jueves, 9 de junio de 2011

Santo Domingo llora y todos nos ahogamos


De repente la tristeza se hizo con la ciudad. El abrazo fue tan fuerte que ella, presa de la nostalgia, comenzó a derramar todas las lágrimas que tenía guardadas en el alma.

Muchas razones tenía para llorar. Siempre las hay. Desde el abandono, ese que hiere aunque no se reclame, hasta el abuso de una confianza que jamás se debe entregar. Así, olvidada y abusada, está Santo Domingo.

El lunes, en medio de su llanto, pudimos comprobarlo. ¡Cuántos rincones, nueva vez, se anegaron! La ciudad colapsó, literalmente, porque había calles por las que no se podía cruzar sin correr el riesgo de ahogarse. Pero, ¿realmente tiene que ser siempre así?

Las autoridades municipales, cual amante de ocasión, conocen palmo a palmo la anatomía de la ciudad. Pero la abandonan, una y otra vez, porque sólo la piensan cuando necesitan desahogar sus ansias electorales.

Todos sabemos muy bien lo que hay que hacer para evitar que los filtrantes se llenen. Pero no hacemos nada porque, tal parece, es más fácil llorar las penas que huir de ellas. Lástima que quien las sufre no puede hacer nada para evitarlas.

Las calles tienen hoy más hoyos por culpa de las lagunas que se multiplicaron el lunes pasado. Habrá que taparlas y gastar un dinero que pudiera destinarse a otras cosas. Pero el drenaje nunca está listo.

No sé cuántas veces me veré escribiendo de lo mismo. Hasta a mí me agota repetirme cíclicamente. Pero Santo Domingo debe tener quien le escriba. Al menos de esa manera, aunque no pueda dejar de llorar, sentirá que alguien le entrega un pañuelo con el que secarse. A falta de sol, a resguardarse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario