lunes, 13 de abril de 2015

Porque la vida no es más que café...

Desde la semana pasada no dejo de pensar en el café (la vida). Todo fue por culpa de un video. Llegó el miércoles en la noche, gracias a un mensaje de Facebook, y me tocó de una forma muy particular porque estaba en medio de una conversación existencial con mi hermana Pilar.

En ese momento alguien le escribió algo del café y de unas tazas (sí, sí, yo hablaba con ella pero estaba pendiente del feibú). "Saborea el café, su aroma, color, sabor.. sin importar en cuál taza te lo bebas", decía un amigo de Pilar. Esa era la segunda vez que veía un comentario sobre el café. El primero, de la misma persona, decía lo siguiente: "Mucha gente no disfruta su café por estar pendiente de la taza". Ante ese primer comentario, yo había dicho que la taza no importa a menos que sea pequeña (porque cabe poco café) o prestada (no puedes usarla cuando quieras). Entonces mi hermana me respondió: "si es pequeña te sirves varias veces y si es prestada, ¡el café no es tuyo!... ¡Prefiero beber café en vaso de cartón!"

Hasta ese momento no pensé demasiado en ello. Al día, siguiente, sin embargo, mi hermana posteó esto:
¡Todo depende de ti!...
Podría parecer difícil haber tenido una infancia llena cambios y personas nuevas, pero... según mi peculiar lente, ¡es una bendición porque aprendes a disfrutar el café (la vida) sin importar la taza (circunstancias) que lo contenga!...
Es así, que una simple azotea, por ejemplo, ¡se transforma en un lugar mágico y paradisíaco! ¡La vida es tan hermosa como tú quieras verla!"


Tras leer ese estatus, un amigo me envió un video. Se titula "Disfruta tu café". Cuando empecé a verlo comprendí todo. Lo que decía mi hermana, lo que le decía su amigo y, lo más importante, lo que me estaba diciendo la vida a través de lo que para mí era una simple taza. ¡Cuánto he dejado de vivir por pensar en las tazas o cuántas tazas equivocadas he querido o buscado! Lo hermoso de la vida es tan simple y nos cuesta tanto entenderlo: ¡la vida misma! ¿Por qué lo complicamos todo y lo hacemos tan difícil? ¿Por qué nos traicionamos cotidianamente haciendo cosas que no disfrutamos? ¿Por qué, en lugar de vivir, nos masacramos? ¡La vida es tan bonita como sentarse a beber un café!

Sí, me extiendo (vaya manía la mía). Creo que mejor les dejo con texto del video. Las palabras que leerán a continuación les dejarán pensando...
"Un grupo de profesionales, todos triunfadores en sus respectivas carreras, se juntó para visitar a su antiguo profesor. Pronto la charla devino en quejas acerca del interminable 'stress' que les producía el trabajo y la vida en general.

El profesor les ofreció café, fue a la cocina y pronto regresó con una cafetera grande y una selección de tazas de lo más ecléctica: de porcelana, plástico, vidrio, cristal -unas sencillas y baratas, otras decoradas, unas caras, otras realmente exquisitas...

Tranquilamente les dijo que escogieran una taza y se sirvieran un poco del café recién preparado. Cuando lo hubieron hecho, el viejo maestro se aclaró la garganta y con mucha calma y paciencia se dirigió al grupo: "Se habrán dado cuenta de que todas las tazas que lucían bonitas se terminaron primero y quedaron pocas de las más sencillas y baratas; lo que es natural, ya que cada quien prefiere lo mejor para sí mismo. Ésa es realmente la causa de muchos de sus problemas relativos al 'stress'.

Continuó: 'Les aseguro que la taza no le añadió calidad al café. En verdad la taza solamente disfraza o reviste lo que bebemos. Lo que ustedes querían era el café, no la taza, pero instintivamente buscaron las mejores. Después se pusieron a mirar las tazas de los demás.

