martes, 26 de julio de 2011

Ese oscurantismo electoral


Dejé todas las palabras en el tintero y le olvidé. Como sé que no valía la pena hablar de eso, cansada ya de acusarle por mentir, el domingo decidí olvidar al presidente Leonel Fernández y dejarle vivir en su mundo de fantasía. Si él es feliz, que espero que sí, ¿para qué mortificarle?

Poco importa que el PRD sea ya el culpable hasta de nuestras culpas. Pronto iré donde Hipólito Mejía y le reclamaré hasta por los sueños que Morfeo me ha robado en esas noches de incertidumbre en las que no he podido cerrar los ojos.

De nada vale reclamarle al Presidente por esos siete años que ha gobernado sin poder superar esos obstáculos que Hipólito dejó sembrados... total, ya sólo le quedan diez meses para gobernar.

A estas alturas nada más queda esperar. Meses más, meses menos, este es un gobierno que fallece y será enterrado con las más grandiosas pompas funerales. Se despedirá como un grande, como ese coloso que durante ocho años nos dio momentos memorables.

Mientras llega el tiempo del adiós, tocará ver cómo la campaña cobra vida. Digo, asumo que deberá cobrarla, ¿o no? Tal parecería que a nadie le interesa. Cual si las elecciones fueran dentro de dos años, el ambiente está tan frío que me hace pensar en lo indiferentes que somos ante lo que está sucediendo.

El dominicano es amante de la chercha. Si estamos en béisbol, hay pelota hasta morirse; si estamos en política, no se habla de otra cosa. Ahora, ¿estamos viviendo eso?

Tal vez, porque a estas alturas paso de saber, sea que yo ando en el aire y no me entero de nada. Puede, incluso, que se esté gestando algo a nuestras espaldas. O, ¿será que la gente es presa de las dudas?

Pueden ser muchas las respuestas. Estas elecciones serán las más difíciles que tengamos que enfrentar. Aunque parece una fotocopia del 2000, la realidad es muy difente. Varios factores, convertidos en matices, las hacen mucho más dramáticas.

En el 2000 mucha gente estaba cansada de Leonel Fernández. Por eso la apuesta fue darle el chance a ese señor campechano, simpático, peculiar, que intrigaba pero podría significar una diferencia. Poco podía hacer Danilo Medina, todo corazón pero poco carisma, frente al arrollador Hipólito Mejía.

Once años después la vida les vuelve a poner de frente. En esta ocasión ya no hablamos de cansancio, sino de un tremendo hastío gubernamental. Y es que, de tanto jugar con nuestra escasa inteligencia, ya pasamos bastante del mandatario.

Ahora Danilo no es ese hombre apagado de antes. Algo ha sucedido en él. La experiencia, los asesores, la gente... parece una nueva persona. El ostracismo, ese al que él mismo se condenó, le sirvió de mucho. Se ve, incluso, como un candidato nuevo. Aquel que ha mostrado algunos esbozos de un plan de gobierno que resulta interesante pero difícil de llevar a cabo en un momento de crisis.

Hipólito sigue siendo ese hombre franco de antes. Pero alguien le puso un freno. Habla menos, mucho menos, y completa más sus ideas. Aparenta estar más sosegado, más en control de sí mismo. Ya no responde a todo lo que se le pregunta y, aunque tiene sus salidas, se ve mucho más ecuánime.

Aunque ambos son tan distintos, han terminado siendo las dos caras de la misma moneda: la de la duda. Ninguno de los dos convence (salvo a los adeptos de sus partidos, quienes votarán por el que les pongan ahí): ¿nos pueden decir que harán algo distinto?

De decirlo, lo dirán. Pero, ¿cómo podremos saber a ciencia cierta que Danilo no seguirá haciendo lo mismo que Leonel cuando él fue parte de su gobierno y creó algunas de las argucias de las que se ha valido el líder para ser popular? Puede que entienda que eso no es necesario. En cuanto a la gente que le rodeará, sin embargo, ¿cómo creer que no serán los mismos que se han servido con la cuchara del poder? A muchos se les ve en los actos con él. Peor aún: ¿someterá a los compañeros del partido que han actuado mal?

Con Hipólito sabemos que las cosas tienen que ser distintas a lo que son ahora. El gabinete perderá su color y será blanco. Pero, ¿cómo estar seguros de que no repetirá las fichas quemadas del 2000-2004? Y, ¿qué pasa si se vuelve a desmadrar la economía? ¿Será esta vez capaz de mantener el equilibrio?

Ante las preguntas, lo lógico sería que los descartemos a los dos. Eso no sucederá. Uno de ellos será nuestro Presidente. Ambos lo saben. Todos lo sabemos. Nadie apostará por los independientes. Aquí votamos por el que puede ganar. El punto ahora es si gana el hastío o gana el miedo.

Viendo el panorama, no queda más que reconocer que estamos viviendo en un oscurantismo electoral. No se dice todo lo que se sabe ni todo lo que se debe. Así crecen las dudas y se pone de manifiesto el miedo. Pero el miedo vale también para ambos. Que no olviden, desde el gobierno, que durante estos ocho años son muchas las cosas que han pasado. La gente puede cobrarles la factura.

1 comentario:

  1. Lo lógico sería un doble descarte, pero la coherencia nunca ha sido nuestro punto fuerte... una pena...

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