martes, 25 de septiembre de 2012

Discurso pronunciado hoy por el presidente Danilo Medina ante la ONU

Excelentísimo Señor Vuk Jeremic,
Presidente del Sexagésimo Séptimo Período de Sesiones de la Asamblea General;

Excelentísimo Señor Ban Ki-Moon,
Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas;

Excelentísimos Señores y señoras Jefes de Estado y de Gobierno;

Excelentísimos Señores Embajadores;

Señores Ministros y demás Jefes de Delegaciones;

Damas y Caballeros:

Expresamos nuestra cálida felicitación al señor Vuk Jeremic, por su elección como Presidente del Sexagésimo Séptimo Período de Sesiones de la Asamblea General.

Asimismo, expresamos nuestro regocijo porque el debate general, en esta oportunidad esté dedicado a considerar entre otros temas la “promoción del crecimiento económico sostenido y del desarrollo sostenible de conformidad con las resoluciones pertinentes de la Asamblea General y las recientes conferencias de las Naciones Unidas”.

Desde que adoptamos la Declaración, los Objetivos y Metas de Desarrollo del Milenio, la imagen del desarrollo ha quedado vinculada a la reducción de la pobreza, y al desarrollo de capacidades y oportunidades para las poblaciones vulnerables.

La mayoría de nuestros países en desarrollo han logrado avances significativos, hasta que en el 2007 se inició la crisis financiera que afecta la economía mundial y amenaza con neutralizar los logros alcanzados.

Vivimos una época de crisis simultáneas. La crisis ecológica amenaza la mayoría de las plantas y animales, el calentamiento atmosférico amenaza las poblaciones costeras y países ubicados en pequeñas islas.

El crecimiento desordenado de las poblaciones amenaza superar la capacidad de renovación de nuestra naturaleza.

Asistimos a una crisis de los valores que tradicionalmente han ordenado el comportamiento de la humanidad.

La guerra y los conflictos armados amenazan el derecho a la diversidad cultural, ideológica y política, y a vivir en paz y con solidaridad.

Nosotros, los países en vías de desarrollo, no ocasionamos la crisis financiera mundial.

Esta crisis fue provocada por la falta de aplicación de regulaciones efectivas en el sistema financiero internacional, así como por la arrogancia, la codicia y el afán desenfrenado de acumulación de riquezas.

En el contexto de esta crisis han resurgido viejos debates sobre la mejor forma de afrontarla.

Si reduciendo la inversión y la protección social de las poblaciones, o por el contrario, reforzándola, convirtiendo las políticas anti cíclicas de inversión social, en la palanca para reanimar las economías, y también acerca de cómo medir la pobreza y el desarrollo y conocer el impacto social de las medidas adoptadas.

Si por el nivel promedio de ingresos o por la disminución de las desigualdades sociales y mejoramiento de la calidad de vida.

Los países del tercer mundo cuyas economías han tenido un mejor desempeño y mostrado menor vulnerabilidad en este contexto de crisis mundial, han sido aquellos que comprendieron oportunamente que invertir en la formación de capital humano, en el mejoramiento de la calidad de vida de sus poblaciones, es el mejor camino para reducir dicha vulnerabilidad y mantener el crecimiento económico.

Sr. Presidente,

La economía ha de estar al servicio de las personas, no al revés.

En este debate sobre el desarrollo, debemos reafirmar que como poblaciones y como gobernantes hemos aprendido, por vía de la experiencia muchas veces dolorosa, que la equidad y la sostenibilidad constituyen requisitos esenciales para asegurar un crecimiento económico sostenido y sostenible.

Hoy sabemos que no basta el crecimiento económico para reducir las inequidades sociales y mejorar la calidad de vida de las poblaciones, ni es correcto sacrificar nuestras poblaciones con la esperanza de que un crecimiento de la economía derramará eventualmente sus beneficios sobre todos, y reducirá las desigualdades sociales, expectativa que generalmente no se ha cumplido.

Por el contrario, la experiencia demuestra que mejorando la calidad de vida y reduciendo la pobreza y la exclusión social se puede estimular un crecimiento económico sano.

En un contexto de crisis e incertidumbre internacional, necesitamos reducir las desigualdades sociales nacionales e internacionales, incrementando además la cohesión social y fortaleciendo la gobernabilidad democrática.

