Cada una es peor que la anterior. Página a página uno siente cómo aumenta la indignación, a golpe de unas letras que a veces suenan inconexas y que nos gritan que somos los perfectos idiotas llamados a aguantar lo que nos lo quieran imponer.
Cuarenta y ocho páginas de una condena que sabe a traición me valieron para confirmar, porque no quería creerlo, que la diferencia entre ellos y estos no es más que un barniz que pronto caerá.
Como siempre, cual si Leonel Fernández pululara por el Palacio Nacional, nos encontramos con una reforma fiscal (con un ampuloso y tan largo nombre que me lo ahorraré) que nos quiere gravar hasta el futuro, si es que llegamos a tenerlo. Pero, ¿y qué de los gastos del Gobierno? Como si de una querida se tratase, aún no sabemos los detalles.
Hasta ahora lo único que nos queda claro es que el Gobierno no sabe lo que tiene entre manos. Es por eso que, tras presentar el proyecto, ha terminado desmintiéndose: era tan abusivo lo que pretendían hacer que, al menos, sacaron algunos alimentos del listado de los que serán gravados. La mayoría, sin embargo, ahí está. Y es que comer, al menos razonablemente bien, es todo un lujo según el Gobierno.
Enumerar los productos que serán gravados duele. Tanto como el que graven el alquiler y el ahorro, haciendo aún más caro el vivir bajo techo y alejando más la posibilidad de tener uno propio.
Lo triste es que nos quiten dinero hasta del doble sueldo para cubrir los desaciertos y dispendios del Gobierno anterior. También para tapar el hoyo de la campaña. Pero hay que hacerlo en nombre de la Patria. Pero, ¿de cuál?
PD: Pongo la foto de unos garbanzos porque, tras la reforma, serán un producto de lujo.
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