No hemos sido educadas igual. Es evidente. A algunas las molderaron para ser mujeres que, como sus madres, cumplieran un rol predeterminado. A otras, afortunadamente, nos dieron las herramientas para ser personas que jamás reparamos en nuestro género.
Mis padres nunca me obligaron a hacer, usar o pensar en función de ser mujer. Prefería el azul al rosado y los tractores frente a las muñecas. No lo cuestionaron. Tampoco cortaron las alas de mis sueños ni me enseñaron que tendría que enfrentar obstáculo alguno por ser mujer. Lo único que siempre escuché es que, si trabajaba duro y me preparaba, llegaría hasta donde quisiera.
Por esa razón, porque no me educaron para pensar que las mujeres son mejores o peores, no creo en la lucha por la supremacía del género. Para mí, educada para creer en las personas según su capacidad y honestidad, hombres y mujeres somos iguales.
Entiendo que muchas mujeres, educadas en el papel tradicional, hayan tenido que rebelarse contra sí mismas y contra el sistema para demostrarse y demostrar que pueden llegar donde llegan los hombres.
Nunca lo he dudado. Por eso me sorprendió que incluyan el asunto del género al hablar de la precandidatura de Margarita Cedeño. Nadie debe cuestionarla por ser mujer. Tampoco, sin embargo, debe pedírsenos que la apoyemos sólo por serlo.
El que Margarita llegue o no al Palacio Nacional tiene que decidirse en función de su capacidad. Lo mismo vale para Danilo Medina, Rafael Alburquerque, Francisco Domínguez Brito, José Tomás Pérez, Franklin Almeida, Radhamés Segura y los candidatos de los otros partidos. Al final, sin importar si lleva falda o pantalón, debemos elegir al mejor.
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