viernes, 31 de mayo de 2013

La seguridad parece hoy una lejana utopía


Mil dudas están en el aire. Nada parece ser lo que se dice. La confusión nos embarga. Los hechos, contraponiéndose a las palabras, son tan convincentes que dejan tras de sí una estela de dolor.

Las últimas semanas se han teñido de rojo. Muertes y atracos se suceden mientras las autoridades anuncian diversos planes y medidas que, a todas luces, parecen insuficientes. La locura se ha desatado, en nombre de la violencia, haciendo de Santo Domingo una ciudad imposible, llena de miedo y horror.

Tal es la situación que ya no nos vale resguardarnos durante las noches ni abstenernos de ir a los lugares que suenan a peligro. La delincuencia ha tocado las puertas de casi todos nuestros barrios. Ya no respeta hora del día ni lugar. No sabemos ni siquiera dónde podemos estar a salvo.

Lo peor es que no sólo los delincuentes se han convertido en un peligro. Los ciudadanos, envilecidos, también lo son. Prueba de ello son los casos de Anyeilis Reyes Lebrón, de cuatro años, quien fue herida de muerte el sábado pasado en una parada de autobuses; y de Nairobi Michel Lantigua, de once años, que falleció el domingo en La Zurza en medio de lo que parece un oscuro ajuste de cuentas.

Ver hechos así duele demasiado. Ni los niños se salvan. El respeto por la vida, tristemente, parece cosa del pasado. Hay demasiada gente dispuesta a matar. Y muchas armas, tal vez demasiadas, en manos de quienes no deberían estar. ¿Cuántos casos más tendremos que ver antes de actuar? Ya está pareciendo demasiado tarde. La seguridad, cada vez más, se ve como una lejana utopía.

jueves, 23 de mayo de 2013

Ceres Torres: una historia de fe, esperanza y, sobre todo, superación personal


Pequeña, coqueta y sonriente, es la imagen viva de la esperanza. Habla con ímpetu, ríe con ganas y muestra en cada palabra su amor por la vida. Nada parece amilanarla. Tal vez por ello es fanática de las pesas. Levantarlas es, en cierta forma, demostrar que no hay imposibles.

Con 33 años, Ceres Torres ha sabido sobreponerse a la adversidad de una forma tal que, a menos que se mire al suelo, nadie puede imaginar que detrás de sus ojos brillantes hay una historia de dolor, angustia pero, sobre todas las cosas, superación.

Diagnosticada en el año 1994 con Ostereosarcoma (un tumor sólido) en el primer metatarso del pie derecho, Ceres vio cómo su mundo se destruía cuando tenía tan sólo 14 años: por culpa de la enfermedad tuvieron que amputarle el pie derecho.

Hoy, sin ir de víctima por la vida, ella muestra con naturalidad su “nueva pierna”, una moderna prótesis que desde hace cuatro meses lleva sin ocultar. El camino para llegar hasta aquí, sin embargo, fue en ocasiones un tanto difícil.

Todo comienza
Optimista empedernida, cuando le diagnosticaron la enfermedad no se derrumbó.
“Siempre he sido una persona de no caer. Ante las cosas que me vienen, yo digo: ok, vamos arriba. Y en ese momento yo estaba en otra cosa: en jugar voleibol, brincar, tripear, salir. La manera en que el doctor me lo comunicó fue también muy a la ligera”, cuenta Ceres al tiempo de agregar que lo cogió muy suave.

En ese momento ella pensaba que la operarían y todo quedaría en el olvido. Al principio, de hecho, fue así. Como el tumor estaba tan pequeño, los médicos pensaron que con retirarlo sería suficiente. Cuatro meses después volvió a salir. Entonces comenzaría todo.

Buscando nuevas opiniones, un segundo médico decide hacer lo que correspondía desde el principio: una biopsia. Fue entonces que supieron el tipo de tumor que era y que se trataba de cáncer.

“A mí no me lo dijeron. Para mí yo sólo tenía una cosa en el pie. De repente se armó un huidero y me dijeron: vamos a llevarte para afuera. Consiguieron, por pura casualidad, suerte y papá Dios metiendo la mano como él sabe, que me aceptaran en el Saint Jude Children’s Research Hospital en Tennessee, porque ese tipo de tumor no suele salir donde yo lo tenía”.

