jueves, 7 de noviembre de 2013

La Bienal: entre los sí y los no de una muestra

Magia. Eso, al menos para mí, siempre ha sido el arte. No importa si nos encontramos con trazos, piedras, barro, palabras, música... si no existe una sinfonía lúdica, que te transporte más allá del espacio en el que estás, puede llamarse cualquier cosa menos arte.

Aunque no soy una especialista y sé poco del tema porque apenas alcanzo la categoría de asidua espectadora, recorrer las instalaciones del Museo de Arte Moderno fue una experiencia interesante y dolorosa a la vez. En la 27 Bienal Nacional de Artes Visuales, que estará abierta hasta el 17 de noviembre, se va de lo sublime a lo ridículo, pasando por la reflexión y el tedio. Todos los sentidos, incluso el aburrimiento, convergen en una muestra que no se puede explicar por sí misma.

Tardé muchos días sin ir. Quería que pasara el bochinche de la premiación para no partir del prejuicio. Sin embargo, cuando vi las obras premiadas, no pude más que resumir que no entiendo nada. Y es que, si bien es cierto que arte cambia y hasta transmuta, es difícil entender qué encontró el jurado en el gran premio, que fue otorgado a Joiri Alphonsina Minaya Feliz, por su video, “Metonimia” y su performance, “Satisfecha”

Para comenzar vayamos al video, que muestra dos imágenes paralelas. Una de ellas es el mar, cuyo sonido nos hace volar. Esa imagen no cambia, es estática. La arena, las olas que muriendo en la orilla de la playa... nada que ver con la que está a su lado. El video, de repente, muestra a una chica saliendo de la ducha que, al parecer, busca amantar al mundo o exprimir su anatomía, vaya usted a saber: se coloca un colador en uno de los pechos, desde donde mana un chorro de algo, y luego hace lo mismo en el otro. Ahí termina la historia.

Si el video no me transmitió nada más que la sensación del absurdo, el perfomance me llegó. Pero lo hizo porque ya sabía previamente qué significaba, de qué iba la cuestión por lo leído y escuchado. Aunque chocante, al verla llenándose la boca de bocados mojados en café, su mensaje cala: presenta la sordidez de una sociedad que se atiborra, que nunca está conforme, y busca saciar un apetito tan voraz que parece no tener final. Es la ambición y la gula; la transgresión en sí misma.

Aunque me tilden de amante del cliché, yo le habría dado el primer premio al coro de luces y cristales que se unieron para crear una ciudad moderna, titulada "Cibercity 3001" por su creador, Luis Ernesto Arias Pérez, quien se tomó seis meses recolectando las piezas con las que daría vida a una impresionante instalación que sorprende por la forma en que todo brilla y se transforma.

También me tocaron el alma las instalaciones de Julianny Zaira Ariza Volquez, que mostró una serie llamada "Bien-estando", en la que las parejas juegan a tocarse sin hacerlo porque sus cuerpos, hechos de tela de saco, se adivinan pero jamás se ven. Delicadas, de color blanco roto (así le dicen los críticos, qué se yo) son como un susurro, una caricia a la existencia.

Además premiaron el trabajo de Ariadna Margarita Canaán Rivas, con "La casa de piedras", un trabajo fenomenal en el que los materiales desechados de las construcciones se conviertan en denuncia. Lástima que antes ya esto se había hecho.

Por otro lado se premio el trabajo de Engel Stalin Leonardo Bello y Laura Michelle Castro Matos, con su instalación (inserte "") "Moderno Tropical", algo que no entendí porque lo que ellos hicieron fue colocar mosaicos, hierros y alguna que otra estructura suelta por aquí y por allá, en lo que los jurados dijeron que fue un "diálogo con la arquitectura". La conversación estuvo linda. El premio, para mí, inmerecido.

Pero si de desconciertos vivimos, fue extraña la sensación de ver "Vibraciones bajas", de Patricia Castillo (Patutus), que muestra unos hilos negros que se entremezclan, cruzando de un lado a otro de la pared, en franca alusión a aquello que ya no se usa.

Continuando con las instalaciones -y aunque no ganó nada- me encantó "El arte de nadar" de Lidia León Cabral, una pieza muy llamativa y bien hecha que creó con atarraya, acero, espejo, luz, piedra y cables. Colocada en el sótano del museo, su baile en espiral nos invita a crear alguna elegía.

Que en cerámica no haya habido ganadores no es de extrañar. Hubo una pieza espectacular en cerámica pero, lamentablemente, las mostraba rotas. No recuerdo el nombre pero era una instalación, junto a un video, que me llamó poderosamente la atención.

Que los renglones de pintura y artes gráficas hayan quedado desiertos es incomprensible. Había muchos cuadros que ver. De hecho, varias de las menciones de honor son pinturas y dibujos. Por tanto, ¿cómo se explica que no hayan premiado a nadie? Colores brillantes, formas atrevidas, texturas que se mezclan... bien vale la pena recorrer los cuatro pisos del Museo para descubrir todo lo que hay ahí.

Aunque podría pasarme la noche entera escribiendo acerca de lo que allí se ve, no vale la pena intentarlo: la memoria no da para tanto (ni la paciencia de ustedes). Vayan, este fin de semana, a ver lo que hay allí. ¡No será tiempo perdido.

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