Quizás exorcismo, quizás ejercicio de reflexión. De cualquier manera, no son más que palabras que se unen en un lúdico baile (sin pretensiones ni egolatrías).
jueves, 10 de febrero de 2011
Una triste forma de instaurar la pena de muerte
Vivir encerrados, en un ostracismo provocado por sí mismos, debe ser difícil. Todos estamos hechos para la libertad y, aunque muchos no la merecen, siempre puede quedar la esperanza de recuperarla.
Hay dos personas, sin embargo, que perdieron esa oportunidad para siempre. El primero fue José Luis Montás Vargas, mejor conocido como el “Duro Motors”, mientras el segundo fue Roberto Yan Felipe, de 28 años, quienes se encontraban presos en las cárceles de La Victoria y Barahona, respectivamente, y fallecieron esta semana a causa de la desidia de las autoridades carcelarias.
A pesar de que ambos casos son distintos, nos obligan a voltear la mirada para que reparemos en la realidad que viven las personas que están dentro del sistema penitenciario. Porque, ¿cómo es posible que alguien muera porque no haya sido llevado a tiempo a un hospital?
Esto pone en evidencia que la Dirección de Prisiones no se toma la molestia de garantizar que en las cárceles se ofrezca una atención médica decente. Al “Duro Motors” lo ignoraron bajo el alegato de que “todos los negros tienen los ojos amarillos”. ¿A cuántos más les estará sucediendo algo parecido?
Amén de la acusación que enfrenten o el tiempo que les quede de condena, nadie merece que se le ignore cuando está enfermo. Padecer algún dolor, sin encontrar alivio, es lo más terrible que le puede pasar a alguien.
Hay que recordar que nuestro código no establece la pena de muerte. Por ello, el sistema carcelario no puede darse el lujo de matar, a golpe de irresponsabilidad, a quienes está llamado a vigilar. Esperemos que en cada caso se haga justicia.
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