domingo, 8 de mayo de 2011

Fortaleza Ozama: entre reminiscencias de un pasado de piratas y maltrato


Sobre mis piedras se deslizan las lágrimas del tiempo. Caen serenas sobre mis muros y, al sentirlas, vuelvo a recordar que la vida no me ha abandonado a pesar de los años que llevo aquí, tranquila, observando desde lo alto las aguas del río que me regala su sonrisa cada mañana.

Hace más de quinientos años que estoy en pie. Mi construcción se inició en 1503 y le debo la vida a Fray Nicolás de Ovando. Aunque un poco menor que la ciudad de Santo Domingo de Guzmán, que se comenzó a levantar en 1502, soy la hermana mayor de todos los monumentos que habitan la capital de la República Dominicana.

A pesar de que mi construcción terminó en 1508, jamás he logrado superar la melancolía que me produce la lluvia. Hoy es uno de esos días en que el cielo gris me pone nostálgica y me hace recordar el vasto pasado que ha quedado guardado en los rincones de mi sólida anatomía.

Son muchas las cosas que he vivido. Mi nombre oficial es Fortaleza Ozama y, como bien sugiere, soy fuerte y estoy hecha para la defensa y la guerra. Hubiese querido ser distinta. Quizás no albergar tantas penas y miserias humanas. Pero soy lo que hicieron de mí. ¿Quieren conocer mi historia? Viajemos al pasado.

Torre del Homenaje. Muchos me llaman por el nombre de mi edificación principal, la Torre del Homenaje. Aunque este apelativo surgió porque el alcalde de la fortaleza subía hasta la torre para rendir homenaje a los recién llegados a la ciudad, hoy rindo honor a los hombres que me habitaron al perder su libertad. Entre ellos, Cristóbal Colón, descubridor de América.

Cada una de mis celdas tiene una historia. Son tres en la primera planta, tres en la segunda y dos arriba de todo, junto a las escaleras que dan a la cima de la torre. En su interior dos o tres pequeñas aberturas en las paredes de piedra permiten atrapar alguna imagen de las que yo puedo disfrutar.


Ora es el patio con los tanques de guerra que quizás habrían de usarse en los tiempos de las intervenciones extranjeras. ¿Cómo explicar que algunas ya se me han olvidado? Pero recuerdo, sin embargo, que la muralla que me rodea la mandó a construir el tirano Rafael Leónidas Trujillo, quien siempre me recordaba. Y es que durante su dictadura nunca faltaron presos políticos en mis entrañas.

Pero también se puede ver algo del río. Al mirar sus aguas, tan navegables que por ello se llama Ozama (vocablo taíno que significa justo eso), me pierdo y sueño que llego hasta el mar Caribe, ese en el que venían piratas y corsarios que quisieron hacer mucho daño. Para protegerse de ellos, precisamente, me construyeron los conquistadores.

Nunca nadie me tomó por la fuerza. Pero sí tuve que ver mucho maltrato y dolor. Aún, a pesar de que cueste creerlo, me parece escuchar algunos sollozos.

Normalmente no pienso en eso. Prefiero recordar a Manolo Tavárez Justo cuando pronunció su discurso en abril de 1965. Es que yo, además, sueño a libertad.

Ellos, los detalles
A mi derecha, el Polvorín
Diseñado cual iglesia para engañar a los piratas, el Polvorín de Santa Bárbara fue construido en 1787 para almacenar el arsenal de pólvora, armamento y municiones. Sus paredes son de tres metros y un pie de espesor.

La pared que me guarda
En estos días a muchos les ha dado por hablar del muro gris que me rodea. Fue mandado a construir en 1935 por Rafael Leónidas Trujillo. No fue hasta que Joaquín Balaguer hizo la Avenida del Puerto, en el año 1991, que estuvo a la vista de todos.

Desde lo profundo del mar
Al entrar al recinto, después de pagar RD$40, hay un salón en el que está la exposición “Defensa y Naufragio”, que permite descubrir los objetos que llevaban los barcos que naufragaron en nuestras aguas. Estará allí hasta julio de este año.

Del eco a las palomas

Las celdas parecerían guardar los ecos de los prisioneros políticos que Trujillo mantuvo cautivos aquí. Pero ya ellos no están. Apenas las palomas anidan en mí, volando de un lugar a otro, y asustando a quien no espera encontrarlas.

¿Cañones de guerra?
A pesar de los cañones, apostados a todo lo largo de mi muralla colonial, nunca fui tomada por la fuerza. En mi jardín se aprecian tanques y fusiles de guerra usados durante las ocupaciones extranjeras.

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