domingo, 7 de octubre de 2012

Ese lujo al que le llaman comer...

Desde el jueves pasado estoy inquieta. De repente descubrí que cada día cometo el pecado de la humildad cuando me siento a la mesa. Mi ropa, demasiado normal, no está acorde con el lujo que me rodea.

No sé si salir a comprar una brillante boa de plumas color rosa (¿se verá mejor negra o, quizás, roja?), un vestido de lentejuelas, un esmoquin -el que tengo no ha de servirme, hace tiempo que no lo uso- o simplemente algunas blusas de seda que hagan juego con el decorado de mi comedor o, según lo que vaya a comer, con los platos que estén sobre la mesa.

Ahora sé, gracias al proyecto de reforma fiscal presentado por el Gobierno, que siempre he estado equivocada: aunque no lo había visto, el exceso me ha circundado toda la vida. Oh, de las lentejas que he comido, exentas de todo impuesto y pensando que eran lo más corriente del mundo.

La lista los artículos que comenzarán a pagar el Impuesto a la Transferencia de Bienes Industrializados y Servicios (ITBIS) me ha golpeado en la cara. Es un grito al descontrol en el que todos hemos vivido: ¡si hasta el entrecijo ha de gravarse, cómo podemos sentir la conciencia tranquila! ¡Con cuánto dispendio hemos crecido!

Para comenzar, el Gobierno nos recuerda que comer cualquier tipo de pan que no sea de agua, sobado o baguette (normal, no integral) es un lujo, así como el cazabe y todo tipo de galletas (incluidos los conconetes, mantecados, "lengüitas" y masitas), turcos, arepas, pasteles, pastelitos, harinas... en fin, usted se imagina cualquier cosa que pueda encontrar en una panadería, por más simple que sea, y eso también pagará impuestos. Ay, ese gofio que de niños disfrutamos y tanto desperdiciamos.

Aunque yo no las consumo, porque no me gustan, ahora sé que cuando mis padres me querían obligar a comer maicena, harina de negrito o avena me estaban dando alimentos de excepción y yo, de ingrata, los maldecía. Hoy, sin embargo, sé que todos los cereales y sus derivados (salvo el arroz, al menos) son exquisitos comestibles.

Lo mismo se puede decir de los garbanzos, habas, arvejas o cualquier otra leguminosa, salvo las habichuelas y guandules, que son las únicas que se podrán comprar con exención fiscal.

Pero donde la puerca de verdad retuerce el rabo (oh, bueno, si hasta la puerca y el rabo son ahora "finolis") es con las vísceras. Como todos los animales (vivos) y las carnes ahora serán objeto de impuestos -sólo nos dan la opción de comer pollo, con todas sus partes, y las carnes corrientes de res y cerdo... para todo lo demás, existe Mastercard-, resulta que un mondongo, una tripita, un bofe, una lengua (de res, cerdo...), hígado, corazón, pata, riñón, asadura, hueso o hasta piltrafa ahora adquiere categoría de artículo de lujo.

Ni hablar de los jamones, chuletas, casi todos los quesos (se salvan el amarillo, el blanco corriente y el de freír), salchichas, pescados (menos la pica-pica, que esa prende, carajo), yogures, aceites... en fin que, a juzgar por el listado de los productos gravados en la "Propuesta para discusión Componente Fortalecimiento de la
Capacidad Recaudatoria del Estado para el Desarrollo Sostenido" (menudo título para una reforma impositiva), República Dominicana es un lugar donde sólo se puede comer la bandera nacional. Al terminar, no consuma café porque ese, si no lo sabe, también vendrá, además, con sus tasas incluidas.

Aunque me propuse poner acá todos los productos que serán objeto de impuestos, he de reconocer que me deprimí a un punto tal que decidí no seguir. Ya no sé si todo es broma o si el Gobierno enloqueció. Quizás es una treta para ver nuestra reacción y, al final, quitar estos impuestos y dejar todos los demás. Así, aunque sólo respetarían nuestro derecho a comer y nos meterán los enemas en todas las otras áreas, parecerá que nos hacen un favor.

Hoy confieso que me duele el bolsillo más que nunca. Y me duele porque es duro saber que tendré que pagar lo que se derrochó en la campaña electoral, así como lo que se robaron los que se autoliquidaron y pensionaron. Además lo que se ha quedado en las cuentas de ahorro, los proyectos de inversión y las oficinas personales de grandes funcionarios y ex funcionarios que hoy se pasean por la ciudad como grandes señores.

Lo peor es que mientras me dicen que tengo que ser tan idiota para dejar de comer por culpa del clientelismo, la politiquería y la corrupción, ninguno de los turpenes se ha rebajado su sueldo de lujo. Tampoco vemos que los legisladores hayan renunciado a sus barriles, cofres y exoneraciones.

Todo eso sucede a la par de que a mí me gravarán los ahorros, pagaré más por el alquiler, la gasolina será insorpotable y tendré que ver cómo penalizan hasta las vísceras de los animales.

Ah, pero al Gobierno no se le ocurre decir nada en torno a la reducción del gasto y sigue derrochando en el servicio exterior y en muchísimos empleos que no tienen cómo sustentar. No, es que para ellos no hay límites. ¿Asfixiar? Eso sólo nos toca a nosotros, los del Club de los Idiotas que no tenemos otra función que pagar. Honestamente, ¿permitiremos que nos jodan a este nivel?


PD: Como veran, dado el proyecto, una fritura de Villa Mella como la que ven en la foto (que encontré en la red) será un espacio de gran tributación.

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