Ahora piensen en esto: La vida es el café. Los trabajos, el dinero, la posición social, etcétera, son meras tazas, que le dan forma y soporte a la vida y el tipo de taza que tengamos no define ni cambia realmente la calidad de vida que llevemos.

A menudo, por concentrarnos sólo en la taza dejamos de disfrutar el café. ¡Disfruten su café! La gente más feliz no es la que tiene lo mejor de todo sino la que hace lo mejor con lo que tiene; así pues, recuérdenlo:

* Disfruten cada instante de su vida
* No se mortifiquen por lo que no tienen o no pueden cambiar.
* Tengan paz
* Inviertan en sus riquezas espirituales.
* Hagan de su vida una fiesta cada día.
* Visualicen 10 minutos cada día lo bueno que quieren ver en su vida.

El resto déjenselo a Dios... y recuerden que: la persona más rica no es la que tiene más sino la que necesita menos... DISFRUTA TU CAFÉ.

Gracias a todos mis amigos por brindarme su respeto, amistad y cariño. En fin, eue Dios los bendiga y disfruten su café".


Tras leer esto, tomé varias notas mentales. Para comenzar, creo que debemos dejar de pensar en todo lo accesorio. Muchas veces dejamos de lado lo que más importa: la gente que amamos y que nos ama. Nos centramos en hacer dinero, en ser alguien y en llegar lejos. Pero, ¿de qué sirve eso cuando al final lo que uno se llevará es lo que haya guardado en el alma?

Por otro lado, me dije que siempre tengo que recordar que "la gente más feliz no es la que tiene lo mejor de todo sino la que hace lo mejor con lo que tiene" y "que la persona más rica no es la que tiene más sino la que necesita menos". Esas dos frases deberían ser el mantra de nuestras vidas porque al final todo se resumen en una sola cosa: ser felices con lo que tenemos porque, después de todo, ese es nuestro verdadero café.

miércoles, 8 de abril de 2015

Si usted actuara como un "mariconcito"...

“Hay gente que quiere modificar todo a uno, hasta cómo sentarse. Tendré que sentarme como un mariconcito”, dijo Hipólito Mejía con sorna y desdén, como si al actuar como una persona gay se redujera o se comportara de una forma indebida. Lo peor es que agregó lo siguiente: "No, yo quiero ser como soy, al pan pan, y al vino, vino… Mucha gente dice ‘tú no deberías decir eso'. Lo digo y qué".

¿Y qué? Pues resulta que decirlo le pone en evidencia y nos demuestra qué diferente sería si actuara (en lugar de sentarse) como un "mariconcito" porque entonces jamás se le habría ocurrido decir algo así porque sería una persona sensible, a la que le importe lo que sienten los demás. Nunca se burlaría de nadie por sus diferencias ni haría chistes de ese tipo.

Si usted actuara como un "mariconcito" dejaría a un lado ese machismo oprobioso que, precisamente, le hace referirse a los gays como "mariconcitos" y le lleva a irrespetarlos constantemente, negándoles incluso el derecho a ser felices y a amar, algo que al parecer está reservado para el resto de los mortales.

Si usted actuara como un "mariconcito" no se habría disculpado como se disculpó porque se habría dado cuenta de que era una metida de pata más grande que la anterior, ya que dijo que usó un término coloquial que se interpretó mal. Pero, ¿ha olvidado que ese es un término coloquial usado sólo por quienes denostan a los homosexuales? Si nadie se lo ha dicho, tome nota de ello.

Usted dice que siempre ha respetado y defendido los derechos de cada quien y que respeta las diferencias. Lamento decirle que no es cierto porque de ser así no habría reiterado nueva vez que está en desacuerdo con el matrimonio gay porque lo prohíbe la Constitución y no va con los principios cristianos que usted dice practicar.

