientras nuestro espíritu se calentaba fuimos descubriendo nuevas cervezas que venían desde lo más recóndito de los rincones asiáticos. Fuimos viajando, siempre a consejo de la dueña del lugar, al calor de nuestros paladares y un ambiente que se animaba cada vez más.

Poco a poco comenzamos a hablar de los hombres. Como habíamos estado bebiendo, la sinceridad fue cada vez en ascenso. Las mujeres, que éramos mayoría, teníamos la voz cantante: nos quejábamos, tal como lo habíamos hecho cuando el grupo era más amplio, de lo difícil que es encontrar a un hombre que se ajuste a nuestros deseos.

Entonces surgió el tema de la edad. Los chicos decían que eso era relativo, que no les importaba demasiado. Nosotras hablamos de experiencias pasadas y decíamos, sin rechistar, que buscábamos a alguien que no llevara mucho. Nunca pensamos en alguien más joven. Fue entonces cuando Xiomara dijo lo siguiente: las mujeres tienen que buscarse un gaperro de su número. ¿Un qué?, dijimos al unísono. La historia es de fábula… chequeen:
“Tengo un amigo que decía que los hombres son como los zapatos. Por eso, cuando vos andás con un hombre demasiado joven, es como que andes con un zapato muy pequeño: se te sale el talón, se te salen los dedos… es andar haciendo el ridículo”.
Punto a su favor (por favor, que no se nos olvide ahora que, con el calendario encima, queremos pretender que los años no pesan ni pisan).
Pero, ¿qué pasa si es al revés?
“Si andás con un hombre muy viejo es como que andes con un zapato muy grande, que vas a andar siempre chancleteando. ¿Qué vas a hacer con eso?”.
Vas a estar incómoda, te hartarás y dejarás los zapatos tirados. Tampoco es opción.
¿Conclusión?
“En resumen, nada que te sobre, nada que te falte: el zapato tiene que ser en tu número”.
Y continúa.
“Ahora, de ahí depende de tu gusto: si lo querés blanco, si lo quieres negro, si lo querés café, si lo querés puntudo, si lo querés tacón grueso”...
cada quien con el color, estilo y forma que mejor le plazca (a gustos y personalidades no hay disgustos; da igual si son modernos o anticuados, ese es otro tema).

Con lo del número esclarecido, faltaba lo mejor: ¿qué es un gaperro? Anoten bien, como lo hice yo a pesar de que esta historia data de hace unos años atrás (la encontré a medio escribir y la retomé anoche porque es demasiado buena para no compartirla).
Sigue Xiomara….
“Bueno, yo he tenido gato y he tenido perro. Mi experiencia con el gato es que es demasiado independiente, tan independiente que se olvida de que tiene su casa. Y yo vivo tan ocupada que llego a mi casa y, si alguien no me recuerda que depende de mí, si alguien no me recuerda eso, yo puedo olvidarme fácilmente que existe. Entonces necesito que alguien me lo recuerde constantemente”.
Hombres como estos, con comportamiento felino, abundan. Pero al final uno termina pasando de ellos. A veces no es por olvido sino por falta de atención. Pero sigamos, ahora con los perros:
“si es alguien extremadamente dependiente, como son los perros, a los que tienes que darles de comer, bañarlos y hasta sacarlos a cagar, entonces resulta que esa dependencia se te vuelve una asfixia extraordinaria”.
Oh, de los machistas que buscan en la mujer quien les resuelva la vida. Descartados.
“En resumen, el hombre no puede ser ni tan dependiente de vos que te sofoque ni tan independiente que te olvide. Tiene que ser entonces una cosa intermedia, que es como lo acaba de definir nuestro amigo costarricense ahorita: tiene que ser un gaperro. Y he ahí manita el consejo: tiene que ser un gaperro en su número. Ese es el hombre perfecto”.
Equilibrio. En esa palabra, en resumen, se traduce la felicidad.

jueves, 14 de junio de 2012

Un lago que aún espera que se acuerden de él


La imagen era sobrecogedora. Ver el agua a ambos lados de la carretera, besándose y fundiéndose sin remedio, estremecía a todo aquel que sabe qué había debajo de ellas: cultivos, ganado, casas, infraestructura... una vida hoy marchita.

El Lago Enriquillo se hace cada vez más grande. Sus aguas aumentan y el caudal va arrastrando consigo la esperanza de toda esa gente que vive en los pueblos que le rodean.

El Gobierno ha prometido. Pero nada ha llegado aún. El presidente Leonel Fernández, que estuvo el martes en Jimaní, parece no haber visto la carretera anegada. Quizás desde su helicóptero no se puede apreciar la tragedia de los que están debajo.

Tal es la situación que la dirección regional de Salud advirtió que hay una emergencia sanitaria en el paso fronterizo de Mal Paso-Jimaní-Haití, donde han aparecido brotes epidémicos generados por la falta de insalubridad de la zona.

Producto de ello, Salud Pública prohibió elaborar alimentos en esta área, así como recomienda manejar adecuadamente el expendio de comida. También prohibió vender jugos artesanales, mabíes, agua de funditas o frituras.

Tampoco se puede vender alimentos, los días que haya mercado, en el suelo; ni pescar en el área. En cuanto a Haití, prohíbe que se traigan desde allá alimentos, bebidas, pescados o medicinas (a menos que tengan registro sanitario de República Dominicana).

Mientras esto sucede, en la capital se dibuja el sueño de un Nueva York chiquito. Hay metros y corredores. Pero la gente del Lago, ¿cuándo le importará a alguien? ¿Dejarán que se ahoguen?

lunes, 11 de junio de 2012

Un puente, un atentado


Cuando le veo recuerdo muchas historias de ayer. El fue testigo de gran parte de nuestros ires y venires. Casi cada semana le atravesábamos. Unas veces más cerca y otras más lejos, el puente Duarte siempre fue testigo de nuestras andanzas familiares.

Sobre él, en tapones que solía haber, sentí miedo por primera vez. El puente se movía, en una noche de lluvia de los 70's, y de repente nos asaltó el temor de caer. Quizás nunca corrimos peligro. Pero jamás lo olvidé.

Son muchas las historias que guarda este puente. Algunas son fantásticas; otras, un tanto dolorosas. Pese a ello, ahora vemos cómo hay gente que se mancilla contra él. Y al hacerlo, en un arrebato de burdo hurto, nos ponen a todos en peligro.

Nunca antes habíamos visto que en un país se robaran los cables de un puente. Pero somos dominicanos. Aquí, donde la realidad se convierte en farsa y muchos ríen aunque deben llorar, todo sucede. Es por ello que ladrones con dejos terroristas se burlan de las autoridades a un punto tal que, a pesar de que hay un destacamento cerca, dos días después de robarse los cables volvió un ladrón que posteriormente se le escapó a los policías.

La Policía, al parecer, sólo tiene fuerzas para matar delincuentes de vez en cuando. Mientras, el gobierno mira hacia arriba y propicia que los rateros hagan cosas tan atroces como debilitar el puente. ¿Cómo se explica que la RD sea gran exportador de metales que no produce? Eso no le importa a nadie. Tampoco que se invierta tanto dinero en los bienes públicos (alcantarillas, puentes, bancos...) para que terminen fundiéndose.

Quejémonos. Hagamos algo. No permitamos que sigan atentando contra todos. Hasta ahora había sido contra esas gomas que se pinchaban al caer en una alcantarilla sin tapa. Hoy es contra la vida de quienes cruzan el puente cada día. ¿Esperaremos que haya una desgracia?