miércoles, 18 de mayo de 2016

Unas elecciones que nos gritan lo mal que estamos

La jornada fue larga, intensa. Más de mediodía escuchando todas las incidencias de unas elecciones que dieron lástima, asco y vergüenza: duele haber sido testigo del desorden, de la deshonestidad, de la compra y venta burda de intenciones (conciencia no hubo jamás) y, sobre todo, de la descarada violación a las leyes.
Además es muy duro ver ese no me importa nada que ha arropado una victoria tan ilegítima como real. Si sabían que habrían ganado de todas formas, ¿cuál era la necesidad de hacer todo lo que hicieron? ¿Por qué prestarse a viejas mañas que, al final, sólo llevan a cuestionar los resultados de unas elecciones que tenían por ganadas desde hacía bastante tiempo?

Es evidente que no les importa nada de lo que sucedió. Los resultados, al fin y al cabo, son lo único que quieren. Basta recordar al creador de las victorias de ficción, el maquiavélico Joaquín Balaguer, para reparar en que en la República Dominicana lo que vale es quedarse, salirse con la suya, sin importar lo que haya que tranzar, manipular o fastidiar. Pero, ¿qué necesidad había de hacerlo cuando estaban delante? ¿Tenían miedo de no llegar tan alto o necesitaban una victoria apabullante que validara todas las encuestas, aunque para lograrlo dejaran tanto mal sabor en una población que no merecía nada de lo que pasó? Por más que quiera ponerme en su lugar no lo entiendo: ¿por qué, si nos vendieron la imagen de que son distintos (éticos y serios), recurrieron a las costumbres malsanas de comprar cruces y vender cientos de promesas que sabemos de antemano que no se cumplirán?

Las razones, la verdad, es que importan muy poco. A estas alturas da igual si fue por soberbia o por miedo. Lo importante es el resultado de lo hecho: demostrarnos que, en lugar de crecer, nuestra sociedad retrocede a pasos agigantados y que, por más que se quiera ocultar, el peso del hambre y el clientelismo es de demasiado fuerte en un país en el que hay tanta necesidad y la gente aspira a resolver su problema inmediato aunque mañana siga igual de fastidiado. Porque, ¿de verdad creen que vendiendo un voto por dos o tres pesos resolverán sus vidas? Todos sabemos de sobra que no. El inmediatismo, sin embargo, se impone.

A tal punto llegó la situación que en La Romana pudimos ver dos letreros, de cartón y colgados en las calles, que llamaban poderosamente la atención: "No tenemos compromiso con nadie, vendemos el voto a quien lo compre... $" y "No emos (así, sin H, a pesar de que hay un borrón donde ella iría) hasta que aparesca (sic) un samaritano"; así fue la jornada del domingo: un vender y comprar que podría ser definido de cualquier manera menos como democracia. ¿Sucede esto en países donde la gente vota de verdad? ¡No lo creo!

Lo peor es que, además de todo lo que pasó el domingo, ahora nadie sabe a ciencia cierta qué sucede en las juntas electorales porque de repente, tal como se denuncia desde muchos lugares, los conteos de los delegados de los partidos no coinciden con los de la JCE en diversas mesas en las que ganó la oposición. La duda surge, por demás, por el desastre de las máquinas y la necesidad de mezclar el conteo manual con el electrónico. ¿Cómo convencerá la JCE a la gente de que los resultados que ofrece son legítimos? Eso lo veremos con el tiempo. Mientras toca rezar para que los ánimos se enfríen y no haya más desgracias que lamentar. Con siete fallecidos en esta contienda ya los partidos tienen bastante lastre que cargar... ¡qué no haya más!