Una vez en el Saint Jude, después que le hicieron todos los estudios, supo que tenía cáncer. “Todo se me puso oscuro cuando yo estaba afuera y me hicieron la introducción y me explicaron que la solución era, lamentándolo mucho, amputarme el pie porque tenían que asegurarse que yo estuviera libre de cáncer y esa era la única manera. Ahí entendí la gravedad de lo que tenía”.

Además de la amputación tendría que enfrentar el tratamiento, que era a base de quimioterapia. “Ahí fue que me deprimí, yo estaba muy molesta con la vida, con papá Dios; yo estaba quillada. Yo era una niña buena, yo no hacía cosas malas; era buena estudiante, yo no entendía por qué a mí. Fue muy duro”.

Un año en Memphis
Descubrir que su tratamiento sería bastante largo fue otro motivo de tristeza para Ceres porque tendría que dejar atrás a sus amigos del colegio, algo que para ella era sumamente importante. Y es que, al tener que estar un año en Memphis, Tennessee, perdería el año escolar.

Con su mamá, Silvia Diloné, como compañía, Ceres pasó nueve meses recibiendo quimioterapia. En esos días su vida se redujo a ir del hospital a su casa.

Pese a los efectos secundarios, tales como las náuseas y que se le cayera todo el pelo, Ceres no se queja. Asegura que le fue muy bien, ya que jamás se descompensó y estaba bien de peso, por lo que pudo hacer el tratamiento en el tiempo estipulado.

“Yo sabía que tenía que alimentarme bien y también mi mamá me complacía mucho. Cuando yo le decía que quería un mangú ella cogía su carrito y se iba no sé cuántas calles más allá, muy, muy lejos, a una tiendita cubana que vendía unos plátanos muy malos para hacerme un mangusito porque yo estaba antojada”.
Sin perder el sentido del humor, Ceres asegura que “uno se pone como si estuviera preñao; todo le molesta y si tienes un antojo tienes que comer eso porque si no, no”.

El regreso a RD...
Sin quejarse del hospital, ya que asegura que es muy bueno y asumió su caso sin cobrarle un centavo, la quimioterapia dejó en Ceres la imagen de los pacientes que han padecido cáncer: no tenía pelo, cejas ni pestañas.

Así regresó al país, un regreso que define como frustrante. “Es algo que tengo muy marcado en mi memoria. Tuve que llegar a un país con gente que no está acostumbrada a ver ese tipo de caso. Yo llegué con la cabeza pelada y la gente se quedaba muy sorprendida. Llegué al colegio, los niños se burlaban. Fue un proceso de adaptación muy duro”.

Las piernas
Tras la quimio, comenzó el proceso de hacerse la primera pierna. Acostumbrarse al nuevo “aditamento” no fue fácil.
Pero a la par de revisar su prótesis cada año, también le tocaba ir a hacerse los chequeos médicos. Los primeros cinco años fueron cada seis meses, mientras que los siguientes cinco le tocaba ir anualmente.

Durante todo ese tiempo todo salió bien. Siempre con una mente positiva, jamás pensó que algo podría salir mal. Así ha sido.

Respecto a la prótesis, como estaba en proceso de crecimiento, explica que en esa época se la cambiaban casi todos los años.

En ese tiempo la prótesis no se veía. Al usar otro tipo de mecanismo, pasaba desapercibida. ¿El problema? Se rompía muy fácilmente.

Cambiar de tipo de pierna significó dejar la prótesis al aire. También tener una mejor movilidad, ya que la prótesis está hecha de fibra de carbono.

Encontrar esa pierna fue una bendición. Con el tratamiento terminado, Ceres tuvo que buscar una pierna en el país. Por ello, fue a Rehabilitación, donde el doctor Francisco Bentz Brugal la remitió a Omega Prosthetic, un laboratorio de órtesis y prótesis.

En Omega, su propietario Luis Estévez le ofreció trabajar modelando y probando los prototipos. “Eso para mí fue un alivio porque una de las mayores preocupaciones que he tenido en mi vida siempre ha sido dónde me voy a hacer una pierna aquí y cómo la voy a pagar cuando me toque”, dice al tiempo de asegurar que agarrada de Dios encontró la solución.

