martes, 10 de abril de 2012

De la campaña, ¡ESTOY HARTA!


No quería escribir de la campaña. Tan hastiada ya, deseaba borrarlo de mi mente como si, al hacerlo, tuviera el poder de detener esta barbarie en la que se ha convertido la política dominicana.

Por mucho ignorar, sin embargo, no se cambian las cosas. En lugar de ello, a golpe de silencio, terminamos siendo cómplices de todo lo que sucede. Por ese motivo he decidido elevar mi voz, si se puede, y decir antes que nada que ¡ESTOY HARTA!

Son muchas las razones por las que estoy cansada. La primera de ellas está directamente relacionada con uno de los últimos hechos acontecidos: la muerte de un dirigente perredeísta, Antonio Peña Ramos (Blanco), quien tenía apenas 45 años, es decir, que aún le quedaba demasiado por vivir.

Ese asesinato, que tuvo lugar en medio de un tiroteo, nos demuestra los niveles de agresividad que existen en la población dominicana. No sólo la política, no, también en el día a día de los ciudadanos: no hay un momento en el que alguien no nos quiera avasallar (sobre todo si hablamos del tránsito).

Tal agresividad se hace mucho más latente en los partidos políticos, donde tanto líderes como vasallos parecen fieras ávidas de comer carne fresca. Los colmillos, aunque los quieran vestir de palabrerías revestidas de cortesía, se ven a lo lejos. Y todos, absolutamente todos, son responsables de lo que está pasando -sí, sí, no mire para otro lado que sin importar su color usted también es culpable-.

Pero si la agresividad ha picado alto, la incoherencia ha sido la reina de esta campaña. Unos critican a los otros pero, al final, todos hacen lo mismo: recrean una farsa que, vestida de promesas, no nos deja más que llorar por nuestro triste destino.

Y hacen lo que critican. O critican lo que han hecho. Entonces uno se pregunta, ¿realmente hay políticos serios, que estén dispuestos a cumplir a cabalidad con lo que dicen y a decir realmente lo que harán? No lo creo. El presente habla de un futuro que no legará nada nuevo: el propio discurso baila un compás muy distinto al de los actos. La verdad, parece una patética obra de teatro, de esas tan malas en las que el desatino es el único protagonista.

Hay otro motivo que me hastía. Y es la costumbre de disminuir/descalificar a todo el que no está de acuerdo con tal o cual partido. O estoy contigo o contra ti: jamás se respeta al que disiente porque, simple y llanamente, no se entiende que haya quienes no tengan ningún interés partidario. Y así, a golpe de endilgarte alguna etiqueta, buscan silenciarte.

Oh, los silencios. Esa es la peor parte. Quieren callarnos, a toda costa, porque entienden que afecta sus intereses. Dicen que hay temas que no se deben tocar en campaña. Por ejemplo, la educación. Pero yo me pregunto, si no hablamos de lo que importa, ¿de qué lo haremos? ¿Nos dedicamos, como muchos, al insulto? Yo no entro en eso. Y hablaré. Mi silencio me hace cómplice. Y jamás lo he sido.

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