martes, 15 de febrero de 2011

Un texto del pasado

Buscando unos textos antiguos encontré un pequeño cuentecito que es muy propio para estos días en los que muchos sienten amor pero otros se lamentan, tristemente, porque no lo tienen.



Amor sin nombre

Caminaba. Lentamente. Con una discreción tan serena como su propia soledad. No le molestaba. Le era indiferente. Se sentía bien acompañándose a ella misma.

En el fondo, no estaba sola. Un amor compartía sus noches de cama. Dibujaba en su piel destellos de locura. En su alma, la satisfacción de sentirse amada.

Nadie lo sabe. Quien la conoce, la cree sola. No puede ser de otra manera. Su amor nunca será aceptado. Por eso calla, mira hacia el infinito y reconoce en una nube un mensaje de amor escondido.

En eso piensa mientras da los pasos que la llevarán a ningún lado. Se siente mal. Amada, pero mal. Sus horas de amor son contadas. En muchos momentos, incluso, se siente abandonada.

Y pensar que un cajón es el culpable de todo. En sus pequeñas paredes, perfumadas por su hogar de cedro, descansan las cartas que están encadenadas por una llave que siempre guarda en su pecho.

Son los versos, aquellos que siempre le escriben a media luz y en su presencia, los que atan su alma. También los besos, húmedo lenguaje que le dice más que cualquier palabra.

Ha llegado. Una puerta desconocida se abre. La invita a pasar. La pone frente a su presente. Cuando ella lo ve, le cuestiona. Entonces ella, con la misma calma de siempre, da la vuelta y se marcha. Decide, definitivamente, continuar leyendo en las nubes los poemas de un amor sin nombre.

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