Ellos nos hablan de ternura e inocencia. En cada sonrisa descubrimos un mundo y sus ocurrencias pueden convertirse en importantes lecciones.
Estar junto a los niños es lo mejor que puede pasarnos. Pero también representa una responsabilidad. De nosotros, sin lugar a dudas, depende que mañana ellos sean individuos de bien.
Amén de que debemos ser un ejemplo, nos toca tener el control de los pequeños. En ello pensé ayer al saber que niños de dos, cuatro, cinco, siete y nueve años se intoxicaron con bebidas alcohólicas durante la Semana Santa.
¿Dónde estaban los padres de esos pequeños cuando estaban bebiendo? No quiero creer que frente a ellos, viendo lo que hacían.
Si ya es imperdonable que un niño tenga acceso al alcohol, es crítico pensar que los adultos estén de acuerdo con que lo consuman.
Hay que ver en qué sociedad vivimos cuando estas cosas suceden. Para nadie es un secreto que le rendimos culto a los vicios. Por eso hay más bancas que escuelas y tenemos un índice de violencia tan elevado.
Es hora de que nos detengamos a ver lo que sucede en nuestros barrios. La vida alrededor de los colmadones es una madeja alrededor de la que se tejen los más tristes dramas que viven muchas niñas y mujeres. También es el caldo de cultivo de las más bajas pasiones de muchos hombres.
Nada esto está ajeno al alcohol. Por eso, al ver que niños tan pequeños comienzan a estrenarse con la bebida, tenemos que asustarnos. De no cuidarlos, terminarán muy mal.
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