El cielo gris era un presagio. Hablaba de todas las lágrimas que veríamos derramar. La Patria, adolorida, no podía quedarse impasible ante la realidad. Los diputados, nueva vez, nos decepcionaban y legislaban para sí.
Tienen exoneraciones para carros de lujo y un cofrecito. Pero no es suficiente. Por eso modificaron la Ley de Salarios y se excluyeron de la “prohibición de la concesión de beneficios e incentivos a todo funcionario o empleado público, por resultados de gestiones administrativas que se encuentren dentro del ámbito de su competencia”. Ellos se regirán, en cambio, por un reglamento interno (al igual que el Senado).
Sólo 10 rechazaron esta modificación. Son los únicos que merecen mi respeto.
Con lo que hemos visto hasta el día de hoy, no queda más que ratificar que nuestros legisladores tienen un alma tan mercurial que ni siquiera les preocupa guardar las formas. Ellos regulan, le prohíben al mundo pero se niegan a pasar por criba alguna.
Su descaro es eterno. Nos hipotecan el futuro, a golpe de préstamos que deberán ser pagados con reformas fiscales, y se niegan a sacrificar una mínima cuota de sus muy bien pagadas nóminas.
Pero los ciudadanos servimos menos que ellos. Nuestro silencio frente a cada estocada que nos dan valida su comportamiento. Al no hacer nada para enfrentarlos, como salir a las calles y protestar, les damos carta blanca para que nos jodan una y otra vez. Yo la verdad es que estoy cansada. Tener un Congreso tan putrefacto, que se rige por intereses propios, lacera mi dignidad. Hoy quiero decirles que no los aguanto más.
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