Aquel día mi hermana se quedó pasmada. Escuchar a su hijo de 4 años con una expresión racista la alarmó. Pilar no sabía de dónde la había sacado. En su casa jamás sería: como orgullosos descendientes de negros, ella nunca permitiría que eso sucediera. Entonces le habló. Le explicó, con palabras simples para que entendiera, que aunque él se veía blanco por fuera era negro. Y es que, gracias a nuestra familia paterna, todos nosotros llevamos sangre negra. El, por supuesto, no es la excepción.
Esas palabras calaron en José Ignacio. Prueba de ello es que, posteriormente, le explicó a alguien que aunque se veía blanco por fuera él era negro porque tenía sangre negra. Gracias a la explicación de su madre, él siempre tendrá claro lo que es y, lo más importante, siempre se sentirá orgulloso de ello.
Cuando mi hermana me contó la anécdota me encantó. Sin embargo, pasamos a otro tema sin profundizar demasiado. El asunto de la negritud está tan hablado en mi familia que no hay necesidad de agregar demasiado. Hoy, sin embargo, la recordé porque es perfecta para ilustrar lo que quiero decir: mi hermana, contrario a la mayoría del dominicano, no sólo reconoce lo que somos sino que se lo transmite a sus hijos. ¡Qué diferente sería esta sociedad si aprendiéramos a aceptar lo que somos!
Hoy volví a encontrarme con una situación harto conocida. A propósito del Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, decía esta mañana que éramos un pueblo negro. Hubo quienes me respondieron que no, que somos mestizos porque aquí hay de todo, es decir, toda mezcla de "razas" (término en desuso, por demás).
Y sí, hay mezcla. Desde nuestros orígenes estamos mezclados. Los españoles, que fueron muy pocos, se mezclaron con algunos indios (que desaparecieron demasiado pronto) y, posteriormente, con los africanos, que son nuestra verdadera simiente.
Los árboles genealógicos y el ADN no engañan. Una investigación hecha por un grupo de científicos en el 2006 determinó que en República Dominicana el 70% de la población dominicana tiene un ADN de origen africano (si repasamos la historia vemos que a finales de los 1500’s, el 82% de la población dominicana era negra y la blanca era de apenas un 18%). Esto, como podemos ver, destierra toda presunta teoría de nuestra aspirada blanquitud.
Más allá del color de la piel, que no tiene ningún valor, casi todos nosotros tenemos sangre negra (salvo alguno que otro hijo de inmigrantes -ambos padres, no uno- que no haya tenido ninguna relación con el Nuevo Mundo o los escasos inmigrantes que no se mezclaron con los criollos). Pese a ello, nos empeñamos en negar nuestra negritud: ¡somos demasiado acomplejados!
Sé que detrás de esa negación existe todo un andamiaje de una cultura racista. Desde que éramos pequeños escuchábamos expresiones que hablaban de los negros (cual si no lo fuéramos) como seres inferiores. La sociedad, en su conjunto, se esforzaba en mostrarse lo más blanca posible. ¡Si hasta a nuestros héroes y literatos les hemos cambiado la fisonomía con el paso del tiempo!
Hoy la sociedad dominicana es un poco diferente a la de ayer. Hace tiempo vemos que hay mucha gente que se siente orgullosa de lo que es, que no se esconde en patrones prestados y que se muestra tal como los genes le hicieron. ¡No es casualidad que hayamos dejado nuestros rizos al aire!
A pesar de los avances, todavía tenemos mucho qué hacer en torno a este tema. Desde el resentimiento hasta la negación, hay mucho por aceptar y perdonar. De no hacerlo, nunca seremos una sociedad en la que prime el respeto y se acepte a la gente por lo que es. Cuando los parámetros fisonómicos se imponen, siempre habrá tiranteces.
Tal es el punto al que llegamos en torno a este tema que, cuando usamos la palabra negro se encienden todas las alarmas, cual si estuviésemos hablando de forma despectiva. ¿Cuándo aceptaremos que somos nosotros los que les damos matices a las palabras.
Me he extendido demasiado. En realidad sólo quería decir que hablar de los negros es hablar de nosotros mismos. No neguemos lo que somos. Nuestros ancestros están ahí. En mi caso, por ejemplo, son tan cercanos como mi abuela paterna.
No sé qué piensa mucha gente cuando se ve al espejo. Mis rizos y mis orejas, que son pequeñísimas, me recuerdan cada día de dónde vengo. También mi color de piel y el de los ojos. Un poco de aquí y otro de allá, me dicen mis rasgos. ¡Qué bien se siente aceptarse tal cual uno es! ¡Sin complejos ni estrés! Total, por más que lo neguemos, la africanidad vive en nuestras tradiciones. No verlo es una tontería.
Yo no se si es porque no tengo ni idea de cuando mis ancestros llegaron aquí, pero por más que me vocean rubia, mi contextura DEFINITIVAMENTE europea no es (y rubia mucho menos, ni siquiera de farmacia, pero ya eso es para otro día).
ResponderEliminarNo se cual es el asunto, todos llevamos el negro atrás de la oreja, y por más que quieran esconder o deshacerse, ahí estará. Las muñecas que tanto venden en todos los gift shops precisamente no tienen cara por eso, no tenemos rasgos definidos, somos mezclados! Y que mezcla ni más interesante que mis hermanos son café con leche y yo medio desteñida (y mira las cosas de la vida, siempre me sentía como afueriada porque mi mamá, mi hermana y mi hermano tienen la tez igual, yo salí más a la familia de mi papá)
Lo peor es que no asumamos lo que somos y que nos moleste cuando alguien habla de ello. Pero nada, que a mí me dicen rubia también y tengo el pelo oscuro, jajajaja
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