También conocemos que el crecimiento económico que no considera los límites de la naturaleza y las necesidades de las próximas generaciones, conlleva el riesgo de un inminente colapso.

Necesitamos una revisión de las ideas sobre el desarrollo que han predominado en el sistema financiero internacional.

Equidad y sostenibilidad son dos caras de una misma moneda con la que debemos abonar al desarrollo humano.

Esta visión coincide con las declaraciones internacionales sobre desarrollo sostenible, como las de Estocolmo (1972), Río de Janeiro (1992) y Johannesburgo (2002), que promueven los tres pilares del desarrollo sostenible: equidad ambiental, equidad económica y equidad social.

Desarrollo implica proteger los sistemas ambientales, elevar la capacidad productiva de bienes y servicios, y reducir las desigualdades sociales elevando la calidad de vida de todos y todas, multiplicando las capacidades y oportunidades.

Señor Presidente,

Hoy somos más de 7,000 millones de personas las que habitamos el planeta.

El 43%, es decir unos 3,000 millones, son menores de 25 años.

Demandamos invertir para que nuestra juventud tenga las capacidades y las oportunidades para afrontar con creatividad las tareas y desafíos que caracterizan nuestras sociedades.

Durante muchos años, el desarrollo de los países ha sido evaluado por entidades financieras internacionales, utilizando como indicador alguna medida de la renta o de la producción nacional expresada en términos per cápita, con el que se identificaba el estado de bienestar material.

Nuestro país, la República Dominicana, con base en este tipo de mediciones, ha sido clasificado en los últimos años, como de ingreso Medio Alto.

Sin embargo, más de la tercera parte de nuestra ciudadanía se mantiene en condiciones de pobreza. Entonces, ¿cómo excluir a países como los nuestros de la ayuda al desarrollo?

Igualmente, para fines de comparación internacional, la pobreza ha sido medida con base al ingreso, considerando pobres aquellas familias que viven con menos de 2 dólares americanos diarios y en extrema pobreza con menos de 1.25 dólares por día, en ambos casos ajustados según el poder adquisitivo.

De acuerdo con estos criterios, se concluye que a nivel mundial unos 2,036 millones de personas son pobres, o sea, el 33% de la humanidad, y que la pobreza extrema habría descendido en al año 2005 a 1,400 millones de personas, estas mismas mediciones proyectan que para el año 2015 solo 883 millones vivirán en pobreza extrema.

El optimismo de estas mediciones internacionales no parece coincidir con la percepción de muchos de nuestros conciudadanos, quienes sienten que el crecimiento del Producto Interno Bruto no expresa sus carencias y desesperanzas.

Ni con el malestar de la juventud que aun habiendo elevado su nivel educativo no consigue un puesto de trabajo digno, ni oportunidades para impulsar sus ideas de negocios.

Esta discrepancia entre el optimismo de algunas mediciones internacionales y el malestar de nuestras calles, se puede entender por el uso de indicadores inadecuados para medir pobreza, desarrollo y bienestar.

Al menos en la República Dominicana, resulta difícil admitir que la calidad de vida y las oportunidades de mejorarla, de una persona con ingresos de 2 dólares diarios, o incluso con tres o cuatro dólares, difiera considerablemente de otra cuyo ingreso sea unos centavos menos.

La pobreza en una familia y en una comunidad es mucho más que la falta de ingresos con respecto a un umbral predeterminado, al igual que el desarrollo de un país, es mucho más que la magnitud de sus ingresos promedio.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) informó en 2010 que 81 millones de los 620 millones de jóvenes de 15 a 24 años de edad de todo el mundo, económicamente activos equivalente al 13% de ese grupo de edades, estaban desempleados el año anterior, debido mayormente a la crisis financiera y económica mundial.

Entre 2007 y 2009, la tasa mundial de desempleo de los jóvenes experimentó el mayor aumento jamás registrado: desde 11,9% hasta 13,0%.

Las mujeres jóvenes han tenido más dificultades que los jóvenes varones para encontrar trabajo.

Los resultados, en términos de salud, educación, mortalidad materna e infantil, muestran las limitaciones de este enfoque unilateral y extremadamente optimista, sobre la pobreza y el desarrollo.

No en vano algunos académicos han considerado que “estamos especulando con el destino de nuestro planeta mediante “juegos” en los que pocos agentes privados cosechan los beneficios y la sociedad paga las consecuencias. Un sistema que permite resultados como este, está destinado a administrar de manera incorrecta los riesgos”.

