Aún con el dolor a cuestas después de tener más de cuarenta y ocho horas cargando el pesado fardo de la desilusión, he decidido escribir un poco acerca de todas las lecciones aprendidas en esta extenuante temporada de pelota "invernal" de la República Dominicana. Para comenzar, por supuesto, he tenido que reconocer que... ¡el Licey también pierde, jajajajaja!
Humildades aparte porque no existen, y ya hablando en serio, también hay que reconocer -algo muy difícil en un liceísta- que es muy duro perder. Después de una temporada genial, en la que vivimos embriagados de tanta victoria, ¡qué doloroso es caer y morir de forma tan indigna (por Dios, qué fue 8 por 4 en una serie 5-1)! Pero esa es, precisamente, la gran súper lección de la temporada 2015-2016: nadie puede declararse ganador antes de tiempo, por mejor que sea la racha, ni dejar de luchar en nombre de un blindaje técnico que, al final, no es sinónimo de éxito: el Licey era un equipo muy superior pero, ¿de qué le sirve eso si perdió la corona?
El Escogido fue el gran maestro. Nos ha dado una lección de vida que necesitábamos en realidad: nosotros, tan acostumbrados a ganar y a que las cosas nos salgan bien poniéndole ganas al final, perdimos de vista algo fundamental: no hay enemigo pequeño ni débil porque el éxito, al fin y al cabo, es de quien persiste y nunca abandona la lucha. El Escogido, viniendo de muy atrás, nunca se dejó caer y luchó y luchó hasta que cogió confianza y nos arrolló.
A tal punto llegó el arrolle que, inexplicablemente, los peloteros del Licey que tanto habían brillado comenzaron a cometer errores de ligas menores. ¿Se presionaron más de la cuenta? ¿Se les fue de la mano el campeonato? Es muy difícil de entender después de haber tenido una racha de doce al hilo: ¿por qué los reflejos de esa racha no llegaron a la final? Manda coj... sí, eso mismo.
Nuestra caída también nos ha obligado a recordar que estamos completamente solos en la liga: todo un frente (bautizado como patriótico) estaba en nuestra contra. Nosotros, acostumbrados al odio que generamos, no nos inmutamos. Sin embargo, trasladando eso a la vida real, también es una lección: quien brilla demasiado y hace galas de su superioridad, aunque sea bueno, será detestado. La humildad es buen, definitivamente, aunque muchas veces lo olvidamos.
Pero volvamos con las lecciones del Escogido, un equipo del que hay mucho que aprender porque jamás pierde la paciencia y, aunque puede ser pesimista en demasiadas ocasiones, sigue dándole pa' allá y nunca abandona. Es tal su actitud que ni siquiera se incomoda cuando no alcanza el objetivo: han aprendido, como me dijo antes de ayer a un amigo, a perder. Eso les da un plus: suelen tener, cuando no les da por ponerse a dar cuerda, mucha mejor actitud.
Nosotros somos todo lo contrario. Vivimos embebidos de optimismo, damos por sentado que vamos a ganar porque estamos acostumbrados a hacerlo y, cuando perdemos, se nos va todo: la paciencia, el sentido el humor, el ánimo y la alegría. El lugar de nuestras almas, en esos instantes, lo ocupa el monstruo de la arrogancia y la irracionalidad; nos ponemos a joder, como niños pequeños, y hacemos cualquier cosa para disipar. A veces, incluso, nos pasamos.
Así las cosas hay que decirlo claro: tenemos que aprender a perder. Por fortuna el Escogido, que sazona tan poco sus triunfos, nos soltó muy pronto: ayer ni hablaban de eso. ¡Cuando el Licey gana la ciudad entera colapsa esa noche, lo que no sucedió el martes, y nos gozamos ese triunfo durante días! ¡Qué difícil es callarnos! ¿Será que los escogidistas están tan poco acostumbrados a ganar o que su número de fanáticos es tan reducido que por eso no se sienten? No sé pero, definitivamente, lo he agradecido.
Soy escogidista, y nosotros siendo de la misma localidad.. No querriamos ver al licey ganarle a ningun equipo, por motivo de la arrogancia.. Lamentablemente es la cruz que se han tallado ustedes mismos y como les ha pesado ahora que los tiempos estan cambiando.. Que incluso las estrellas y los toros pueden representar un peligro...
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