Lo hace todo
Su vida no gira en torno a la prótesis ni lo que pasó. “Nunca he querido que piensen en mí y piensen en eso”. Y es que, sostiene, ella hace de todo: correr, nadar... “Yo no puedo decir que no puedo hacer algo hasta que yo no lo intente, por lo menos”.

Por eso, aunque no todo ha sido color de rosa, Ceres dice que quienes pasan por cosas así deben entender que su vida no ha terminado. Como ella, no tienen por qué acomplejarse.

Más detalles...
Optimismo
Cuando ve a niños o adolescentes atravesando situaciones como las que ella pasó, quisiera acercarse y decirles: “la vida no se acaba ahí, cuando te falta una pierna, un brazo”. Ella es el mejor ejemplo de ello.

Salud
Ceres nunca ha tenido una recaída y, asegura, siempre se ha enfocado en tener una vida normal. Eso sí, cuida su salud.

Profesión
Es publicista y está desde hace 8 años en Young and Rubicam, donde ocupa el puesto de coordinadora de tráfico.

Ejercicios
La prótesis no impide que Ceres Torres vaya al gimnasio de lunes a viernes durante una hora o una hora y media. Hace pesas, usa la elíptica, la bicicleta... su pasión es el fitness.

La última pierna
Ceres está orgullosa de llevar su moderna y avanzada prótesis.

jueves, 9 de mayo de 2013

Una Iglesia que nos castra...


Fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida. Tras haber superado el mal rato de pasar por el confesionario (no sabía qué pecados decir, me inventé un par de cosas, por lo que pequé por liberarme), me entregué a la Iglesia Católica con la mayor de las alegrías. Tenía 10 años. Vestía de blanco y, con una sencilla cruz de madera sobre el pecho, hacía mi primera comunión en la capilla del Colegio del Apostolado.

Hice mi entrada al seno de la Iglesia con total convencimiento y abnegación. Era muy niña, sí, pero la felicidad que me embargaba era tal que estaba totalmente convencida de que llegaba al lugar en el que mi espíritu necesitaba estar. La paz que me daba la capilla, el descanso de la comunión, lo que reconfortaban las oraciones a Dios... nunca había sentido nada tan especial.

En aquellos días me parecía imposible pensar en que mi relación con la Iglesia cambiaría. La Iglesia para mí era sinónimo de Dios porque, al ser su instrumento, me llevaba a estar más cerca él. ¿Cómo imaginar que, con los años, la vida me enseñaría algo distinto? Era imposible.

Tal vez había olvidado demasiado pronto mi primera decepción, cuando casi me echan del colegio a los 9 años porque en clases de Religión pregunté por qué, si Dios era tan bueno, había niños pobres muriéndose de hambre.

No fue hasta la adolescencia que comencé a plantearme unas cuantas cosas. No dudaba de Dios, lo mantenía al margen, pero me parecía inaudito ver las noticias del Vaticano y descubrir cómo vivían sus obispos: en ese mundo no se respeta el voto de pobreza y, lo que es peor, se vive de espaldas a los males que la Iglesia está llamada a combatir.

Nunca he entendido cómo el Vaticano habla de luchar contra la pobreza cuando pudiera repartir sus riquezas, o parte de ellas, a los necesitados. Así se lo hice saber al cura con el que me tocaba confesarme en el Instituto San Juan Bautista, a los 15 años, cuando le aseguré que no creía en la Iglesia Católica y que no volvería a confesarme más porque, al fin y al cabo, sólo le decía algunas tonterías. Contarle mis cosas a un cura que no me entendería no tenía sentido.

A pesar de mi distanciamiento, como siempre he estado en colegios católicos, mi relación con la Iglesia ha sido todo lo cercana que se puede. Además, por qué negarlo, siempre me he sentido atada de alguna forma a esa, la que fue mi casa.

Hoy, sin embargo, es uno de esos días en los que me pregunto si de verdad la Iglesia piensa en nosotros. A raíz del sometimiento a Profamilia, vuelve a ser evidente que el dogma es más importante que la vida de la gente. Es, como cuando se discutió el artículo 37 de la Constitución, una confirmación de que el atraso y el absurdo son hijos de la Iglesia.

