lunes, 9 de abril de 2012

A tu salud, viejito vagabundón...


Nueve de abril. Un día muy triste. Fecha memorable que, vestida de alegría hasta ayer, hoy habla de lágrimas y de ausencia. Momento en el que su risa debería sonar con estruendo, robándole el tiempo al silencio.

Hace tres años que no estás. Y parecería como si fuera una eternidad. Tal vez sí lo es. Antes de irte habías dejado de estar con nosotros desde hacía tiempo. Pero en ese momento, mientras vivías, albergábamos la esperanza de verte cruzar la puerta algún día. No fue así. Por eso hoy podremos encender las velas y brindar a tu salud. Ya no eres.

Por momentos no quiero mencionar tu nombre. Decirlo sin que lo escuches puede doler bastante. Por eso lo guardo en el recuerdo. Así parecería que en algún momento algo mágico podría suceder.

Cada abril hay nuevos motivos para recordarte. Desde ese día cinco, que es el llamado día del periodista, el recuerdo se hace aún más vivo. ¡Cuántas lecciones recibidas, cuántos momentos vividos en una redacción que, más que un trabajo, parecía una casa!

Desde el jueves venía pensando en ti. Iba a escribir pero, como sabes, la vagancia de apodera de nosotros en esos días en que no tenemos que hacer nada. Estoy segura de que tú tampoco lo habrías escrito. Pero fue mucho, sin embargo, lo que discurrí.

Por ejemplo, recordé esos momentos en los que me prohibías ir a la fuente para darle una lección a una funcionaria soberbia que casi había arrastrado el piso conmigo. Instantes como esos hicieron que templara mi carácter y aprendiera que, cuando se es profesional, nadie tiene derecho a pisotearte. Puedes estar tranquilo: la lección fue aprendida; jamás he permitido que nadie lo intente de nuevo.

Si estuvieras aquí te reirías con las mil historias que te contaríamos acerca de las cosas que dicen de nosotros. No muy distinto a lo que escuchabas en otras campañas, cierto, sólo que ahora existen redes sociales que nos mantienen en contacto con desconocidos y, por tanto, oímos muchísimas cosas. Como siempre, sin embargo, esto apesta (para mí, quizás porque ahora lo veo más de cerca, tal vez un poco más).

Hoy quería decirte tantas cosas. Pero me pongo a llorar. Por eso, mi querido viejito vagabundón, sólo me resta decirte que te sigo queriendo igual. Aunque muchos ya no recuerdan lo especial que es este día, Cuchito, yo brindo por ti. Mil besos.

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