jueves, 24 de enero de 2013

Vakeró y el festín de los idiotas

Por momentos uno quiere pero no quiere hablar. En casos como el de Vakeró, por ejemplo, uno quisiera pasarlo todo por alto y seguir cual si no pasara nada. Pero es imposible.Con esto se han roto todos los parámetros. Tristemente, sin embargo, no ha sido para bien.

No sé si es por la absurda fiesta mediática o por el morbo. Pero se hablado, en demasía, de este caso. Pero no se ha hecho como se debe hacer. La seriedad, en demasiadas ocasiones, se ha perdido. Y ahí radica lo más triste de todo: lo que fue una denuncia de violencia de género, que muchos han olvidado, se ha convertido en escándalo, chercha y grosería. Es el digno ejemplo de una dominicanidad vencida y viciada, donde pesa más lo que menos importa.

De ahí que las rastas de Vakeró, hoy dormidas en el vertedero de San Pedro de Macorís, importen más que la posibilidad de que sea un hombre violento y/o le haya hecho la vida miserable a Martha Heredia. Tampoco se ven grandes esfuerzos por descubrir si, por el contrario, Martha miente y Vakeró sólo es violento a través de las letras de alguna canción ("...yo soy que le gusta en la cama/el que la muerde y que la da su nalgada/el que la manda a su casa marcada"). 

En cuanto surgió lo del pelo, todo el mundo comenzó a hablar de ello. En algunos periódicos, incluso, fue tema de portada desde que inició la pataleta para evitar pasar por el mal trago hasta que se consumó antes de que se conociera el amparo para evitarlo. ¿En las redes? Ahí es que saturaron de verdad, a pesar de que en Mali se desataban los demonios y en Santo Domingo los reos de La Victoria denunciaban que los policías "se niegan a conducirlos al área médica cuando lo requieren, los golpean o lo trasladan de celda sin razón justificada". Todo esto por dinero.

Entiendo que algunos hablaran hasta la saciedad del tema porque pone de relieve un asunto a considerar: el trato de los presos preventivos, esos que aún no han sido condenados y pueden ser hasta inocentes. También nos hace preguntarnos hasta qué punto el largo del cabello es sinónimo de higiene o si puede el Ministerio Público imponer a un preso que se corte el pelo de forma tan radical (no se lo cortaron, huelga decir, sino que lo raparon).

No creo que nadie tenga derecho a quitarte el derecho a elegir cómo quiere verse -el bien o mal que le quiere poner la gente es accesorio: la imagen es asunto personal-. Mucho menos cuando se trata de un preso preventivo, que podría quedar libre si no se demuestra la acusación que pesa contra él.

Pero este caso tiene otra lectura: ¿dijo la verdad Vakeró para defender sus rastas? El asegura que es rastafari pero miembros del "Movimiento Rastafari de Quisqueya" (ahora sé que existe) negó que Vakeró fuera rastafari porque alegadamente ellos no usan tatuajes y él está lleno de ellos. Al respecto no comento porque desconozco acerca de esto. Alguien que me diga si esto es cierto (que exista el movimiento y que no puedan usar tatuajes).

Ya son dos cosas las que hay que averiguar. Nada bonito el caso. ¿Será porque Vakeró viene del mundo urbano, de los barrios, de esa parte de la ciudad hacia la que muchos no quieren mirar? Si fuera un niño bien, a Vakeró lo habrían enviado a Najayo, en el peor de los casos, y no hubiese tenido que suplicar por su cabello.
De haber terminado en San Pedro, por error, habrían esperado el resultado del amparo antes de cortárselo.

Pero si Martha hubiese sido rica tampoco se le habría desconsiderado tanto ni se pondría tan en duda la veracidad de su denuncia. Pero son artistas famosos y vienen de abajo. El ruido les ha rodeado siempre y la gente, en lugar de pensar en lo delicado de la situación y buscarle a ayuda a quien la necesite, hacen de esto el festín de los idiotas. Pobre país que no avanza y se pierde en cosas tan vanas.

PD. Como nota al margen, pelado Vakeró se ve mucho peor. No es por nada pero...

jueves, 17 de enero de 2013

"No money, lindo, no mami"... la perversidad de reír

A pesar de mi prejuicio cuando se trata del cine local, sobre todo cuando si hablamos de comedias, acudí a la cita vistiéndome de neutralidad. Iría a ver qué tal se sentía, por primera vez, ver una película de Roberto Angel Salcedo (en lo adelante Robertico, que es como uno le recuerda, con cariño, de la época en la que hacía comedias con su papá). Se trata de Profe por accidente, que se estrenó hoy.

La película comienza mostrando a Francisco (Robertico) como un chofer del trencito del zoológico, que es un típico tíguere de barrio y está más interesado en dormir que en mantener su trabajo. Las ocurrencias, una apología a la vagancia, son una suerte de descaro que a mucha gente le hace reír.