No puede ser que en pleno siglo XXI la Iglesia nos siga diciendo que el uso de los anticonceptivos son un pecado y que, sin importar mi condición económica, me tengo que llenar de muchachitos si así lo quiere Dios. También que me condene, en caso de que me toque un patán, a quedarme con ese único amor con el que estoy obligada a concebir porque para eso está hecho el matrimonio.

No haré una apología al amor libre ni muchísimo menos pero es evidente que a mis cuarenta años esa idea de tener un solo novio con el que me casaré y tendré hijos para ser felices comiendo perdices no me va (comenzando porque es más fácil pensar en el último porque del primero hace tiempo ha... y terminando porque es irreal). ¿Cómo pedirle eso a alguien? Es como una condena: pase lo que pase, ahí te quedas.

Obviando ese punto, que toqué sólo porque a eso aspira la Iglesia, lo que me parece más difícil de aceptar es que la Iglesia quiera obligarnos a vivir y a hacer lo que ella entiende que es bueno. Y es que, aunque creo en el amor a conciencia y con reglas, nadie tiene derecho a decirme con quién, cómo, cuándo y dónde he de tener una relación. Jamás he cuestionado a nadie por ello, aunque esté en desacuerdo con muchísimas cosas.

Pero estar en pecado según la Iglesia no es que sea demasiado. En realidad el 99% de la población lo está. Todo el que ama sin casarse, el que ha usado anticonceptivos o cree seriamente en ellos lo está. Para ella, como es más fácil prohibir que enseñar, siempre estaremos mal.

Aunque me he desviado totalmente del tema original, convirtiendo esto en un desahogo personal (como de costumbre, lo siento), no puedo dejar de pensar en todos esos mensajes velados que la Iglesia nos da. Y es que, mientras somete a Profamilia por promover los derechos sexuales y reproductivos de los niños, niñas y adolescentes, calla en torno a los casos de pedofilia que han ocurrido en su propio seno. Tampoco habla de los casos de violencia doméstica ni fustiga a los infieles que lastiman a sus consortes y por demás, al no usar condones, les transmiten enfermedades sin reparar en ello.

Pensar en que todos llegamos/llegaremos/tuvimos que haber llegado al altar vestiditos de santos y sin haber probado el bocado insano es ridículo. Partir de la realidad siempre será mejor. Por tanto, con una humanidad que nunca será casta, se agradece que haya instituciones que promuevan un sexo responsable.

Aquí lo que está en juego es que, según la Iglesia, Profamilia promueve el que los menores tengan sexo. No se trata de eso. Profamilia reconoce que muchos lo tienen. No se pone una venda en los ojos, como la Iglesia, y les invita a usar condones para evitar enfermedades y embarazos no deseados. ¿Qué los menores no deben tener sexo porque no están preparados para ello? Estoy de acuerdo. Pero la verdad, no nos engañemos, es que a ellos les da un pimiento lo que nosotros pensemos y, en lugar de no mirar para allá, hay que educar a nuestros hijos en esos temas. Eso, sin embargo, también le molesta a la Iglesia.

Oponerse a la educación sexual se traduce en que el porcentaje de adolescentes embarazadas aumente (actualmente la tasa es de un 21%). No hay dudas en torno a que, proscribiendo el tema de los condones, sólo logramos que no haya prevención. Sí, sé que estás pensando en: ¿y cómo se le ocurre que los adolescentes tengan sexo? No se me ocurre a mí, sino a ellos. Motivarlos a que no lo hagan, por demás, también es parte de la educación sexual.

Sorprende además, en este terreno, que la Iglesia se escandalice por un afiche con un condón pero no haga nada contra el perreo y sus exponentes, cuyos bailes incitan muchísimo más al sexo.

Otro de los tópicos de la demanda tiene que ver con que no se respetó, según la Iglesia, el "derecho a la dignidad en el respeto" de los menores de edad que se usaron para la campaña. También condena el uso de su imagen pública.

Pasa, sin embargo, que los afiches son un grito de advertencia. Uno de ellos le dice claramente a los menores que no toleren el acoso; en otro se invita a los padres a educar sexualmente a los hijos y el tercero sostiene que debe permitirse la interrupción del embarazo en casos de violación, incesto o que peligre la vida de la madre. Los dos primeros afiches, creo, no necesitan más comentarios.

