jueves, 28 de noviembre de 2013

Encajar o no encajar... no vale la pena fingir (a propósito del caso de Vanessa VanDyke)

El me ve y se sorprende. He dejado de ser la de ayer. No llevo el pelo lacio, planchado, sino un pelo que lucha por comenzar a ensortijarse y que, tras tanto tiempo recibiendo calor, ya no sabe cómo hacerlo.

En ese momento, tras resaltar que lo natural está de moda, me pregunta: ¿te cansaste de andar formal? Me río. Pienso: ¡oh!, ¿lo lacio es lo formal? Y respondo, con toda tranquilidad: no, me cansé de fingir. Momentos después, empezamos a hablar de lo difícil y abominable que es someterse a la terrible rutina del salón de belleza para que te estiren el cabello de forma inmisericorde a golpe de un calor que hasta te calcina los pensamientos.

Sé que a muchos puede importarle muy poco el que haya decidido enfrentarme a mí misma y romper los prejuicios que permití que los demás impusieran en mí. Para algunas mujeres, sin embargo, puede ser la diferencia entre sentirse bien consigo mismas: casi todas las mujeres que tenemos el pelo rizado, alguna vez, hemos pasado por ese trance de negación, que nos lleva a ser lo que no somos en un esfuerzo de vernos "más bellas" y ser aceptadas por una sociedad que, a golpe de convencionalismos demasiado baratos, busca imitar la estética europea y anglosajona a pesar de todo lo negro que llevamos en el alma y el cuerpo.

Yo usé el pelo rizado, tal cual era, hasta los veinte o veintiún años. ¿Por qué decidí cambiarlo? Por lo único que cambiamos las mujeres, sin pensar si es justo o no: por alguien a quien amé.

Tras una terrible decepción amorosa, que llegó por mi apariencia física -pelo rizado, devoción por las alpargatas, los jeans y todo lo informal-, me frustré tanto que rompí con todo lo que era para evitar que me volviera a suceder lo mismo (sin pensar que no era mi físico el problema, sino que estaba con un perfecto patán).

Fue así como me hice fan del blower y terminé yendo al salón dos veces por semana, sin contar que al principio me lo texturicé porque a juicio de una mala salonera sólo así se aplacaría. En fin, que así pasaron casi 20 años en los que me presenté como una impostora con tal de encajar en la imagen de lo que la gente entiende que es una mujer "perfecta".

Durante todo ese tiempo me sentí muy bien con el pelo lacio. Es más, terminé convencida de que me veía mucho mejor así. Un viaje, sin embargo, lo cambiaría todo: tras irme de vacaciones en el 2010, y estar días sin salón, me dije: ¿por qué no dejarlo de una buena vez? Mi abuela se alegró tanto ante la idea que decidí complacerla.

En el 2011, sin embargo, tuve una recaída. Nueva vez, alguien me decía que me veía mejor con el pelo lacio (había ido al salón por una fuerte gripe y aproveché para cortarme las puntas)... y volví al salón hasta inicios del 2013, cuando un motivo muy distinto me hizo desistir nueva vez del blower: esta vez era por ahorrar.

Han pasado algunos meses desde que calculé lo que gastaba en el salón y decidí que, por el bien de mis finanzas, era un gasto muy excesivo para algo tan banal e innecesario. Durante este tiempo he tenido que defenderme, dar explicaciones y hasta callar a algunos por su impertinencia; recordé, en muchas ocasiones, aquellos días en la adolescencia en los que me fastidiaban muchísimo en el colegio por culpa de mi pajón.

Hoy volví a recordar todo eso cuando vi el caso de Vanessa VanDyke, la chica de 12 años que sería expulsada de la escuela por su exuberante cabellera (yo viví algo parecido en el San Juan Bautista, donde el padre Antonio me quería obligar a peinarme).

El caso de Vanessa nos obliga a mirar muchas aristas en torno a este tema. Por un lado está la de la discriminación hacia todo lo afrodescendiente. Pero, ¿por qué? ¿Qué ganamos negando lo que somos, dándole la espalda a nuestra identidad?

Sé que culturalmente no se nos ha enseñado a aceptarnos. Por eso me encanta ver que Vanessa adora su pajón y dice que le gusta como es. Señala, además, que eso la hace única y que sabe bien que no encaja en su escuela, por lo que prefiere marcharse.

Ojalá algún día tengamos muchas Vanessa en República Dominicana. Aquí está muy mal visto que las mujeres lleven su cabello al natural que todas las mulatas y negras tienen una excusa perfecta para señalar por qué están obligadas a ir al salón. Detrás de la excusa, sin embargo, yace el terror a verse como son.

Yo decidí dejar de pretender ser lo que no soy. Mi pelo es rizado y así lo voy a llevar. Mucha gente me dice que para mí es fácil porque no lo tengo tan crespo. ¡Qué va! Es asunto de aprender a "peinarse" para que se acoplen los rizos. Muchos días mi cabello parece hecho de paja. Pese a ello, prefiero lidiar con eso. Al menos ahora tengo claro que quien esté conmigo lo hará por cómo me veo por dentro. Eso no tiene precio. Como Vanessa, apostaré a ser única.


P.D: De que puede llegar a ser un pajón, puede. Miren la prueba:

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