lunes, 6 de mayo de 2013

Esa absurda libertad que trae el suicidio...


Inseguridad, frustración, miedo y unas altas y ambivalentes dosis de coraje y cobardía. Lo que siente alguien que decide acabar con su vida es turbio, inexplicable, pero tan lleno de sentido aunque nadie sea capaz de comprenderlo. Es algo tan personal y único que pocos pueden ponerse en su lugar.

Aferrados a la vida y a su belleza, nos cuesta entender por qué alguien decide acabar con su existencia. Puede llamarse arrebato, depresión, ira... las sensaciones son tan diversas como el problema mismo. Todos los que lo hacen, sin embargo, tienen algo en común: están seguros, aunque equivocados, de que no hay salida para sus problemas.

Tocar fondo es verlo todo negro, dejar de entender. Las cosas dejan de tener sentido y las soluciones se ven tan lejos que parece imposible que se pueda salir del bache. ¿Cómo creer en esas cosas que dice la gente cuando entiendes que lo has hecho todo por arreglar la solución y, en lugar de ello, todo se complica más?

El suicidio, sin embargo, siempre será la salida más absurda. Te regala la libertad, es cierto, pero encadena a todos los que están a tu alrededor. ¡Qué duro ha de ser para un padre, un hijo, una esposa, los hermanos, los amigos... ver que alguien amado ha decidido irse así, por cualquier cosa!

Hoy, a mis 40 años, pienso en todas las veces que sentí que el mundo era demasiado adverso y no valía la pena seguir. Oh, de lo que habría perdido si hubiese tenido la "valentía" de irme. Todos y cada uno de mis problemas se han ido solucionando con los años. Y, contrario a lo que pensé en su momento, descubrí que la fórmula perfecta para vivir no es no tener problemas, sino tener la valentía de resolverlos. Siempre hay una solución.

Cuando comencé a escribir este post lo hice a petición de una amiga. Hablando del caso de Tony Batista, un comerciante de 40 años que se suicidó dejando a dos hijos den la orfandad, ella me decía que debía escribir sobre ese caso. Y es que él, como dos jóvenes más que se han quitado la vida recientemente, se despidió a través de su cuenta de Facebook.

Al pensar en este caso, las palabras se fueron por un lugar distinto. De repente me recordé adolescente, con muchas heridas y pocas salidas. ¿Cómo, si alguna vez lo pensé, puedo sentarme a cuestionar a alguien que decide apostar por el suicidio? La coherencia me puede. Por tanto, en lugar de arremeter contra quienes entienden que tienen el derecho de acabar consigo mismos, apuesto por hacer todo lo contrario: invitarles a vivir.

Una de las principales razones por la que desterré para siempre la idea de morir fue haber vivido en primera persona el suicidio de un compañero de colegio. Se llamaba Alejandro Orsini, estábamos en cuarto curso de bachillerato y él, desesperado porque había hecho algunas trastadas, no tuvo el valor de enfrentarse a su padre. El dolor que nos provocó su muerte me convenció de que no hay razón suficiente para hacerle eso a nadie. Sus padres, sus hermanos, sus amigos... todos lo pasamos demasiado mal.

En aquella época no había Facebook ni Twitter. Si te suicidabas dejabas una nota y, en otros casos, se lo decías a alguien en un mensaje velado. Era, en pocas palabras, algo más íntimo y que dejaba menos remordimiento.

Se imaginan lo duro que debe ser para una familia o un círculo social descubrir que esa persona que ha muerto dejó su despedida escrita. Tal vez, pensarán, de haberlo leído las cosas serían distintas.

Hacerse preguntas es absurdo. También culparse. Quien está decidido a irse lo hará, a menos que un golpe de suerte juegue a su favor. La vida, en ocasiones, nos demuestra que es tan fabulosa que no vale la pena perderse de cada instante que podamos sumar.

Pensar en Tony y en sus dos hijos duele demasiado. Sobre todo porque la razón de su muerte es el desamor. "A veces el silencio es la mejor manera de saber que alguien te hizo daño", dijo Tony en su cuenta de Facebook. Al leerlo, uno se pregunta: ¿cuántos de nosotros hemos sentido que la vida se apaga porque un amor se fue? Poco a poco, sin embargo, los días pasaron, las heridas sanaron y volvimos a sonreír. Nadie puede ser más importante que tu propia vida.

Pero este fin de semana también se había suicidado Samantha Mercedes Rodríguez, 19 años, quien dejó a una niña de dos años en la orfandad. "Todo listo para mi viaje, hoy emprenderé un viaje y no creo que vuelva", dijo Samantha. Y agregó: "Extenderé mis alas y buscaré un horizonte para ser feliz, uno donde me tomen en cuenta".

También es duro el caso de Estéfany Peña, de 26 años, que el pasado 29 de abril se suicidó sin pensar en sus dos niños. En su caso parece haber querido castigar a su marido: "Lo voy a hacer. Cuando venga y encuentre los niños solos, sabrás si lo hice", escribió en Facebook.

Los tres casos fueron en Santiago. Cada uno nos demuestra que estaba mal. Ya nada puede hacerse por ellos. Tal vez, sin embargo, sí haya tiempo para otros tantos. Estas líneas van para ellos. Hoy es un buen día para decirles que vivir vale la pena. No apuesten por la salida más fácil. Es demasiado lo que le perderán. Créanme, siempre valdrá la pena vivir.

2 comentarios:

  1. 1. Has regresado de la muerte para cerciorarte de que después de la muerte hay una" falsa" salida? POR QUE ES FALSA? Con que vara, osas llamar a alguien cobarde por ejercer su derecho a terminar su vida? Acaso la vara moralista no es mas que una simple subjetividad de la realidad?
    2 En mis manos tengo 4 grams de fenobarbital, un barbiturico que mezclado con alcohol me sacara del mundo donde habita gente que te llama cobarde

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  2. Creo que me has malinterpretado. No lo veo como un acto de cobardía sino de desesperación. Espero que tu mensaje no sea más que un arrebato momentáneo. Nada, por más difícil que sea, es insuperable. Estas líneas surgieron con la intención de invitar a vivir, no de cuestionar a quien no desea hacerlo. Un abrazo.

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