Quizás exorcismo, quizás ejercicio de reflexión. De cualquier manera, no son más que palabras que se unen en un lúdico baile (sin pretensiones ni egolatrías).
viernes, 5 de abril de 2013
Del periodismo al tráfico de las palabras
Cuando se pasa del periodismo al tráfico de las palabras, todo está perdido. Los traficantes, esos que cobran para convertir en "verdades" hechos dudosos, son responsables de muchas de las miserias que vivimos como país.
Como protagonistas de una de las peores formas de corrupción, muchos otrora periodistas se han convertido en Midas que buscan convertir en oro todo aquello de lo que hablan o, lo que es lo mismo, se prestan a defender lo indefendible con tal de engrosar sus bolsillos.
Recuerdo que cuando dije que quería ser periodista muchos que me aconsejaron que no lo hiciera. Mi padre llegó a decirme, incluso, que moriría de hambre. Y es que, sabido está, del periodismo no se hace dinero. Mal pagados a más no poder, sobre todo tomando en cuenta el sacrificio que representa trabajar a destajo durante fines de semana y días de fiesta, los periodistas dedicados por entero a la profesión no pueden ostentar ninguna riqueza.
Con los años, sin embargo, hemos ido viendo que en el periodismo hay lores y caballeros de gran talante, sin olvidar algunas damas y camelias, que muestran con desparpajo bienes que sólo pueden adquirirse cuando se comienza a fraguar una fortuna.
Enarbolando erudiciones y grandes destrezas para enaltecer egos, algunos periodistas se han convertido en los zares de un submundo que todo lo altera y lo transforma: el de las "conspiraciones". Mintiendo, algunas veces descaradamente, dan vida a las más tremendas elucubraciones.
Lo triste es que visten sus tergiversaciones con visos de veracidad, aportando datos o cifras que sí son reales, para venderle sus teorías a los más incautos ciudadanos.
Otros ni siquiera tienen el cuidado de disimular (por aquello de aparentar ser serios): repiten cual loros cualquier tontería y no les importa quedar al descubierto.
Hoy sé que no debería estar hablando de los traficantes de la palabra sino de los que viven por la verdad. Reconocer la realidad, sin embargo, es el primer paso para superarla. ¿Cómo luchar contra algo que no se asume? Es imposible.
Sé que será difícil adecentar el oficio. Demasiados viven muy bien. No son la mayoría pero son los que se ven. Su ejemplo, que a veces es seguido con alegría, nos pone a todos en entredicho. Pero, ¿cómo ir contra ellos cuando son más fuertes, ya que están amparados por aquellos a los que sirven, que son los dueños del poder? Para que haya corruptos tiene que haber corruptores. ¡Y qué cómodos están todos ellos!
En un país en el que la corrupción ha creado nuevas castas de políticos, periodistas, sindicalistas, profesionales y hasta teóricos, será un poco complicado limpiar cada sector.
Pero urge hacerlo. Tal vez la manera sea proscribir a los que se saben corruptos y condenarlos a alguna suerte de ostracismo. Comencemos por mantenerlos, al menos, lejos de nuestro mundo.
Quiero soñar con un Día del Periodista en el que no sienta pena. Aunque estoy orgullosa de lo que hacemos y me levanto cada día con la cabeza en alto, leer y escuchar tantas sandeces retorcidas duele demasiado. Y duele porque detrás de cada palabra traficada hay alguien que sonríe y duerme, amparándose en una falsa, demasiado tranquilo. Junto a su sueño, cascadas turbias permean lo que debería ser un templo de verdad. Esperemos que algún día todos ellos pierdan.
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