El 2015 será inolvidable. Triste, ha traído consigo muchas más despedidas que años anteriores. Eso es porque te estás haciendo mayor, me dijo alguien recientemente: una persona joven casi nunca tiene que ir a la funeraria. Y sí, tiene razón: cuando uno va madurando empiezan a irse tus familiares y los de tus amigos, tus amigos más viejos, los relacionados y conocidos... en fin, el ciclo de vida se va cerrando para la gente que tienes cerca. ¡Qué duro es reconocer que es así!
Producto de todas las visitas que he tenido que hacer este año a la funeraria en agosto pasado escribí una entrada acerca del horror que se vive allí: la atmósfera va de la tertulia al pase de modas, sin olvidar el cotorreo de quienes encuentran en el chisme el mejor entretenimiento; es la falta de respeto hecha momento, el abuso del maleducado que olvida que es un momento de recogimiento.
Es tal la animadversión que le tomado a las funerarias que sólo voy cuando es estrictamente necesario. Es decir, cuando me sale del alma. Eso de cumplir con cualquiera, de ir porque conoces a un pariente o porque es el amigo del amigo con el que has compartido mil veces se acabó: el ambiente es tan desagradable que voy cuando el afecto bien lo merece (pero por mucho, muchísimo). Por lo demás, como a estas alturas de la vida ya no hay que disimular, paso olímpicamente.
La semana pasada, sin embargo, me tocó ir bastantes veces. Fallecían familiares de gente querida, a la que acompañas con el corazón porque sería imposible no estar ahí, por lo que decidí armarme de paciencia. Sin embargo, al llegar, noté que todo era diferente: ¡había poca gente, mucha tranquilidad, y pude acercarme a los deudos y hablar con ellos sin contratiempos! Fuera estaba quedo, sin barullo, por lo que habría sido agradable estar ahí de no ser una funeraria y sentir el dolor de los que han perdido a alguien. En esos instantes me pregunté: ¿qué ha cambiado, por qué todo es distinto? ¡Claro, la hora!
De repente, por el trabajo, las últimas que he ido a la funeraria lo he hecho a "deshoras", es decir, justo cuando la gente que va a brillar y dejarse ver no está: a mediodía, cuando el hambre les hace marcharse; y a última hora de la noche, cuando ya toca cambiar al muerto de turno por el happy hour del momento.
Así, sin darme cuenta, encontré la fórmula idea para estar con quienes han perdido a alguien sin sentir que la atmósfera me traga y me escupe sin compasión. Aunque es evidente que hay que tener un poco de tino para que la hora tampoco sea demasiado impertinente, ya saben qué hacer si de verdad quieren acompañar a quien está pasando por un momento de duelo: vayan cuando los necios están comiendo o necesitan divertirse en otro lugar.
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