miércoles, 16 de marzo de 2011

Por qué mañana, Presidente


Me iba. Estaba decidida a dar el portazo (sin intención, eso sí) cuando volví sobre mis pasos. Nada está terminado. Quedan muchas cosas pendientes y yo, enemiga de las despedidas, soy de lo peor a la hora de decir adiós.

Al sentarme nuevamente en el sofá, me puse a pensar en las mil cosas que aún quedaban pendientes. Y le recordé, como siempre, a usted.

Sé que debe estar cansado de leerme y escuchar los ecos de mis necias palabras. Pero no puedo evitar decirle lo que pienso. El día que me canse, estoy segura, habré la cordura.

Dejando las ramas a un lado, y a pesar de que me encantan, le haré directamente una pregunta: ¿por qué mañana? Aunque usted, señor Presidente, no está en la obligación de hablar cuando mejor nos convenga, sorprende que lo haga justo a las puertas de un fin de semana.

Pensando en ello, y acepto que peco de mal pensada, se me ocurren varias razones por las para que su discurso llega justo ahora. ¿La primera? Sus palabras serán el balde de agua fría que aplacará los ardientes fuegos que se encendieron con la aprobación del Consejo Nacional de la Magistratura. Y es que, ante sus medidas, ¿quién recodará el Congreso?

Otro buen motivo es que, como hablará jueves y sus palabras se registrarán el viernes, todas las reacciones se diluirán en los periódicos del fin de semana que, como bien sabe, se leen mucho menos.

Tras reconocer que es una excelente idea hablar mañana, sólo me resta pedirle un favor: no haga demagogia con nosotros y nos pinte un cuadro de esos cubistas que, aunque hermosos, son difíciles de descifrar. Hable claro. Diga lo que es y lo que cumplirá. Ya estamos cansados de escuchar promesas en el aire. Vamos a hacer. Pero esta vez esperamos que todo comience por usted. Es decir, que sea el gobierno el que cargue el fardo más pesado.

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