En torno al tercero, que es uno de los puntos nodales de la demanda ya que según la Iglesia "fomenta que se viole el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte, como lo establece la Carta Magna", es tremendo que sigan insistiendo en que mujer o una niña violada tiene que tener el producto de ese abuso. También es terrible que se condene a alguien a morir por preservar un embarazo (aunque el embarazo mismo también se perderá).

Hay un cuarto afiche. Aunque hablé un poco de él hace un momento, vuelvo a ese afiche porque he de reconocer que me molesta un poco. En él se ve a una madre sosteniendo un condón y a una joven abriendo la puerta de la que debe ser su habitación. El texto dice que "tienes derecho a disfrutar de relaciones sexuales independientemente de tu estado civil, sin miedo a embarazo o a infecciones de transmisión sexual"...

La interpretaciones de este último han sido muy variadas. Para la Iglesia, fomenta la desavenencia familiar entre padres e hijos. Estas desaveniencias, sin embargo, no habrían de existir si existe educación sexual y comunicación. Pero es que, como la Iglesia sólo prohíbe, entiende que las cosas se hacen como dice o vendrá el disgusto.

Ese afiche, honestamente, es el único de los cuatro que me rechina. Pueden llamarme conservadora pero eso de que "tienes derecho a disfrutar de relaciones sexuales independientemente del estado civil" puede interpretarse de maneras distintas: tener sexo aunque no estés casado o a pesar de estarlo. En el primer caso, si se es adulto, tenemos todo el derecho del mundo; en el segundo, aunque cada vida es un mundo, sólo con su pareja. La fidelidad, para mí, es mucho más que respetar el cuerpo: es ser honesto con la persona que amamos.

La imagen del afiche tampoco me convence. Una madre de espaldas con un condón en la mano, aparentemente encontrado en la habitación de la hija que va a entrar, ofrece un mensaje muy distinto al resto de la campaña en la que se invita a educar. Si educamos sexualmente a nuestros hijos, esta imagen no debe existir. Por otro lado, la chica se ve bastante joven, por lo que estaríamos diciendo que no importa la edad. Yo, sin embargo, preferiría subordinar a la edad lo del derecho a las relaciones sexuales (a pesar de que estoy consciente de que lo harán si es su decisión, hay edades en las que el sexo todavía no debe estar permitido).

De cualquier manera, aunque una parte de la campaña no me guste, me parece exagerado que la Iglesia haya decidido demandar. Colocarse de espaldas a lo que sucede, prohibiendo que se lleve un mensaje de prevención, es multiplicar los embarazos y las enfermedades de transmisión sexual.

Educar es un derecho constitucional. Por ello, me parece absurdo que la Iglesia quiera evitar que esto se haga. También es gracioso que la Iglesia diga que con la campaña Profamilia injiera en el hogar, algo que condena, cuando la Iglesia lleva siglos injiriendo en nuestras vidas.

Hoy nos toca decidir qué es más importante: las imposiciones de una iglesia enquistada en los cánones más tradiciones que nos quiere castrar hasta el pensamiento o brindarle a los jóvenes la información necesaria para preservar su vida y su futuro. La elección, para mí, está muy clara. A pesar de todo, yo apoyo a Profamilia.


lunes, 6 de mayo de 2013

Esa absurda libertad que trae el suicidio...


Inseguridad, frustración, miedo y unas altas y ambivalentes dosis de coraje y cobardía. Lo que siente alguien que decide acabar con su vida es turbio, inexplicable, pero tan lleno de sentido aunque nadie sea capaz de comprenderlo. Es algo tan personal y único que pocos pueden ponerse en su lugar.

Aferrados a la vida y a su belleza, nos cuesta entender por qué alguien decide acabar con su existencia. Puede llamarse arrebato, depresión, ira... las sensaciones son tan diversas como el problema mismo. Todos los que lo hacen, sin embargo, tienen algo en común: están seguros, aunque equivocados, de que no hay salida para sus problemas.

Tocar fondo es verlo todo negro, dejar de entender. Las cosas dejan de tener sentido y las soluciones se ven tan lejos que parece imposible que se pueda salir del bache. ¿Cómo creer en esas cosas que dice la gente cuando entiendes que lo has hecho todo por arreglar la solución y, en lugar de ello, todo se complica más?