Las inversiones sociales en la educación, la salud y el empleo de los jóvenes pueden fundamentar una fuerte base económica, a fin de contrarrestar la transmisión de la pobreza de una generación a otra.

Al fortalecer las capacidades de los jóvenes se crean las condiciones para que obtengan mayores ingresos durante su lapso de actividad económica.

La manera como entendemos y medimos la pobreza se traduce en decisiones sobre políticas nacionales e internacionales.

Asumir que la pobreza y el subdesarrollo son expresión tan solo de ingresos familiares o promedios nacionales, ha conllevado a políticas sociales limitadas a la asignación o transferencia de recursos, para elevar temporalmente los ingresos de las familias empobrecidas por encima de la así llamada “línea de pobreza”, sacrificándose las posibilidades de desarrollar sistemas de servicios públicos más efectivos y con calidad, de carácter universal, que alcancen, como derecho, a quienes han sido tradicionalmente excluidos.

Ya Adam Smith, padre del liberalismo económico, en su definición de pobreza incluía aspectos sociales y culturales como “la capacidad de estar en público sin sentirse avergonzado”.

Más recientemente el premio nobel en economía Amartya Sen nos habla del Desarrollo como Libertad. En este sentido ampliar nuestro concepto de pobreza incorporando dimensiones participativas, de inclusión social, y de necesidades básicas insatisfechas, nos permitirá desarrollar respuestas más integrales y efectivas.

La pobreza es un fenómeno multidimensional, un sistema complejo de problemas que requiere un enfoque sistémico de soluciones que conduzcan a ampliar las capacidades, la libertad y las oportunidades, a quienes han sido tradicionalmente excluidos.

Las inversiones en el desarrollo de sistemas de educación y de salud con calidad universales, la protección social universal, el acceso a puestos de trabajo y a ambientes residenciales dignos, la seguridad personal y de los bienes, entre otras, constituyen elementos esenciales para ampliar las capacidades y oportunidades de las poblaciones empobrecidas.
Reducir la pobreza es la palanca básica para impulsar el crecimiento de la producción de bienes y servicios y desatar dinámicas espirales de crecimiento y desarrollo.

Medir el desarrollo de los países exclusivamente con base en la renta nacional per cápita, conduce a decisiones que impactan de manera negativa en nuestros esfuerzos de desarrollo.

Cuando un país es clasificado según estos criterios simples, se reducen los aportes de la cooperación internacional, y se tienden a dificultar o encarecer el acceso a préstamos, en la banca internacional.

Como países en desarrollo también necesitamos asumir nuestra cuota de responsabilidad.

A nivel interno debemos mejorar nuestros sistemas de información de manera que demos mejor cuenta de las inequidades sociales, territoriales y de género, así como del impacto sobre la naturaleza.

Igualmente debemos reorientar nuestros patrones de inversión y nuestras políticas públicas para promover la equidad y la inclusión social de los grupos más vulnerables.
Para lograrlo necesitamos del concurso de la comunidad internacional. No puede ser que un país deje de recibir ayuda para el desarrollo, solo porque el promedio de la renta nacional ha superado cierto umbral arbitrariamente definido.

En América Latina existe una larga experiencia en la búsqueda de mediciones de la pobreza y el desarrollo, de carácter multidimensional.

Desde mediados del pasado siglo, la CEPAL desarrolló una metodología basada en Necesidades Básicas Insatisfechas.

Muchos de los países han aplicado Índices compuestos de carácter multidimensional. En la República Dominicana utilizamos un Índice de Calidad de Vida, adaptado a nuestra realidad.

El PNUD ha aplicado el Índice de Desarrollo Humano, y varios otros Índices han sido propuestos a nivel internacional.

Sin embargo, la mayoría de los organismos del sistema financiero internacional continúa utilizando preferentemente las mediciones unidimensionales y centradas en el ingreso monetario, para medir y catalogar el desarrollo de nuestros países y para definir políticas sobre las condiciones de acceso a la cooperación financiera Internacional.

Queremos aprovechar la oportunidad de esta asamblea Señor Presidente, para Reclamar que los organismos financieros internacionales asuman con mayor entusiasmo y comprensión, nuestros esfuerzos, para romper el círculo vicioso de la pobreza y la exclusión social, como base para el desarrollo.

