Hoy hablo a través de mis lágrimas. Aquellas que derramé tantas veces y me hicieron entender que no valía la pena vivir, si es que eso era vida, así: en un casa que no tenía nada de hogar y con alguien que, si me amó alguna vez, lo disimulaba demasiado bien.
Despertar cada mañana imaginando cuál será el pleito del día, si habría desdén o rabia contenida... abrir los ojos con el único deseo de volverlos a cerrar por temor a volver, como a ayer, a llorar.
Nunca tuve miedo. Mi cuerpo no estaba en peligro. No lo imagino haciéndome daño físicamente. A pesar de enfadarse, nunca respondió con ese tipo de agresividad.
Mi vida, sin embargo, sí estaba en riesgo. Para mí todo era gris. Nada tenía sentido. Me revolcaba en el dolor y, casi sin darme cuenta, hice de él mi sino. Me destruía, por dentro, y buscaba maneras de evadir lo que estaba sucediendo.
No es fácil pasar por esto. Si bien sabe a tragedia cuando lo estás viviendo, reparar en que debes salir del círculo vicioso en el que te encuentras es demasiado complicado. Y es que, lo digo de corazón, ¿cómo actuar cuando ni siquiera sabes qué eres ni qué quieres?. Tu mundo se traduce en un nudo de lágrimas. Y punto.
Tal vez al leer esto me tildes de tonta, de masoquista o digas que no me amaba lo suficiente que aguanté muchas más cosas de las que debí. Sé que piensas en todo aquello que debí haber hecho, en cómo debí asumir y cómo salir de ahí. Pero, ¿sabes qué? ¡Es muy fácil es hablar desde la serenidad y de la paz!
Sé que la mayoría de los que habla lo hace pensando en hacer el bien. Sin embargo, antes de hablar, es bueno que cada quien se ponga en el lugar del otro. Nadie desea vivir un infierno. Mucho menos si, además de que te destruyen el alma, viene vestido de maltrato físico.
Son muchas las razones por las que una mujer guarda silencio. La primera de ella es el amor. Por él, al principio, no te das cuenta de que la forma en que te trata no es normal. Que sus actitudes, su estilo de reclamarte o castigarte porque no hiciste lo que él quería, no es normal. Comienzas discutiendo, intentando arreglar las cosas, pero luego ves que no sirve más que para empeorarlo todo. Entonces empiezas a callar. Y comienza la verdadera procesión.
Si todo esto sucede en un momento económicamente difícil, la sentencia está servida. Es difícil, cuando te sientes terriblemente perdida, que veas una salida. Y de repente existe, sí, pero no eres capaz de verla. Si alguien no te la muestra, no vas a hacerlo nunca (si sabes de alguien que pasa por esa situación, enséñasela).
Y sí puede que el amor propio se haya ido por la coladera a estas alturas. El desgaste emocional llega a ser tal que no puedes hacer nada. No tienes fuerzas, no quieres, crees que no eres capaz... te sientes tan disminuida que sólo te dan deseos de dormir o de perderte en las noches de solaz simplemente para no tener que sentir ni pensar.
La palabra clave para salir de ahí es AYUDA. Hay que pedirla. Tenemos que decir lo que nos pasa. Nuestro silencio nos condena irremediablemente. Sólo al hablar encontramos quien nos dé la mano, nos muestre el camino y nos haga salir hacia adelante. Se puede, les juro que se puede. Cuando lo logras, y vuelves a sonreír, descubres que el mundo es maravilloso y siempre hay una razón para ser feliz. Para comenzar, estás tú. Luego, siempre en respeto y paz, los demás.
Hoy decidí escribir estas líneas porque me vestí de luto por todas las mujeres que han sido asesinadas por sus parejas o ex. Luego pensé en aquellas que respiran pero están muertas. En ellas es que hay que pensar ahora: salvarlas del horror en el que viven es preservar sus vidas o, si ellos no son violentos físicamente, sus almas.
Toca pensar en la manera en que podemos ayudar a las mujeres que sufren. Está en nuestras manos que cambien de vida. Ellas son víctimas de su tragedia. No saldrán solas. Por ello, si alguien cerca de ti vive esto, actúa. No seas cómplice con tu silencio.
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