viernes, 20 de octubre de 2017

Sí, #yotambién (#metoo) he estado ahí

Cada historia queda grabada, cual si fuera con yerra, a fuego y dolor en el alma. Constantes, los episodios en los que sufrimos acoso y abuso se repiten a lo largo de nuestras vidas por más que intentemos evitarlo: da igual qué te pongas o qué hagas, qué digas o qué pienses, cómo mires o gesticules: cuando la bestia "se despierta", si es que duerme alguna vez, el animal ataca e intenta doblegar nuestra voluntad y saciar su placer a toda costa.

Aunque la experiencia de cada mujer ha de ser distinta, difícilmente aparezca una que no pueda usar la etiquetas #metoo o #yotambién que han acaparado las redes sociales desde que la actriz Alyssa Milano dijera en Twitter que si todas las mujeres que han sido acosadas o sufrido abusos sexuales escribieran 'me too' (yo también) como estatus, quizá ayude a concienciar a la gente sobre la magnitud de este problema.

Ese tuit fue publicado hace cinco días. Desde ese momento #metoo se viralizó y, posteriormente, surgió el #yotambién. Fue entonces que empecé a ver cómo cada vez más mujeres que conocía -incluidas las de mi familia por supuesto- salían a decir públicamente algo que las mujeres siempre hablábamos en privado pero jamás decíamos a la luz pública (¿miedo o vergüenza, o tal vez las dos?): que hemos sido acosadas buena parte de nuestra vida.

Cuando pensé en tuitear o escribir en el Face acerca de esto me di cuenta que no me servirían unos pocos caracteres. Por ello, retomo este blog para contar algunas cosas que jamás pensé que escribiría. Por ejemplo, la primera vez que me tocó lidiar con el "instinto" animal que llevan consigo muchos hombres tenía 14 ó 15 años. Fue el padre de una amiga, quien intentó tocarme y besarme. ¡No se imaginan lo desagradable que fue! ¡Ese viejo (aunque no era tan mayor, yo lo veía así) intentando tocarme por la fuerza! No sé cómo me escurrí, la verdad, pero tal vez si no hubiese podido zafarme él habría abusado de mí.

Yo me sentí, sin embargo, muy sucia. Es como si hubiese hecho algo tremendo. Me culpé por haber estado en el lugar incorrecto en el momento incorrecto. Me tomó muchos años reconocer que no era mi culpa haberme encontrado con un patán, un agresor que ni siquiera tomó en cuenta que era una amiga muy cercana de su hija. La amistad, tristemente, murió ese día: ¿cómo decirle a ella quién era su papá? Era preferible poner distancia.

Posteriormente, mientras fui creciendo, "entendí" que el acoso era algo "normal" y que tendría que aprender a vivir con ello. Y es que, por ejemplo, algo tan natural como caminar en la calle era exponerse (y tenía que hacerlo todos los días) porque muy frecuentemente aparecía un hombre, en lo que se ha querido confundir con un galanteo a través de los piropos, asediando. ¡Cuánto me intimidaban a veces las cosas que me decían!

Asumirlo como algo "natural", sin embargo, puede ser peligroso. Dejarlo pasar es enfrentarse a la posibilidad de que el acosador entienda que tiene una especie de luz verde para actuar. Entonces intentará llegar a más, incluso a la fuerza, porque al final lo que quiere es saciarse. Luego vienen las culpas, el pensar en lo que no hice o puede haber hecho... todas esas voces y advertencias que escuchamos desde que éramos niñas. ¿Hemos sido nosotras las que hemos fallado? No, aunque parecería que el mundo siempre nos va a responsabilizar de algo que no elegimos ni provocamos, está claro que no.

Lo más fuerte de este tema es que no estamos a salvo en ningún lugar. En el trabajo, por ejemplo, todas hemos vivido la experiencia de haber sido acosadas por algún compañero o relacionado con el que nos haya tocado trabajar de cerca. ¿Lo peor? Ellos nunca lo ven como un acoso porque entienden que si te están "enamorando" te hacen un favor.

Pero en la casa tampoco estamos a salvo. El abuso existe en el hogar mucho más de lo que se dice porque, como se trata de marido y mujer, todo tiene que quedar en la alcoba. ¿Cuántas caricias forzadas o noches de falso amor no hemos tenido que vivir por la obligación de estar con alguien? ¿Cuándo conseguiremos que la cama sea algo verdaderamente de dos, es decir, de cuando ambos quieran?

Si hablamos de los bares y discotecas la situación es peor porque hay hombres que entienden que, si una mujer está sola (o con otras mujeres), pueden atacar a su gusto y la impertinencia fluye con bastante frecuencia. ¿Nunca entenderán cuándo una mujer no anda buscando absolutamente nada? ¿Cuesta tanto pensar en que hay gente que sale solo para disipar? No se imaginan lo terrible que es tener a un necio fastidiando cuando lo único que uno quiere es tranquilidad. ¿Lo peor? Uno termina eligiendo el cine para no tener que sortear estas situaciones.

