Quizás exorcismo, quizás ejercicio de reflexión. De cualquier manera, no son más que palabras que se unen en un lúdico baile (sin pretensiones ni egolatrías).
jueves, 2 de agosto de 2012
Al final de todo… hay cosas que huelen muy mal
Hoy vengo a confesarme. Sin rubores ni egolatrías, tengo que decir en alta voz que soy comemierda. Muchas veces he pecado. A pesar de que en mi casa no se compra, lo he probado en mil lugares. En algunas ocasiones, incluso, llegué a comérmelo crudo en esos brindis que hacían en las escuelas para agradecernos que habíamos ido hasta allá, a confines lejanos, para escucharles y reportar los problemas que vivían.
La mayoría de los dominicanos, sin embargo, no lo ha consumido de forma casual. Para ellos el salami es parte de la dieta, casi diaria, porque representa economía y tradición. Por ello preocupa que Pro Consumidor no diga de qué está hecho el producto, cuáles empresas usan más cantidad de nitrito de sodio del permitido y, sobre todo, cuáles salieron contaminados con coliformes fecales.
En lugar de ello, hacen un circo y, tras la caída de las ventas y la prohibición de Haití de venderlos, las autoridades salen a defender el producto. Pero, ¿por qué no dicen cuáles podemos comer?
La gente se hace tantas preguntas que muchos sólo hablan de eso. Mientras, los congresistas hicieron del proyecto de Ley de Regulación Salarial un mecanismo para que, en lugar de controlar, se permita que los funcionarios se sirvan del Estado. Al mismo tiempo, aprobaron una gran cantidad de préstamos y la ley que protege a los animales. En esto último hay que reírse: no protegemos a la gente, y lo que consume, ¡y vamos a cuidar a los animales! Y eso sucede mientras las ARS del Estado están al borde del colapso, los cañeros mueren sin pensión y la UASD se desmorona. Al final… todo huele mal.
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