Necesitamos que asuman indicadores más enriquecidos, con mayor capacidad de captar y medir la compleja dinámica del desarrollo humano.

De lo que se trata es de trabajar juntos para superar la exclusión; no para mantener de manera indefinida la pobreza y la pobreza extrema.

Señor Presidente,

La República Dominicana reitera su firme compromiso con la paz, la tolerancia y la convivencia internacionales, así como con la democracia y la libertad, como componentes básicos del desarrollo. Aspiramos a que el desarrollo sostenible sea el enriquecimiento de la vida cotidiana de las personas, de las familias y de las comunidades y países, así como la defensa de nuestros recursos naturales.

La paz, la superación de las desigualdades sociales, la sostenibilidad ambiental, y el crecimiento sostenido de nuestras capacidades para la producción de bienes y servicios requeridos por nuestras poblaciones, van de la mano y están en la esencia del desarrollo.

Muchas gracias.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Ese otro desatino que se vive en el Darío Contreras


De repente se ve vulnerable. Algo de sí ha quedado atrás. Su mirada se ha llenado de dudas y, cual si prefiriera no saber, sólo pregunta lo esencial.

El mundo ha cambiado. Hoy no tiene lo más importante pero, a la vez, siempre olvidado: la salud, algo que sólo recordamos al perderle.

Verle sobrecoge. Sin su fuerza, cualquiera se pierde. En la enfermedad, pensé ayer, todos nos volvemos menos. En ese momento, sin embargo, vi las fotos de la unidad de cuidados intensivos del hospital Darío Contreras.

Un señor en una raída camilla, atado de tobillos y muñecas para que no vaya a caer, duerme en un coma lejano que le mantiene ajeno al precario mundo que le rodea. Casi sin aparatos, vivo tal vez porque así lo quiere Dios, su imagen me obligó a reparar en que hay quienes ni siquiera llegan a la categoría de menos. Los tratan, tristemente, como si fueran nada.

Si ver mal a alguien que quieres es muy duro, lastima aún comprobar qué tan cruel es nuestro sistema de salud: la diferencia entre quienes pueden pagar y quienes están obligados a ir a los hospitales es abismal.

La dignidad, como si se tratara de un eufemismo, se desvanece en esos espacios en lo que se está más muerto que vivo aunque se vaya en busca de la salud perdida. ¿Lo que da rabia? Mientras los pacientes están hacinados y los médicos luchan casi sin nada, hay dos emergencias de última generación que duermen el sueño eterno. Inauguradas con bombos por el ex presidente Leonel Fernández, no pueden ser usadas porque no se destinó dinero para ello.

El desatino, para variar, nos sacude.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Es hora de alfabetizar… integrémonos

La tinta ha corrido, en demasía, a lo largo de los años. Hemos ido de la teoría a las propuestas y, en ocasiones, hemos intentado hacer lo posible. Hoy, sin embargo, ya eso no es suficiente: ahora toca ser un verdadero protagonista de la historia.

Todos hemos recibido con beneplácito el anuncio del Plan Nacional de Alfabetización. La mayoría, prestos, afirmamos que estábamos dispuestos a ayudar y apoyarlo. Hoy llegó el momento de hacerlo: sólo hay que entrar a la página www.see.gob.do, en el apartado del plan, y llenar la planilla para registrarse como alfabetizador.

Pero alfabetizar no es la única forma de ayudar. También se pueden ceder espacios, aportar recursos y, si está en capacidad de ello, trabajar en el diagnóstico del nivel educativo de la comunidad y/o en el diseño y ejecución de un proyecto local de alfabetización.

Cada uno de nosotros puede hacer algo para integrarse al plan. Y estamos en la obligación de hacerlo. Ha llegado el momento en que pasemos de la palabra a los hechos, de que aparquemos el reclamo y salgamos a las calles, esta vez, a ser portadores de una realidad mucho más concreta.

Quienes hemos servido de voz para reclamar por el 4% y por la calidad de la educación tenemos que ser parte activa de este plan. Nuestra preocupación debe traducirse ahora en acción. Toca hacer de la bandera amarilla un estandarte de entrega para una causa por la que se ha luchado con intensidad.

Sé que hay aún muchas cosas por hacer en cuanto a la educación. Pero hay que comenzar por el primer escalón: alfabetizar. Luego hagamos lo demás.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Porque llevo el alma tatuada... ¡a la merd!

