miércoles, 27 de julio de 2011

Yo elegí disentir

Sobre el tejado, oculta para que nadie me viera, me sentaba a escribir. Era una niña, de terrible caligrafía y verso fácil, cuando soñaba con que escribiendo las cosas podría cambiarlas. A través de una historia, siempre fantástica, creaba una vida.
Poco a poco la pasión se convirtió en una forma de vida. Jamás he podido parar de escribir. Las letras, unidas en esa sinfonía única que nos permite hacer tanto, me conquistaron para siempre.
Sé que a muchos les importa muy poco por qué decidí dedicarme a ser periodista. Por eso no lo contaré. Sólo diré que tras conocer el oficio, y ver que podía decir cosas que cambiarían la vida de la gente, me enamoré perdidamente del periodismo.
Al principio escribía cuentos, cosas bonitas. Hacía entrevistas, reportajes… jugaba con las palabras para decir cosas hermosas. Era apasionante poder describir, de forma distinta, la cotidianidad y la vida.
Por cosas del azar terminé en la redacción central de Hoy. Específicamente cubría Educación, por lo que me tocó ser los ojos y la voz de todos los problemas que se vivían en ese complicado mundo del sector educativo.
Por aquella época, cuando comencé en el área, gobernaba Hipólito Mejía y la secretaria de Educación era la vicepresidenta, Milagros Ortiz Bosch. Mis reportajes de escuelas deshechas, mis entrevistas de maestros que penaban o los reclamos de la Asociación Dominicana de Profesores (ADP) les disgustaban. También mis columnas, que luego se volvieron artículos de opinión, donde reflejaba la dura realidad que vivíamos en ese momento.
En ese entonces tenía muchos amigos peledeístas. Todos admiraban mi trabajo y les encantaba como escribía. Los perredeístas, sin embargo, me acusaban de formar parte de las filas del partido morado.
Aunque al hacer mi trabajo no sólo publicaba las cosas malas de Educación, sino que cubría las actividades oficiales y ponía los logros de la cartera educativa, nunca hablaban de eso.
Cuestionaban los reportajes. También mis artículos de opinión. ¿Por qué no escribes lo que está bien?, me decían. La respuesta: porque les elegimos para hacer las cosas bien. Por tanto, les reclamo por lo que está mal.
Cuando cambió el gobierno muchos pensaron que sólo vería luces en el PLD. Pero no. Seguí cubriendo las actividades y haciendo los reportajes de las escuelas y maestros. Los peledeístas comenzaron entonces a acusarme de ser perredeísta. Y muchos amigos se marcharon. En cambio llegaron otros, los que entendieron que yo sólo hacía mi trabajo. Y lo haría gobernara quien gobernara.
Hoy, a siete años del gobierno actual, ya no cubro ninguna fuente. Por tanto, no me toca escribir notas ni describir nada. Sólo escribo artículos de opinión. Aún me juzgan por ello.
Recientemente vuelven a acusarme de ser del PRD. Pero no. No soy de ningún partido. Como periodista, me declaro libre. Quizás, tal como dicen los que me juzgan, peco de pesimista. Pero no. Al subrayar las cosas que están mal lo que busco es que se cambien. También que quienes nos gobiernan entiendan que no todos somos ciegos y que, fuera de su partido y su gente, hay quienes les ven con una mirada crítica.
Sé que mis opiniones molestan a muchos. Dicen que no digo lo bueno. Y es cierto. Pero no estoy para eso. Los lauros gubernamentales anunciados por mucha gente. A algunos, incluso, les pagan para que lo hagan. Se llaman bocinas. Otros lo hacen porque quieren. Ese es su derecho.
Yo elegí disentir. Pero no es joder, aunque parezca. No sé callar lo que me molesta. Quienes me conocen lo saben. Necesito hablar, desahogarme. Eso hago cada jueves. Y nadie tiene derecho a encasillarme por ello. Pueden criticarme, claro, pero jamás podrán callarme. Digo las cosas que están mal porque soy rabiosamente optimista: sueño que, gracias a mis palabras, alguien decida cambiar las cosas.
A veces vuelvo a ser como aquella niña que se sube en el techo. Escribo con la fe de crear un mundo distinto. Quizás es un absurdo. Pero soy así. Y no quiero cambiar.

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