El suicidio, sin embargo, siempre será la salida más absurda. Te regala la libertad, es cierto, pero encadena a todos los que están a tu alrededor. ¡Qué duro ha de ser para un padre, un hijo, una esposa, los hermanos, los amigos... ver que alguien amado ha decidido irse así, por cualquier cosa!

Hoy, a mis 40 años, pienso en todas las veces que sentí que el mundo era demasiado adverso y no valía la pena seguir. Oh, de lo que habría perdido si hubiese tenido la "valentía" de irme. Todos y cada uno de mis problemas se han ido solucionando con los años. Y, contrario a lo que pensé en su momento, descubrí que la fórmula perfecta para vivir no es no tener problemas, sino tener la valentía de resolverlos. Siempre hay una solución.

Cuando comencé a escribir este post lo hice a petición de una amiga. Hablando del caso de Tony Batista, un comerciante de 40 años que se suicidó dejando a dos hijos den la orfandad, ella me decía que debía escribir sobre ese caso. Y es que él, como dos jóvenes más que se han quitado la vida recientemente, se despidió a través de su cuenta de Facebook.

Al pensar en este caso, las palabras se fueron por un lugar distinto. De repente me recordé adolescente, con muchas heridas y pocas salidas. ¿Cómo, si alguna vez lo pensé, puedo sentarme a cuestionar a alguien que decide apostar por el suicidio? La coherencia me puede. Por tanto, en lugar de arremeter contra quienes entienden que tienen el derecho de acabar consigo mismos, apuesto por hacer todo lo contrario: invitarles a vivir.

Una de las principales razones por la que desterré para siempre la idea de morir fue haber vivido en primera persona el suicidio de un compañero de colegio. Se llamaba Alejandro Orsini, estábamos en cuarto curso de bachillerato y él, desesperado porque había hecho algunas trastadas, no tuvo el valor de enfrentarse a su padre. El dolor que nos provocó su muerte me convenció de que no hay razón suficiente para hacerle eso a nadie. Sus padres, sus hermanos, sus amigos... todos lo pasamos demasiado mal.

En aquella época no había Facebook ni Twitter. Si te suicidabas dejabas una nota y, en otros casos, se lo decías a alguien en un mensaje velado. Era, en pocas palabras, algo más íntimo y que dejaba menos remordimiento.

Se imaginan lo duro que debe ser para una familia o un círculo social descubrir que esa persona que ha muerto dejó su despedida escrita. Tal vez, pensarán, de haberlo leído las cosas serían distintas.

Hacerse preguntas es absurdo. También culparse. Quien está decidido a irse lo hará, a menos que un golpe de suerte juegue a su favor. La vida, en ocasiones, nos demuestra que es tan fabulosa que no vale la pena perderse de cada instante que podamos sumar.

Pensar en Tony y en sus dos hijos duele demasiado. Sobre todo porque la razón de su muerte es el desamor. "A veces el silencio es la mejor manera de saber que alguien te hizo daño", dijo Tony en su cuenta de Facebook. Al leerlo, uno se pregunta: ¿cuántos de nosotros hemos sentido que la vida se apaga porque un amor se fue? Poco a poco, sin embargo, los días pasaron, las heridas sanaron y volvimos a sonreír. Nadie puede ser más importante que tu propia vida.

Pero este fin de semana también se había suicidado Samantha Mercedes Rodríguez, 19 años, quien dejó a una niña de dos años en la orfandad. "Todo listo para mi viaje, hoy emprenderé un viaje y no creo que vuelva", dijo Samantha. Y agregó: "Extenderé mis alas y buscaré un horizonte para ser feliz, uno donde me tomen en cuenta".

También es duro el caso de Estéfany Peña, de 26 años, que el pasado 29 de abril se suicidó sin pensar en sus dos niños. En su caso parece haber querido castigar a su marido: "Lo voy a hacer. Cuando venga y encuentre los niños solos, sabrás si lo hice", escribió en Facebook.

