Ayer era un día perfecto. El sol, radiante, contagiaba su energía a todo el que tocaba. Sin nubes, ni dilemas, nada hacía pensar que algo desagradable sucedería.
Entonces apareció ella, lacerante, en letras grandes e imponentes. Anunciaba, con descaro, lo que podría ser nuestra próxima desgracia: subirán las tasas de interés y se liberalizará la tarifa energética, es decir, se aplicará un mecanismo que transferirá el aumento de los costos directamente a los consumidores. Todo esto gracias al salvador del momento: la carta de intención del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Leer esto dos días después de un paro nacional que se cumplió en un 95% fue un duro golpe moral. Al gobierno, definitivamente, ya no le importa nada. Leonel Fernández se va y está dispuesto a todo.
Si a una reforma fiscal que ha aumentado bastantes cosas se unen el aumento de las tasas y las subidas medalaganarias de la energía eléctrica (será como la gasolina, que sube al antojo gubernamental) el efecto será demoledor: viviremos sólo para pagar las deudas y los combustibles.
Esto, ¿es el castigo por decirle al Presidente que estamos cansados? O, ¿es la fórmula macabra para joder al que venga detrás de él? Todo indica que Leonel está trabajando para el 2016. Nueva vez, quiere “salvarnos”. Mientras, apela a que seamos realmente miserables.
Duele saber que quien nos prometió tanto sólo nos permita soñar. Es lo único que no nos puede robar. Nos ha quitado la posibilidad de parir, de comprar un apartamento o hacer cualquier cosa que requiera ingresos. Ahora también se lleva la esperanza. Tocará dormir. Ni modo.
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