En resumen, creo que todas hemos sido víctimas en algún momento. Menos que más o más que menos, hemos vivido algún capítulo de angustia, culpa y dolor. Es hora de liberarse de ello. También de exigir respeto. Hay poner el dedo en la llaga. ¿Cómo? Poniéndole rostro a los agresores cuando agredan, dejando de callar cada afrenta y educando a los niños en el respeto pleno. Como sociedad hemos fallado: dándole un matiz cultural al machismo que nos lastima y provoca estas cosas, normalizando el acoso a través del silencio, nos hemos hecho "cómplices" de uno de los actos más cobardes que puede haber: el uso de la fuerza, el poder o la sugestión para intentar hacerse con nuestro cuerpo.

viernes, 21 de abril de 2017

Que la muerte de "Esoooo" no sea en vano...

Esta semana ha sido lo más parecido a una gran montaña rusa, de esas que tienen grandes bajadas y subidas o, lo que es lo mismo, emociones extremas: he pasado de la tristeza a la alegría sin casi darme cuenta pero, además, he tenido que lidiar con mil cosas al mismo tiempo (para variar) y hasta uno que otro quille ha aparecido. Si a ver vamos, esta semana ha sido como un resumen de lo que es la vida: ¡no ha faltado nada!

La tristeza fue la primera en llegar. Era lunes y en cuanto llegué al periódico supe que en la madrugada había muerto uno de los empleados de seguridad de la empresa. Lo había visto el día anterior. Lo saludé como siempre, diciéndole "Esoooo (escúchenlo sazonao, con la s y la o arrastrándose por los suelos)" porque así era conocido: él siempre nos saludaba con el "Esoooo" y todos le decíamos así. Nunca supe cómo se llamaba, algo en lo que reparé cuando murió. Su nombre era Miguel Antonio Salas Agüero.

Su muerte nos dolió en demasía. Era un hombre alegre, que pocas veces se quejaba aunque de vez en cuando nos pedía dinero para poder irse a su casa y tenía la necesidad como bandera, algo que confirmamos de la peor manera cuando ya no podíamos hacer nada para ayudarlo: al morir supimos que el día anterior le dijo a un compañero lo siguiente: "hace tres días que en mi casa no se enciende un caldero".

Esa expresión me ha acompañado desde el lunes y, aunque el resto de la semana ha tenido cosas geniales, me ha quedado ese regusto de pena, rabia e indignación. ¿Qué clase de país tenemos cuando una familia pasa tres días sin cocinar porque no tiene los medios suficientes para ello? "Esoooo" vivía ahogado por las deudas y la falta de recursos. A ello se suma, además, que muchas veces no tenía con qué comprar las pastillas que necesitaba para controlar la presión. "Esoooo" murió, en pocas palabras, por ser pobre.

Su realidad lastima. Y lastima más porque, como siempre sucede, nos enteramos tarde. ¿Será que somos tan indiferentes que no reparamos en la necesidad de quienes tenemos al lado o estamos tan acostumbrados a saber que eso es así que olvidamos que la vida de alguien puede depender de una ayuda? La idea de que quizás pudimos hacer algo, más que ayudar a su familia a enterrarlo porque no tenían con qué hacerlo, me sobrecoge.

Más allá de las culpas, esas que uno siente por haber tenido el privilegio de nacer en una familia con mejor suerte y con muchísimas más oportunidades, me he quedado pensando en que la vida -o la muerte- de "Esoooo" debería servir de ejemplo para ilustrar lo que están viviendo quienes dependen del sueldo mínimo para sobrevivir; esos que, lamentablemente, son como una sombra para el sector empresarial que se niega a mejorar sus salarios. ¿Es que acaso no se dan cuenta que hay gente que muere por falta de dinero?

No hay nada más cruel que permitir que alguien muera de esa manera. Algunos dirán que muchas personas que están en la misma situación encuentran con qué beber y no con qué comer. Tal vez sea cierto. Puede que prefieran ahogarse en alcohol para no pensar y no sentir aunque, al hacerlo, se estén matando un poco más rápido de la cuenta. Olvidar unos minutos nunca será la solución pero, ¿quién se lo dice a alguien desesperado?

Tenemos que hacer algo. No puede haber más gente que, como "Esoooo", solo logran tener paz con la muerte. El, incluso, llegó a decir en alguna ocasión que no le merecía la pena estar vivo (algo que, repito nueva vez, supimos ahora). Su corazón le escuchó. Pero apenas tenía 52 años. No hay derecho.