“Yo no he pretendido en ningún momento burlarme ni ser despectivo contra unos seres humanos que han sido marginados y vejados. Si eso fue mal interpretado como una ofensa, no tengo ningún problema en ofrecerles mis disculpas y reiterarles que esa no fue, ni es, si será mi intención; no es mi conducta”, dice usted. Que se disculpe está muy bien. Siempre es bueno hacerlo. Sin embargo, es bueno recordarle que la palabra maricón siempre será peyorativa y que, aunque la use en diminutivo, con ella ofenderá a la gente. Nunca olvide eso. Las palabras ofenden. Da igual que se digan en chercha o sin ánimos de insultar: cada significante trae consigo un significado que, como en este caso, puede lastimar.

martes, 7 de abril de 2015

Porque cada mujer es una guerrera...

Hace unos días vi la imagen que acompaña estas líneas. Confieso que me desconcertó. La frase fue compartida por la actriz Akari Endo en su cuenta de Instagram, comentando lo siguiente: "Esto me impactó tanto que lo anoté en mi cuaderno y ahora lo comparto con ustedes! Gracias @thejuanfernandez por darnos de tu energía y sabiduría!".

Al igual que Akari, la frase me impactó: "Cambien el sistema. Demuestren que son talentosas y no un objeto sexual. ¿Dónde están las guerreras?, se pregunta el también actor Juan Fernández.

Con la frase incial estoy de acuerdo. Hay que cambiar el sistema. Pero la transformación debe ser muy profunda, ya que estamos tan mal que debemos comenzar con la forma en la que vemos a las mujeres. Tanto ellos como nosotras, evidentemente, partimos de una premisa equivocada. De lo contrario, por ejemplo, Akari jamás habría estado de acuerdo con esa frase: sólo partiendo de una visión machista, que cosifica y reduce a la mujer, se puede entender que tenemos que demostrar que somos talentosas y no un objeto sexual.

Las mujeres llevamos siglos teniendo que demostrar que somos mucho más que un cuerpo. Nos ha tocado trabajar cien veces más duro que los hombres para que se nos tome en cuenta y logremos alcanzar algunos puestos. ¿Por qué rayos tenemos que seguir haciéndolo? ¿No ha sido suficiente ya? ¿Por qué carajos tengo que demostrar que mi cerebro pesa más que mi vagina?

Independientemente de lo que hagamos con nuestro cuerpo, que es otro tema que no viene a cuento, nadie tiene derecho a decirnos que somos objetos sexuales a menos que demostremos lo contrario. Nuestro talento no se mezcla con nuestra cama, ni se subyuga ni se antepone a ella: son dos universos paralelos que fluyen en dimensiones tan distintas que el uno no tiene nada que ver con el otro.

Es triste comprobar que son muchos los estereotipos que las mujeres debemos destruir todavía. Duele ver que el camino hacia la igualdad está muy lejos porque, simplemente, ni nosotras mismas hemos reparado en que la lucha que debemos librar está totalmente distorsionada: no se trata de demostrar lo que somos constantemente, sino de exigir los mismos derechos. ¿Por qué ellos no tienen que demostrar nada y nosotras sí? Partamos de esa premisa.

Juan se pregunta, finalmente, ¿dónde están las guerreras? ¿Será que no sabe ver? Yo las veo cada mañana cuando se levantan para luchar a destajo por ocupar uno de esos lugares que la sociedad le ha reservado tradicionalmente a los hombres. Son mujeres que tienen una hora para salir de su casa pero jamás para regresar. A pesar de ello, muchas vuelven a sus hogares para librar otra batalla que nadie reconoce: la de la maternidad y el matrimonio que, sin lugar a dudas, son un fardo bastante pesado.

Las guerreras están por todas partes: en los carros públicos, en sus vehículos, en el Metro, caminando por las calles, en el supermercado, en la farmacia, en los colegios, en el trabajo, en sus casas y a veces hasta en los bares porque también hay que disipar. Sólo basta mirar hacia cualquier lado para encontrar a una guerrera. Toda mujer lo es. Cada una, al fin y al cabo, libramos nuestra propia batalla y muchas veces, aunque reneguemos de ello, hasta nos toca demostrarlo.