viernes, 25 de octubre de 2013

Hoy, en lugar de defender, lloraré...

Como el día, gris, está mi alma. Tengo deseos de llorar, derramar muchas lágrimas, porque así tal vez logre salir del agobio que me atrapa. ¡Estos últimos días han sido tan tristes!

Desde que conocimos la sentencia del Tribunal Constritucional (TC), República Dominicana se dividió en dos: los que están a favor y los que estamos en contra. Ambos grupos se dividieron, a su vez, en otros muy variopintos. Cada uno, posteriormente, comenzó a enarbolar su bandera, defendiendo su posición con tozudez y gallardía, haciendo de la sociedad una batalla campal que no reconoce razones ni equilibrios. Hoy, más que cualquier otra cosa, parecemos legiones de enemigos que buscan dañarse sólo con la intención de mostrar que somos más fuertes y que, por tanto, la razón está de nuestro lado.

Hoy no quiero defender mi punto de vista porque no tiene sentido. Los que piensan como yo me aplaudirán y comentarán alegres que mi posición es la mejor. Los que difieren harán lo contrario: intentarán convencerme de "mis yerros" para que me pase a su lado. Algunos lo harán con respeto y haciendo uso de su derecho a decir lo que piensan. Otros insultarán o usarán algunas de esas frases desencajadas que me dan terror y asco. ¿Resultado? Tras muchas palabras, comentarios y cavilaciones, yo seguiré creyendo lo que creo y ellos también.

Algunos dirán que quiero huir al "debate". Claro que quiero huir porque al final no se debatirá nada y sólo ametrallaremos nuestros argumentos, acaso leyendo los del otro, pero no tendremos una conversación cuidada, real. Y es que, tristemente, estamos acostumbrados a la imposición y no al diálogo.

Las cosas han llegado a un punto tal que las sensibilidades están a flor de piel. Cualquier cosa es tomada como una afrenta y, si bromeas, la gente se ofende y lo toma a mal. ¡Hemos perdido, incluso, el sentido del humor!

Peor aún es que hemos escarbado en lo más profundo de nuestras miserias existenciales para reivindicar al sátrapa más despiadado que pudo haber dado nación alguna: Rafael Leonidas Trujillo.

Si escuchar a un puñado de personas enalteciendo a Trujillo es grave, duele ver que la costumbre se va generalizando. Por ello, hoy nos levantamos viendo la imagen de Trujillo en la prensa: un grupo de estudiantes de Constanza (instigados por el ex raso del Ejército Nacional Alan Alexander Delgado, quien convocó y organizó la actividad) se manifestaba con una foto del dictador y decía "Trujillo, ven a ver", al tiempo que pedían "cárcel para los traidores de la patria".

La manifestación se realizó ayer 24 de octubre. Y era justo el día en que se cumplía el 122 aniversario del natalicio de Trujillo. Entonces, tras leer las consignas y reparar en el día, uno se pregunta: ¿lo que quieren que Trujillo vea es que hay gente que se opone a la sentencia del TC? Asumo que esos son los traidores de la patria de los que hablan.

Pensar en ello me puso la piel de gallina. Ya había visto algunos mensajes reivindicadores (y completamente indignantes) en Facebook, por lo que me asustó la sola idea de que a alguien se le pueda ocurrir replicar el anti haitianismo de Trujillo, quien ordenó a sus tropas la erradicación de la población de origen haitiano que vivía en el territorio dominicano, sobre todo en las fincas agrícolas situadas a lo largo de la frontera entre República Dominicana y Haití.

Todo comenzó el 28 de septiembre de 1937. Los militares y policías fueron a las fincas agrícolas, reunieron a todos los migrantes haitianos y los llevaron a sitios apartados donde eran asesinados con pistolas, fusiles, machetes, cuchillos y hachas. Los asesinatos no discriminaron a mujeres, niños o ancianos. La masacre duró días. En total murieron entre 20,000 y 30,000 migrantes haitianos.

Leer que hay gente que minimiza aquel hecho o que trae a colación la memoria de Trujillo cuando se habla de este tema no puede más que preocupar. ¿Será acaso que los nacionalistas a ultranza han perdido la razón? Una cosa es defender el país, si es que fuera necesario, y otra cosa muy distinta aupar el genocidio o promoverlo.

Puede que esté exagerando, descontextualizando u horrorizándome antes de tiempo. Pero he visto a demasiada gente con actitudes y argumentos que muestran una xenofobia tremenda. También he visto comentarios que enmascaran un burdo racismo y un odio que va mucho más allá del rencor histórico.

Tal vez la sociedad dominicana es más trujillista y excluyente de lo que había imaginado. Puede que sólo nos hayamos disfrazado de progres cuando en realidad somos ultraconservadores y fascistas, dos condiciones que suelen ir agarradas de la mano cuando se habla de nacionalismo.

Defender la nación y la nacionalidad está muy bien cuando se habla de amenazas reales. Esa defensa, sin embargo, no puede llevarnos a despertar otros demonios. Hay grupos nacionalistas que están tirando de los hilos del orgullo patrio para darnos un caramelo envenenado. Honestamente no creo que haya invasiones foráneas ni peligros reales para nuestro país. El peligro real, ahora, es otro: estamos sembrando divisiones innecesarias, creando enemigos que no existen y, al son de los insultos, dándole cada día la espalda a eso que decimos defender: la dominicanidad.

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