viernes, 31 de enero de 2014

Nunca seré una dama... ¡soy una mujer!

Las pasiones deportivas me pueden. Como me observó una tuitamiga hace unos días, el deporte hace que me "transforme", cambie de personalidad o, quizás, devele esa parte "oscura" que todos tenemos. Soy, amén de sincerísima, un tanto provocadora y procaz.

Tanto se desbordaron las pasiones durante los últimos días que, a juicio de algunos, sobrepasé todas las fronteras. Y es que cometí uno de los más grandes pecados que puede hacer una mujer: ¡usar la palabra mierda!

A pesar de que la palabra mierda es sinónimo de cagada y porquería, por lo que claramente puede ser usada en aquellos casos en los que la gente se acobarda o amedrenta (busque cagarse y lo entenderá) o en los que estamos viendo un completo disparate, algo que puede catalogarse de basura.

La mayoría, sin embargo, ve la palabra y piensa en una sola acepción: en las heces, los excrementos. Por tanto, a pesar de que sus usos pueden ser muy variados (depende del contexto puede ser hasta sinónimo de nada: ¡me vale una mierda! o de carajo y hasta de infierno: ¡vete a la mierda!), la palabra está muy mal vista y está prohibida para nosotras.

A pesar de ello, y de que sé que es tiene matices vulgares, me resisto a no usarla para dar algunos énfasis. Es que, tristemente, hay momentos en los que las cosas están tan mal que se requiere de una palabra así para definirlas. Eso, en el deporte, es normal.

No me excuso porque no busco hacerlo. En realidad, esta entrada tiene menos de justificación que de anécdota. Y es que, tras la introducción, les contaré por qué decidí escribir acerca de la palabra mierda: cuando la usé con motivo de un juego terrible del Licey, me dijeron que era una dama y que no lo olvidara. Por tanto, me pidieron que por favor no me expresara así.

Yendo por partes, hablemos de lo que significa ser una dama. Según la RAE, es una mujer noble (evidentemente, eso no lo soy, porque para ser noble hay que ostentar un título de la nobleza) o distinguida. En cuanto a lo último, a ser distinguida, valen dos preguntas: ¿nos quedamos con la acepción de elegante o vamos al punto en el que distinguido es quien se destaca por alguna cualidad? Bueno, en realidad da igual: no soy ninguna de las dos cosas, algo que admito sin ningún reparo.

Sé que para muchas mujeres dama es sinónimo de mujer o viceversa. Con ello quieren apelar a la elegancia vista desde la discreción y el tacto a la hora de hablar y de comportarse, así como a la obediencia fiel a lo que es "correcto" (lo que quieran los demás y la sociedad, sin importar lo que tú pienses o quieras).

Puede ser que mi rebeldía haya sido demasiado fuerte en mi otrora juventud -la primera y la real- pero todo eso a mí me sabe a nada (por no decir mierda): si hablar como quiero en el momento que quiero y acorde a mis sentimientos (salvo en los ambientes profesionales, por supuesto) me quita el mote de dama (¡y me lo quita!) a mí me da igual. Y es que, en mis espacios, prefiero ser lo que soy y no me limito para nada. Mucho menos cuando se trata de usar las palabras, aunque eso signifique que quieran definirme a través de ellas y no a través de mí.

Puede que mis ires y venires por España hayan sido más fuertes que yo y que haya dejado seducir por una sociedad que habla con demasiado desparpajo (aunque imperdonable para demasiados) pero amo la libertad a la hora de hablar. Puede sonar mal y hasta pecaminoso pero, con toda sinceridad, prefiero eso que guardarme lo que siento por miedo a que suene mal.

Confieso que ya estoy harta de que me recuerden que soy una "dama" cuando quieren que haga o deje de hacer tal o cual cosa. La vida de las damas a mí no me gusta. Suele ser vacía, encorsetada, hipócrita e insulsa: son más floreros que personas y eso, la verdad, a mí no me va. ¡Yo soy una mujer y soy feliz!

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