Hoy desperté pensando en la felicidad. Y es que la ONU, con su manía de darle nombre a los días para llamarnos la atención en torno a tal o cual cosa, dice que hoy es el Día Internacional de la Felicidad. ¿Cómo, por tanto, no pensar en ella?
Aunque suena tan superficial que exista un Día de la Felicidad, me detuve en lo profundo del tema. Y es que, aunque muchos lo tomen como una trivialidad, cuando la Asamblea General de la ONU decretó que el 20 de marzo sería el Día Internacional de la Felicidad, lo hizo pensando en lo importante que es que los gobiernos desarrollen políticas públicas para lograr la felicidad y el bienestar de los pueblos. Visto así, ¿no suena diferente?
Todos queremos ser felices. Esa es, quizás, la lucha que libramos a diario. En algunos países hacerlo es muy fácil: se trata de un asunto meramente personal. En los nuestros, los pobres, es más complicado: ¿cómo ser feliz cuando lo que te rodea es triste y decepcionante? ¿Cómo, si ni siquiera las necesidades primarias están cubiertas, puedes dedicarte a la "búsqueda" de la felicidad?
Ser feliz en Santo Domingo puede ser muy complicado. De repente puedes levantarte del mejor humor y te encuentras sin luz y sin agua (si no tienes ninguno de los dos problemas, entonces, has de estarlo pagando en plantas y tinacos). Haces lo indecible para bañarte y sales de casa a encontrarte mil tapones. De pronto, por esquivar un carro que se mete a lo loco caes en un super hoyo (ay, el arreglo se llevará un par de miles de pesos, al menos)... una hora después llegas al trabajo, medio en quille, y te dedicas a la faena. Al salir, seguramente, la jornada será exactamente igual y, si vives en un barrio, será un tanto peor: el desorden, la bulla y las probabilidades de atraco se multiplican.
Con un Gobierno que nos adeuda tanto socialmente y una sociedad tan displicente es necesario lanzarse al vacío para ser feliz: hay que olvidarse de todo, por momentos, y disfrutar del momento mismo. ¡La amnesia es obligatoria para sobrevivir y robarle una sonrisa al subdesarrollo!
¡Ay, pero cuánto cuesta hacerlo! Cuando uno escucha hay gente que espera días para operarse o que hay niños que no tienen qué comer es complicado detenerse a "ser feliz". ¡Suena tan egoísta! Pero, ¿vale la pena ser infeliz por cosas que no podemos resolver? He ahí un dilema. Si no puedo hacer nada, ¿para qué amargarme?
¡Qué malo es pensar en la felicidad y el bienestar! ¡Si sólo nos decidiéramos a vivir, sin pensar en nada (bien me lo dice mi padre: cero pensamientos), sería todo tan fácil! Si es que hasta la gente que no piensa en los demás se empeña tanto en ser feliz que al final ni siquiera lo es.
La felicidad no se puede buscar. Eso está claro. Sin embargo, sí se puede provocar. Si los Gobiernos cubre las necesidades de los pueblos, la felicidad vendrá sola: cuando no hay preocupaciones, hasta la actitud de la gente cambia. De eso se trata el día de hoy. Más allá de las caritas felices o las frases de autoayuda que muchos colgarán en las redes, dándole un toque de perfecta trivialidad a la jornada, el Día Internacional de la Felicidad es un reclamo. ¡Queremos pueblos felices, gente que no se tenga que detener en sobrevivir, sino en vivir!
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