Silencios que pesan y pisan

La semana pasada no tuve muchos deseos de escribir. Tras un discurso presidencial en el que el contexto parecía bailarín de danza moderna, mi inspiración se fue directo a París en un inútil intento de encontrar en Attali un motivo, una razón para decir algo.

Aunque encontré al francés, y vi que en su informe a Francia no critica que se invierta mucho en educación ni pide que se disminuya la inversión, entendí que no valía demasiado la pena ponerse a decir lo que todos sabemos.

Y es que a veces, por no repetirnos o no aburrir, el silencio puede ser la mejor de las salidas. Hoy, sin embargo, he sentido el peso del silencio sobre mis hombros. Al pensar en Hipólito Mejía, no pude más que reconocer cuán equivocada estaba.

Siempre pensé, o quise pensar, que el pueblo dominicano recordaba lo duros que fueron los dos últimos años de Hipólito Mejía. Por eso, en realidad, nunca se me ocurrió que fuera necesario hablar sobre ello.

El silencio que guardé hasta ahora me pesa. También el eco de mis bolsillos vacíos y de la agitada respiración cuando no sabía qué hacer para resolver mis problemas.

A pesar de los recuerdos y esas heridas que aún no cierran, el PRD y sus simpatizantes quisieron decirle sí a Hipólito Mejía, acabando con cualquier esperanza para Miguel Vargas Maldonado.

Hoy muchos celebran a un parlanchín "Llegó Papá" que, tal como su mote lo indica, es paternalista a rabiar y llega con el ímpetu de un padre arbitrario que siempre hace las cosas como quiere. Ojalá que esto no nos pese.