Los tres casos fueron en Santiago. Cada uno nos demuestra que estaba mal. Ya nada puede hacerse por ellos. Tal vez, sin embargo, sí haya tiempo para otros tantos. Estas líneas van para ellos. Hoy es un buen día para decirles que vivir vale la pena. No apuesten por la salida más fácil. Es demasiado lo que le perderán. Créanme, siempre valdrá la pena vivir.

viernes, 3 de mayo de 2013

Hablemos sin riesgo...



El silencio es el peor de los lastres. Cuando callamos, sobre todo si es forzado, estamos otorgando, mintiendo, siendo cómplices de muchos desatinos. Hablar, sin embargo, puede ser un riesgo tremendo en algunos países del mundo. Y es que decir la verdad, depende de donde se viva, puede ser una condena a muerte o a prisión.

Durante los últimos 10 años han muerto en el mundo más de 600 periodistas y trabajadores de medios. La situación es tal que cada semana muere alguien que estaba trabajando en informar a la sociedad. El 95% de las víctimas son trabajadores de medios locales que está cubriendo historias del lugar.

Las estadísticas nos dicen, por demás, que el último fue nefasto para la prensa: 121 periodistas y trabajadores de medios fueron asesinados en el 2012. En el 2011 habían muerto 62; en el 2010, 65; en el 2009, 77; en el 2008, 48; en el 2007, 59; y en el 2006, 70.

Las regiones donde más casos se dieron fueron los Estados Arabes y la zona de Asia el Pacífico, con un 32% de los asesinatos en cada una, para un 64% de las muertes. El 19% de los casos se dio en América latina y el Caribe, el 12% en Africa y el 5% en Europa y América del Norte.

Lo triste es que sólo uno de cada diez crímenes contra periodistas, productores de medios locales y trabajadores de medios ha terminado con una condena, tal como establece un gráfico que publica hoy la Unesco (está al final de estas líneas).

El 2013. Las estadísticas del 2013 no son muy esperanzadoras. Según publica Reporteros sin fronteras en su sitio web (http://www.rsf-es.org/), al día de hoy han sido asesinados 19 periodistas y 9 internautas y periodistas ciudadanos. Pero además, han sido encarcelados 174 periodistas, 13 colaboradores y 162 internautas, lo que nos dice que un día como hoy, en que se conmemora el Día Mundial de la Libertad de Prensa, podemos estar cualquier cosa menos felices.

De cualquier manera, Reporteros sin fronteras sigue luchando para que las cosas cambien. Y ahora ha presentado una campaña, "Sin información podríamos creer que es ", en la que presenta cuatro imágenes en las que la información es vital para hacer una correcta interpretación de los hechos.

Una de ellas dice “Sin información podríamos creer que es la última tendencia”, mientras presenta la imagen de un joven rebelde libio de la “primavera árabe” con una collar de balas al cuello. O, “sin información podríamos creer que se trata de fuegos artificiales” cuando es la imagen de un Bagdad bombardeado en el 2003. Los detalles de esta campaña se encuentran aquí: http://www.rsf-es.org/news/espana-nueva-campana-de-reporteros-sin-fronteras/

Sin riesgos. Cuando pensamos del Día Mundial de la Libertad de la Prensa normalmente lo reducimos al periodismo, ya que pensamos en la censura a los medios y a la información de interés público que todos tenemos derecho a conocer.

Pero la libertad de prensa es mucho más que eso, tal como lo explica la Unesco: es el derecho que todos tenemos de publicar información y de recibirla libremente.

"En el mismo instante en que estás leyendo este post, estás ejerciendo tu derecho de expresarte libremente –al pensar, aprender, buscar y compartir-. La libertad de expresión se aplica a todos los medios de comunicación, Facebook, blogs, Youtube, Twitter, Vkotakte o Tencent. Muchos desconocen aún su derecho a usar libremente las redes sociales sin correr riesgos, cuando creas tu blog, subes fotos o ves un video en línea", sostiene al tiempo de invitarnos a crear conciencia para proteger este derecho.

Piensa, habla, tuitea, like, comparte... libremente, es el nombre de esta campaña que nos recuerda que los principios fundamentales de la libertad de expresión deben estar presentes en todos los medios de comunicación: prensa escrita, televisión e internet. ¿Quieres formar parte? Entra aquí:
http://www.unesco.org/new/es/unesco/events/prizes-and-celebrations/celebrations/international-days/world-press-freedom-day/think-speak-tweet-like-share-freely/