viernes, 31 de mayo de 2013

La seguridad parece hoy una lejana utopía


Mil dudas están en el aire. Nada parece ser lo que se dice. La confusión nos embarga. Los hechos, contraponiéndose a las palabras, son tan convincentes que dejan tras de sí una estela de dolor.

Las últimas semanas se han teñido de rojo. Muertes y atracos se suceden mientras las autoridades anuncian diversos planes y medidas que, a todas luces, parecen insuficientes. La locura se ha desatado, en nombre de la violencia, haciendo de Santo Domingo una ciudad imposible, llena de miedo y horror.

Tal es la situación que ya no nos vale resguardarnos durante las noches ni abstenernos de ir a los lugares que suenan a peligro. La delincuencia ha tocado las puertas de casi todos nuestros barrios. Ya no respeta hora del día ni lugar. No sabemos ni siquiera dónde podemos estar a salvo.

Lo peor es que no sólo los delincuentes se han convertido en un peligro. Los ciudadanos, envilecidos, también lo son. Prueba de ello son los casos de Anyeilis Reyes Lebrón, de cuatro años, quien fue herida de muerte el sábado pasado en una parada de autobuses; y de Nairobi Michel Lantigua, de once años, que falleció el domingo en La Zurza en medio de lo que parece un oscuro ajuste de cuentas.

Ver hechos así duele demasiado. Ni los niños se salvan. El respeto por la vida, tristemente, parece cosa del pasado. Hay demasiada gente dispuesta a matar. Y muchas armas, tal vez demasiadas, en manos de quienes no deberían estar. ¿Cuántos casos más tendremos que ver antes de actuar? Ya está pareciendo demasiado tarde. La seguridad, cada vez más, se ve como una lejana utopía.

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