jueves, 26 de julio de 2012

Esperanza: un grito contra el artículo 37

Las discusiones fueron álgidas. Por momentos, incluso, subieron de tono. Muchos nos opusimos a él. Sabíamos que, de aprobarlo, podría ser una pena de muerte para muchas mujeres. Pero primó la ética que, vestida de una presión eclesiástica, poco tenía que ver con la moral.

Nada valió. Al final, tal vez porque quienes legislan son hombres que jamás podrán ponerse en los zapatos de una mujer, aprobaron el artículo 37 en la Constitución de la República: "El derecho a la vida es inviolable desde la concepción hasta la muerte". Es decir, se prohíbe el aborto sin importar las razones.

Apelando a ese artículo los médicos que atendían a Esperanza, una adolescente de 16 años, con leucemia aguda y 7 semanas de gestación, se oponían a darle quimioterapia hasta que llegara a las 12 semanas, que es cuando la quimioterapia es segura para el feto. Antes podría provocar un aborto o secuelas insospechadas en el bebé.

Dos semanas después nos enteramos. Y se armó la revolución. Ya estaba en la novena semana de embarazo. Faltaban aún tres y los médicos no se decidían. Apostaban a la espera. Era ilegal, decían algunos, atentar contra la vida del futuro bebé. Mientras, se ponía en riesgo a la joven, que necesitaba comenzar a tratarse desde ya.

Hoy el tratamiento es una realidad. Los médicos cedieron. O entendieron que no era justo condenar a una mujer a muerte por una vida que jamás podría garantizarse si ella moría. ¿Por qué perder dos vidas si se podía apostar a que ella sobreviviera? Cada minuto que se pierde ante una enfermedad como el cáncer, lo sabemos todos, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.

Ya Esperanza comenzó a ser tratada. Está en la semana número 10. No sabemos si sobreviva y, si supera la enfermedad, no se sabe qué pasará con el bebé. La cuestión ahora, sin embargo, debe ser que revisemos nuestra Constitución: no esperemos que haya una nueva Esperanza antes de dar la voz de alarma.

Es evidente, desde que comenzaron las discusiones de aquel anteproyecto de reforma constitucional, que el artículo 37 (otrora 30) es una condena de muerte para las mujeres enfermas. Se pone por encima la gestación y, al hacerlo, se da la espalda a quienes necesitan vivir para lograr que el embarazo llegue a término.

Sé que muchas mujeres han elegido dar la vida por los hijos que esperan. Es muy loable, siempre y cuando se elija, pero no es más que una crueldad cuando es una imposición constitucional. Y es que, ¿dónde queda la inviolabilidad del derecho a la vida? Nadie puede ser obligado a renunciar a él.

En el tema de este artículo entraron en juego muchas cosas. Primero la mojigatería de una sociedad que se divide entre los que aparentan ser buenos y los que se oponen a todo porque sí, porque está bien y hay que aparentar que somos tan moralistas como el que más. Querían evitar un festival de abortos que, según ellos, tendría lugar de no ponerles veda en la Constitución.

Amén de que el cuerpo de cada cual es suyo, siempre he estado en contra del aborto porque sí. Si decido coger (ah, no te escandalices ahora) y quedo embarazada, entiendo que debo enfrentar las consecuencias con responsabilidad. Nunca abortaría si el bebé es producto de una fiesta de los sentidos. ¿Que otras decidan hacerlo? Es su problema. Yo no soy quien para criticarlas ni para evitarlo. Si su conciencia y su alma lo toleran, que hagan lo que entiendan.

Ni la religión ni las posturas personales deben primar en temas como el aborto. Su prohibición, al calor de la poca educación y la falta de acceso a los anticonceptivos, sólo provoca dolor y muerte. ¡Cuántas mujeres, adolescentes y hasta niñas mueren en cuchitriles convertidos en "clínicas"! Mientras más lejos la solución, peor es la fórmula para alcanzarla. Nada de esto ha sido tomado en cuenta.

Dejando de lado a quienes pecan de gozo y enfrentan situaciones que les hacen pensar en el aborto, pasemos a otras, difíciles y crueles, que no ofrecen otra alternativa: los casos de violación, incesto o malformación del feto. Ninguno de ellos fue tomado en cuenta a la hora de aprobar la Constitución.

No sé si los legisladores prefieren que estos casos se sigan manejando bajo el oscuro fantasma de la ilegalidad. Tal vez es preferible. Un negocio rentable, aunque nauseabundo, se oculta detrás de todo esto. Pero, como lo "moral" es decir no al aborto, ¿seguiremos ignorándolo? No debemos hacerlo. Hoy toca volver la vista sobre ello. Cambiemos lo que haya que cambiar, aunque fastidiemos al mismísimo Cardenal.



2 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo contigo. El deber de un Estado es velar por el bienestar de la mayoría y buscar soluciones efectivas y poco traumáticas a los problemas. No se puede condenar a una mujer por querer vivir. Soy madre y daría más de lo que creo posible por mi hija, pero en una situación como la de Esperanza, elegiría el tratamiento. Se me debería tildar de "asesina" por eso? Por querer vivir? Resulta increible.

    ResponderEliminar
  2. Exacto, debemos tener respuestas antes situaciones así. Nadie toma una decisión de ese tipo deportivamente. Sin embargo, si no vives, no hay opción.

    ResponderEliminar