Está pero no está. Me mira pero no me observa. Parece hablarme, a través de códigos cifrados que no logro entender, pero jamás me dice nada de frente. No sé si algún día realmente llegue a quererme.
A pesar de todo, tengo que verle. Aparece en cada rincón y, aunque me resista a su imagen, algo de ella me obliga a mirarla. ¿Será esa aura de poder que, aunque se desgasta, aún lastima mis sentidos?
Sé que lo nuestro es un amor al punto de terminar. Siempre como amante y a la sombra, él me abandonará sin remedio. Pero, ¿por qué al menos no es sincero? ¿Por qué habla con todos los demás pero a mí no me dice nada?
Siempre ha apelado a que nuestra relación es así. Yo lo sabía, aduce. Pero, ¿acaso no puedo aspirar a más? ¿Él cree de veras que con darme lo mínimo es suficiente? Son pocos los esfuerzos que hace por mí. Suele decir que me mantiene pero no, si es que al final termino dándole todo. Por tanto, no es asunto de interés.
A veces toma algo de dinero prestado y me compra alguna cosita. Él sabe que con eso me entretengo un poco. Pero me estoy cansando. Necesito a alguien que de verdad me ame, que no hiera mi corazón y que me entregue todo lo que tiene de sí.
Hoy, como Federico García Lorca, no puedo más que escribir en clave de poesía. Diría: Ay, “amor, amor, que está herido; herido de amor huido.” Pero herido de muerte, de decepción. Porque no nos escucha ni nos mira a la cara. Así, como ese amante, es que nos trata Leonel Fernández. Da igual si está o no está: nos castiga amándonos mal.
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