sábado, 24 de marzo de 2012

Ese instante en el que se acerca y tiemblas


Al verle me intrigué. No sabía qué hacía allí. Cuando se acercó, comencé a temblar. Las dudas me estremecieron. No podía más que pensar en qué podría suceder. ¿Se instalaría la indiferencia o cambiaría mi vida para siempre? ¿Me tomaría o me dejaría ir?

Con el corazón agitado, como aquel que padece, me quedé tranquila para no provocarle. No quería parecer aguerrida. Intimidarlo, lo sé, podría hacer que la jugada me saliera muy mal. Hacerme la invisible era más factible.

Fueron sólo unos segundos. Y respiré. Ni siquiera reparó demasiado en mí. Al acercarse y descubrir que era una mujer, el agente decidió cambiar la señal: en lugar de obligarme a parar a un lado de la vía, me dejó ir. Yo, aliviada, lo agradecí.

Esta anécdota, que pudo haberles hecho pensar mil cosas, sucedió algunas noches atrás. Al principio no le di mayor importancia. Pensé, como era de esperarse, que eran histerias de una casi cuarentona que ya delira a golpe de prudencia.

Hoy he de lamentar que esos temores no son infundados ni desacertados. Al ver el caso de un muchacho al que asesinó una patrulla de la Policía la noche del viernes porque no se detuvo en un puesto de chequeo en la autopista Duarte, he de comprobar que no he enloquecido. Mis reservas están más que justificadas.

Esta vez quien murió fue Osvaldo Fernández Hernández, de 19 años. Las circunstancias son parecidas a las que rodearon la muerte de Wander Ramírez Suárez, de 21 años, asesinado en julio del año pasado en medio de un operativo preventivo (sólo por citar un caso, que hay más).

Cuando uno escucha esto no puede más que recordar aquella campaña de "No me mate, yo me paro ahora", que tanto se promocionó en julio del 2010 a raíz de un caso como estos. Hoy toca volver a pronunciar esas palabras. También a temer cuando la Policía se acerca. ¿Hasta cuándo tendremos un cuartel de asesinos dispersos en las calles? Ya está bueno. Están para cuidarnos, no para matarnos. Exijámoslo.

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