En el otro extremo está Mon (Fausto Mata), vecino y amigo, quien da clases de deporte en un colegio. Con alma de mala paga y dejos de chulo trasnochado, hace reír con ganas, a pesar de que muchas veces uno se siente culpable y hasta perverso por ello. Y es que el humor, en demasiadas ocasiones, está vinculado a la burla hacia la novia de Mon, Miguelina (Adria Carrasco) a causa de su sobrepeso -si a usted le molestan los relajos de ese tipo no vaya a ver la película, que se infartará-.

El caso de Miguelina llama la atención, incluso, fuera de la pantalla: no se imaginan lo que tardé en encontrar el nombre de Adria puesto que no la conocía y no quería dejar de mencionarla. La suya no sólo es una de las actuaciones centrales, sino de las mejores. Pese a ello, tristemente, su nombre casi nunca sale en los anuncios, promociones o crónicas de la película. Ponen a los famosos, incluso a Irving Alberti que hace un papel bastante insulso (no sé si por el guión o por él).

Pero si el tema de Miguelina es recurrente a lo largo de la película, no podía faltar la fijación hacia las mujeres que están buenas (a Carmen Manrique y a Juliana las retratan al completo en un plano en el que casi se adivina el morbo), las que evidentemente salen en pantaloncitos cortos, licras o micro minis. En ese punto está la parte más criticable de la película: mientras la Manrique es una rica (Lucía) que jamás podría fijarse en un pobre porque es evidente que eso no sucedería jamás (lo recalcan varias veces en la película); la Juliana es la chica de servicio de su casa, una mujer de "No money, lindo, no mami", como le dijo ella cuando Mon perdió su trabajo y lo mandó al carajo.

Esa escena, que es hasta graciosa por la forma en que ella lo dice, nos presenta a un mujer interesada en la que el peso pesa más que nada. En caso de que la película fuera exclusivamente para adultos no diría demasiado al respecto y lo dejaría como una mera anécdota machista (que muestra, ojo, un prototipo de mujer que existe). Sin embargo, está destinada para toda la familia. Y, ¿eso es lo que queremos venderle a los niños? Tampoco está bien que Mon ilusionara a una mujer que no lo le gusta sólo por conseguir un trabajo y que en un momento de la cinta estuviera dispuesto a robar para saldar una deuda. No lo hizo porque no encontró nada. Además es reprochable que Miguelina llegara a mentir descarademente para conseguirle el puesto a Francisco y que el protagonista infantil sea tan malcriado y descarado. Son cosas que, amén de que resultan demasiado inusitadas, se muestran como si fuera algo normal: las consecuencias son mínimas.

En resumen, la película retrata el humor de barrio, ese que tanto se dibuja en la televisión y con el que Robertico creció. Pero a la gente, aunque a veces represente esquemas que no deberíamos reproducir, le gusta. Sorprende, incluso, que el público se ría a morir con cosas que no dan risa. Tanto sorprende que uno, irónicamente, también termina riéndose.

Así vemos que muchos se ríen a carcajadas porque un perro mea unos zapatos, Mon se cae o se golpea contra un poste de luz... trillado pero, al parecer, da demasiado resultado como para abandonarlo. No money, no movie, podríamos decir acerca de esta cinta: será un fenómeno recaudatorio, como todas las demás, pero no más. Favor se haría Robertico si se despoja del comediante que lleva adentro antes de pensar en un nuevo proyecto. O que se asesore con otros. Tal vez eso de ser guionista, director y protagonista es demasiado.

En cuanto a los puntos buenos, que los hay, la cinta tiene una fotografía bien cuidada, buena edición y personajes que están bien logrados. Incluso Robertico se ve mucho mejor (aunque no debe llorar porque eso no se le da). Vale la pena ver a Jatnna Tavárez, Vivian Fatule y a la mayoría de los niños -salvo al que hace de Cavada, cuya imitación es bastante mala; y el protagonista, que por momentos se cae-.

Además me gustó la parte en que, por impulso de Lucía, Francisco cambia, estudia y hace todo lo necesario para merecerse el trabajo que había logrado por accidente. Lo único malo es que en la transición la película se alarga y aburre un poco, amén de que es demasiado previsible. El final es bonitoso y agradable.

Vistos los hechos, usted decide si va o no a ver la película. Si le gustan las comedias de la televisión adaptadas al cine, vaya. Si es de un humor ligero y se ríe de cualquier cosa, tiene que ir. ¿Gozaba con Roberto Salcedo? Vaya, ya que muchos gestos de Robertico se lo recordarán en un interesante deja vú.

Finalmente, si usted es medio aburrido como yo, no vaya si no está en disposición de hacer un ejercicio de tolerancia. Si lo hace se reirá por momentos. Pero no pida más.