miércoles, 20 de abril de 2011

Porque la prudencia nunca pasa de moda



La soledad comienza a caminar en cuanto despunta el alba. Va recorriendo la ciudad, en silencio, y la abraza en un arrullo que prometería ser eterno. Todo habla de paz. Se han ido el ruido, el estrés y la agonía de esto que se llama capital.
Pronto esa será la imagen que recogeremos los que, por fuerza, deseo o necesidad, nos quedaremos en Santo Domingos como celosos vigías de un tiempo que sueña a ser santo pero sabe demasiado a pecado.
Serán muchas las cosas que sucederán en estos días que sonarán más a cantina que a procesión pero que, al final, quedarán como el vestigio de lo que hemos sido y creído.
Sin ánimos de cuestionar -a decisión es personal- sólo quiero pedirles un favor: sean prudentes en todos días porque vida hay demasiada y para disfrutar siempre habrá una oportunidad.
No quieran llevarse el camino o el mundo por delante. La vida es prudencia porque, de lo contrario, no es más que error. Hay errores que pueden confesarse en tono de consejo. Otros, sin embargo, tienen secuelas irremediables. Ambos son evitables. Recordémoslo y evitemos momentos desagradables.
Nuestras carreteras, mares y ríos han visto muchas almas caer. Que la tuya no engrose la lista de los que jamás regresarán. No es tiempo de luto ni de impaciencias. Todo tiene su momento.
Pero estos días también sería bueno que recuerden a Jesús. Sin importar su credo, piensen en su lección de bondad. Seamos buenos. Ayudemos a quien podamos y hagamos que nuestra vida tenga sentido. Pero eso no sólo en estos días (mal) llamados de guardar. Que sea nuestro sino.

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