jueves, 1 de septiembre de 2011

Y mientras unos sueñan, otros debemos pagar

La vida era un sueño. Aún no lo sabíamos. Ni siquiera nos imaginábamos lo complejo que sería creer. Por ello, hasta el trabajo era en ese momento un simple juego. Cada día, siendo bastante niñas, mi papá nos llevaba a la farmacia de mi tío Carmelo, por entonces en la Duarte, para que aprendiéramos lo que significaba ganarse la vida. Nada, nos decía, era gratis en esta vida. Fueron muchas las lecciones que aprendimos en aquellos veranos. Desde el significado del trabajo hasta el “manejo” del “salario” que devengábamos. Esa experiencia fue el preludio de otra importante lección que nos legarían posteriormente: nunca podemos arroparnos más allá de lo que la sábana nos alcanza. Producto de ello, siempre hemos vivido de acuerdo a nuestras posibilidades. Esta última lección, que yo pensé era universal, parece que se enseña muy poco en nuestro país. Pero no sólo se le olvida a las familias impartirla. A los políticos muchísimo menos. Por eso vemos cómo un renovado Hipólito Mejía se atreve a prometer que pagará los RD$1,000 millones que deben los arroceros al Banco Agrícola. Aunque muchas de esas deudas son producto de pérdidas producidas por factores climatológicos, me parece que esta propuesta es muy desatinada. Condonar deudas, paternalmente, ha sido una tradición gubernamental. Pero esto, junto al clientelismo, hace mucho daño: la gente, en lugar de entender que debe trabajar para merecer lo que tiene, asume que todo deben dárselo y/o resolvérselo. Ya es hora de que todos despertemos. La sociedad no puede seguir pagando por los sueños ajenos.

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