jueves, 22 de marzo de 2012

Una historia de muerte y dolor para reflexionar


Nunca pensé que escribir su nombre tendría que lastimar. Pensando en él, en todos los momentos compartidos, me cuesta creer que haya engrosado la lista de los hombres que han acabado con la vida de sus ex parejas. Juan Pablo Zabala trabajó durante algunos años en Hoy.

Quienes lo tratamos jamás hubiéramos pensado que él protagonizaría una de esas crónicas rojas que tanto duelen. Su carácter afable, su educación, su tranquilidad, su cara de bonachón... es difícil reconocer en él a un asesino. Tampoco es fácil imaginarlo como ese hombre celoso que le hizo la vida tan miserable a su esposa, Juana Galbert, que ella decidió dejarlo apenas 15 días después de haberse casado.

Así lo aseguraron familiares y amigas de ella, algunas de las cuales ni siquiera quisieron ir a la boda porque decían que él tenía fama de malo. Tras escuchar el testimonio de él, quien dijo que cometió el hecho por orgullo y dignidad debido a los comentarios que hacía gente del barrio que le decían que ella andaba con otros hombres, no queda más que concluir que ellas tenían toda la razón.

Ver este caso nos obliga a pensar en esos hombres que, buenos en apariencia, esconden a un monstruo capaz de matar por celos injustificados (si ella se fue, ya no es su asunto). También en que educamos tan mal que la dignidad hace que haya gente que se crea con el derecho de acabar con la vida de su pareja o su ex. Como sociedad tenemos que revisarnos. El que cada vez haya más verdugos debe obligarnos a hacer algo. La indiferencia ha costado muchas vidas. ¿Cuántas más deberán perderse en lo adelante?

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