Nunca me lo hice. Una mezcla de cobardía, miedo y, por supuesto, respeto ante la omnipresente imagen de mi férreo padre, me lo impidieron. Pero siempre lo quise. Lo imaginé mil veces en mi memoria. Podría dibujarlo, incluso, si tuviera el talento suficiente.

Hoy comienzo estas líneas confesando que uno de mis sueños de adolescente fue hacerme un tatuaje, un deseo que no se concretizó porque mis angustias eran mayores que mis deseos de mostrarle al mundo que era infinitamente rebelde y no estaba de acuerdo con los cánones establecidos.

Tener un tatuaje a finales de los 80's estaba mucho peor visto que ahora. Sólo las muy malas, o demasiado descaradas, los llevaban. Y no es que hicieron cosas tremendas, a veces sólo se trataba de travesuras propias de la edad, pero está muy claro que en República Dominicana siempre han importado más las apariencias que la realidad. Consciente de ello, y pensando en la crisis que eso podía generar en mi familia, nunca me marqué el cuerpo (también influyó pensar en el futuro, ¿y si deja de gustarme?).

Los tatuajes, como los piercings -ay, sí, también quise ponerme un brillantito en la nariz, :) pero es evidente que tampoco lo hice-, han vuelto a ser protagonistas de esta sociedad en la que, ante cualquier hecho, volvemos a demostrar cuán atrasados e imbéciles somos. Porque, ¿desde cuando una imagen, un afición o hasta una locura de momento, puede traducirse en la calidad de una persona? ¿Cómo somos capaces siquiera de pensar que lo impoluto de nuestros cuerpos nos hace mejores que aquellos que han decidido colorear su piel?

La cantidad de cosas que se han escuchado y leído a partir de la muerte de José Carlos Hernández, un joven de 24 años asesinado de 27 puñaladas el sábado pasado frente a Gustavo Live Pub (sí, sí, ahí en la Churchill) demuestra hasta qué punto somos hijos del prejuicio y la condena.

"¿Tú viste? Tenía no sé cuántos tatuajes y piercings", se escuchaba decir. Y yo me pregunto, ¿qué tiene que ver eso con su muerte? Nada. Tampoco el que usara ropa negra, fuera metálico o, como han dicho satánico. Su vida, su apariencia y sus costumbres, al parecer, no tuvieron nada qué ver en su muerte.

Aún no tenemos claro qué sucedió. Dicen que lo confundieron con alguien que había violado a una chica pero no se ha confirmado. Eso indigna. Que alguien quiera ajusticiar a alguien, encima equivocándose de víctima, nos dice que este país está mucho más podrido de lo que pensábamos. Pero la gente, en lugar de pensar en ello, prefiere reparar en los tatuajes. Al hacerlo, queda velada una implícita justificación. Es casi como si dijeran que él se lo buscó. Pero, ¿vivir de una forma distinta realmente te hace merecedor de algo así? Claro que no.

En RD vivimos rodeados de corruptos que nunca han sido castigados, pedófilos que se esconden hasta detrás de los campanarios, ladrones de todas las envergaduras, prostitutas de alto linaje y de bastarda procedencia pero no... esos se pasean tranquilamente por la ciudad, con copas de champán o tragos de gran destilado en las manos, y nadie dice nada. ¡Claro, es que no tienen tatuajes!

Con mirada asqueada y pensamientos oscuros hemos vestido a una víctima con juicios muchos más tenebrosos que lo que puede resultar la música que él tocaba. ¿Es que no pueden verlo? Era alguien que comenzaba a vivir. No vivía como nosotros, como nos gusta, pero nadie tiene derecho a meterse en eso: la opción de viva de cada quien es personal y, si no daña a nadie, no hay por qué meterse en ello ni criticarlo.

A mis casi 40 años es difícil pensar en hacerme un tatuaje. Desde el dolor hasta la prudencia, por aquello de cualquier enfermedad, me dicen a gritos que ya pasó el momento para ello. Si tuviera fuerzas me lo haría. Pensándolo bien, tampoco hace demasiada falta. Mi alma está llena de tatuajes esta noche. Todos tienen un mensaje claro. Dice, en letras colmadas de color, lo que he contenido desde que sucedió todo esto: ¡váyanse a la mierda!