Quizás exorcismo, quizás ejercicio de reflexión. De cualquier manera, no son más que palabras que se unen en un lúdico baile (sin pretensiones ni egolatrías).
viernes, 20 de abril de 2012
Ahora quiero un maco para poder hablar tranquila
Me detengo a recordar. Me río. Cuántas cosas dichas y escuchadas. Algunas cándidas, otras emocionantes, graciosas y, por lo que ahora se ve, hasta amenazantes y peligrosas.
La palabra se ha convertido de repente en una verduga que puede condenarnos en cualquier instante. Una conversación trivial puede convertirse en maquinaria acusatoria que cambie nuestra vida.
Ya no podemos hablar. A pesar de que la Constitución nos protege, no sabemos qué organismos nos oyen, graban y, si les luego les interesa, reproducirán aquello que decimos. Sólo nos pertenece el silencio, lo que pensamos, eso que no nos atrevemos a decir. La sentencia está echada: hoy el miedo se traduce en una mordaza.
Nunca pensé que en plena ¿modernidad? veríamos usos del pasado. Pero la denuncia, vestida de trama, nos confirma lo que siempre se ha sabido: nos vigilan, ya hemos perdido la libertad.
No sé si alguna vez he dicho algo que pueda ser usado en mi contra. Es probable que sí, que cualquier frase se tome como una amenaza a pesar del contexto. De haber sido así, antes de que surja una demanda o me involucren en un complot, pido formalmente disculpas. Conste que no guardo rencores ni aspiro dañar a nadie. Sí, sí, me pongo alante.
Hecha la aclaración, una solicitud oportuna: ¿alguien me ayuda a conseguir uno de esos macos que, a su nombre, no pueda ser vinculado conmigo? No es que yo diga cosas tan importantes. Sin embargo, me desagrada la idea de que alguien pueda grabarme.
Amén de que es ilegal y está penalizado, nadie tiene derecho a irrumpir en mi intimidad.
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