Las lecturas de los últimos días han sido intensas. Muchas, demasiadas, versan en torno a las mujeres y a nuestro derecho (o no, más bien) de decidir sobre nuestro cuerpo y nuestra vida. ¿Lo más interesante? Las reacciones más duras son, ¿acaso por misoginia y machismo?, la de los hombres. ¿Por qué en pleno siglo XXI aún quieren disponer de nosotras? ¿No se cansarán jamás de controlarnos -o intentarlo- y decidir lo que ellos entienden que es mejor para nosotras?
Es evidente que no. ¿Los hombres entienden que ellos tienen el poder supremo de imponernos su visión del mundo, de la vida y hasta de la ética? Da igual lo modernas y espabiladas que seamos: podemos producir, ser independientes pero siempre, escúchenlo bien, siempre habremos de estar supeditadas a las reglas del "mundo masculino".
En caso de que pensemos de forma diferente y queramos actuar de acuerdo a nuestra propia convicción se nos acusa entonces de ser feministas (con todos los matices negativos que le han endilgado a esa palabra cual si fuese algo demoníaco luchar por el bienestar de las mujeres). Al hacerlo, por supuesto, la única finalidad es descalificarnos.
La mejor muestra para ilustrar lo que digo es la columna que publica hoy Orlando Gil. En ella habla de las observaciones que el presidente Danilo Medina le hizo al Código Penal. Para comenzar, Orlando escribe que "se dijo que el Código Penal era obra de consenso, y entre los primeros en expresarse en esos términos estuvo el Consultor Jurídico del poder Ejecutivo. La promulgación como ley, se pensó, sería un clavo pasado".
Ese "consenso", sin embargo, fue cosa de hombres. Pero no de todos los hombres. Muchos hombres, como la mayoría de las mujeres, ha pedido que no se penalice la interrupción del embarazo en todas sus formas. Y es que, aunque haya quienes aún no lo entiendan, es un abuso obligar a una mujer (aunque la mayoría de los casos son de niñas y adolescentes) a parir el producto de una violación o un incesto. Peor aún es pretender que alguien se entregue a la muerte cuando un embarazo pueda acabar con su vida.
Aclarar este punto es importante porque, más allá de ese consenso que no es real, tiene que estar la razón. Da igual que los legisladores y la Iglesia hayan decidido que cualquier forma de aborto debe penalizarse: no es justo que se castigue a mujeres inocentes, que no han hecho nada, en nombre de algo que llaman consenso.
Por otro lado, es bueno apuntar que el Presidente no sólo ha complacido un reclamo de las feministas, "un núcleo que no es grande, pero que sabe hacer alboroto en los medios… (sic)": ha escuchado las voces de mujeres y hombres totalmente anónimos que le han hablado a través de las redes e, incluso, de gente de fe que sabe separar el dogma de las circunstancias.
Pensar que el tema del aborto terapéutico queda reducido a un asunto de feministas es como creer que el Código Laboral sólo le atañe a los sindicalistas: aunque usted sólo vea las voces más conocidas, no quiere decir que el resto de la población esté ajena a él.
Es por eso, precisamente, que el Presidente actuó como correspondía en torno al Código Penal. A pesar de que se distanciara de las iglesias, como bien dice usted, señor Orlando, Danilo apostó por defender a quienes afectaba ese código: a todas las mujeres dominicanas.
Quienes se oponen militantemente al aborto siempre tendrán la opción de no recurrir a él en caso de necesidad. Sin embargo, no se puede pretender que todas las mujeres piensen igual: el Estado, que no está para obligarnos a actuar de tal o cual manera, tiene como función esencial proteger los derechos de la persona, el respeto de su dignidad y de su libertad individual, tal como lo consigna la Constitución de la República.
"La República condena todo privilegio y situación que tienda a quebrantar la igualdad de las dominicanas y los dominicanos, entre quienes no deben existir otras diferencias que las que resulten de sus talentos o de sus virtudes", dice la Carta Magna en su artículo 39 sobre el Derecho a la igualdad, lo que quiere decir que el Estado no puede tomar decisiones que privilegien a un colectivo, lo que se haría si se penaliza el aborto: se estaría legislando en función de un credo.
En otro orden, señor Orlando, le aseguro que el debate ha tenido poco de hormonal y de histérico, como usted argumenta. Se ha hablado de salud y de derechos humanos -con muy mucha sensatez, por demás- pero tal parece que de eso usted ni cuenta se ha dado. ¿No será que la testosterona lo ha nublado?
Finalmente, saquemos el aborto del ámbito moral, donde usted lo ha colocado, y llevémoslo al ámbito de la conciencia. Ahí, señor Gil, es que debe estar porque se trata de un asunto personal.
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