En un rincón me detengo a mirar atrás. Sé que no debo hacerlo. De introspecciones están dibujadas mis desgracias. El no saber mirar adelante me ha marcado, indefinidamente, haciendo que tropiece siempre con el mismo pie (de piedras no hablar que, aunque distintas, suelen tener la misma forma).
Hoy quiero hablar de todo lo que nos detiene. No hay una razón para ello. Bueno, quizás sí: es una alerta, un hasta aquí, para no repetirme ni repetirte. ¡Ya está bueno, de verdad, de dar vueltas en círculos!
Esta es una llamada a la cordura si es que eso existe. Querer ser demasiado es lo que me ha atado. Pero se acabó. No más intentos fallidos, no más búsquedas fortuitas… ¡toca vivir!
Tengo casi 40 años. He perdido demasiado tiempo. Lo confieso. Y no me justificaré. Tampoco diré que errar es de humanos o cualquiera de esas payasadas en las que nos refugiamos para sentirnos mejor. Nada de lástima ni de medias tintas. Mirándome a la cara, o imaginándola reflejada en estas letras, me obligo a ser sincera: me he fallado.
Con esto no pretendo hacer un acto de contrición. Hace años que no voy a la Iglesia porque eso de confesarme no me va. Para perdonarme estoy yo, nadie más, y si el Señor es tan pío sé que lo entenderá.
Sigamos. Me entretengo. Como siempre, mis pensamientos divagan y no me centro. Pecado recurrente, sí, pero es parte de lo que soy. Tomar o dejar que no hay otra opción. Si te mareo vuela y nada más. ¿Qué más se puede hacer?
Pensando en lo que he vivido, me siento a quemar las cartas que nunca envié. Las quemo aquí, jamás en el papel, porque no tiene sentido darle vida a algo que ya no tiene un porqué. Me deshago de lo que no tiene razón de ser. Olvido para poder vivir.
Una de nuestras mayores tragedias es retener. No somos capaces, muchas veces por tozudez, de pasar las páginas para terminar con las historias absurdas. ¿Por qué? Ego, vanidad, orgullo y unas tantas cosas más que luego se traducen en una sola palabra: amargura. Cuando nos aferramos perdemos no más importante: la libertad. También, si hay sentimientos de odio, ira o resentimiento, la paz.
Soltar las amarras, lo sé, conlleva cierto esfuerzo. Muchas veces nos parece, incluso, imposible. Pero no. Se puede. Para comenzar, vale dejar de pensar. Aléjate de los recuerdos. Entretente, haz algo nuevo, vive, descubre lugares, conoce personas, enamórate de la luna, disfruta del atardecer… y poco a poco, un buen día, descubrirás que apenas recuerdas qué es lo que querías olvidar.
Cuando hablo de olvido no me refiero a alguien. Muchas veces nuestros problemas no tienen nombre propio (otras sí, claro, pero al final es lo mismo). Nada debe detenernos. Ni lo material, ni las metas ni el trabajo… que la competitividad, el alcanzar o el tener impidan que podamos tener una vida real. ¡Cuánto nos perdemos por afanarnos detrás de algo!
Dejar fluir. Ese al final es el secreto de la vida. Disfrutar lo que tenemos ahora, en este mismo instante, y convencernos de que nada por venir es más importante. Mucho menos lo que no puede ser, ese ayer que por algún motivo quedó trunco. Si lo piensas bien, repasando tu vida, verás que siempre hay una razón para que las cosas sucedan o no. Con el tiempo, que al final es más aliado que verdugo, terminamos viendo que tras una frustración viene una alegría.
Tampoco se trata de conformarse. Tampoco se trata sentarse y decir con esto tengo. Pocas cosas dan más placer que alcanzar los sueños (sin vivir de quimeras, que entonces jamás seremos felices). Equilibrio. Esa es la palabra clave. Debe haber un balance entre el querer y el ser. Nunca tan poco que nos deje en el mismo lugar pero tampoco tanto que nos dé infelicidad.
Aprender a vivir es la mayor de las odiseas. Si lo hacemos con optimismo y voluntad, sin embargo, casi todo es posible. Seamos más nosotros y menos lo que quieren los demás. No queramos ser ni hacer lo que nos impone la sociedad porque, después de todo, a ella le vale lo que nos pase.
Nuestro mundo es lo importante. Defendamos lo justo y hagamos lo que deseemos. Todo lo demás es irrelevante. No nos amarguemos por lo que se fue o lo que no podemos tener. Que la risa sea nuestra bandera y el olvido, ese señor sin forma, nos tome de la mano cada vez que sea necesario. Volvamos a empezar. Que cada paso nos acerque a eso que queremos ser. Yo lo estoy haciendo. ¡Suerte!
Jhordanyrt@gmail.com
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